Lo tengo claro, el tan cacareado problema de las lenguas en España no es que los catalanes o los gallegos hablen catalán o gallego (lo del euskera es otro cantar), además de castellano, o español si se gusta, sino que los castellano-parlantes no tenemos ni idea de catalán o gallego. Me ha quedado claro después de que, en mi artículo inmediatamente anterior al presente, se me ocurriera escribir el título en catalán. No podía yo imaginar que a la común ignorancia del catalán propia de estos pagos se le sumara la imprevisible mediación de la informática, capaz de transformar en puro disparate cualquier palabra que no figure en su archivo de datos. Así, gracias a esta confluencia de imponderables, mi título Jo no sóc catalana acabó apareciendo como Jac no sóc catalana. Al ordenador, y me temo que no sólo al ordenador, le pareció que resultaba más comprensible Jac que Jo, seguramente porque ese tal Jac debe ser pariente cercano de aquel otro Jack, conocido como el destripador. En fin, no se en lo que, una vez impreso, quedará todo este babel. Me espero lo peor.

Pero, para ilustración del juego de ficciones y apariencias, de renuncias y de espejismos, el caso San Esteban. Lo primero felicitarnos a los murcianos, porque, al parecer, no se va a cometer el expolio planificado. En segundo lugar, felicitarnos porque ha quedado demostrado que la movilización popular sirve para algo. En tercer lugar, felicitar a cuantos, desde el principio, han tenido el tesón necesario para ofrecer una resistencia inteligente y eficaz al desastre anunciado. Los restos arqueológicos, de momento, parece que no sólo se quedan in situ sino que serán debidamente conservados y utilizados en el futuro. Pese a todo, pese a este aparente final feliz, yo aún no he conseguido vencer mi escepticismo, porque visto lo visto, podemos esperar cualquier cosa.

Ahora resulta que todo el mundo, los primeros los que estaban empecinados, hasta "por cojones", en que el parking se construyera contra viento y marea, estaba a favor de la conservación de los restos in situ. De ser así, ellos o nosotros estamos locos, porque todo el proceso, digan lo que digan ahora, ha sido un continuum de desatinos. Para empezar, el proyecto de construcción del parking en ese preciso lugar parecía responder a necesidades que nadie, salvo las autoridades municipales y los concesionarios del mismo, veía. Desde su anuncio se generó un amplio y razonado movimiento de rechazo que cayó en saco roto, pero que se ha visto respaldado y magnificado cuando aparecieron los restos. Aún así, las autoridades, todas, las municipales y las regionales, siguieron sin dar su brazo a torcer. Desde la aparición de los restos, hemos pasado por el intento de su pura y simple destrucción, por un peregrino proyecto de conservación en otro lugar, por el levantamiento para alcanzar cotas más antiguas, por el levantamiento para, una vez terminado el incuestionable parking, volverlos a reconstruir; todo ello acompañado de la descalificación y del insulto hacia quienes, amparados por la razón y por las leyes, se oponían a cualquier acción que no fuera la conservación de los restos y la consecuente renuncia al parking. Pero ahora, todo esto parece un sueño, una pesadilla, una alucinación colectiva, porque resulta que todo el mundo, todas las autoridades, lo que querían de verdad era que el parking no se construyera y que los restos fueran puestos en valor para el bien de la ciudad de Murcia.

Empiezo a sospechar que todo ha sido una performance. Se nos ha colocado ante una situación con apariencia de realidad para sacarnos de nuestro sopor consumista, de nuestra indolencia pública y de nuestra dejación como sujetos autónomos y soberanos. Y por lo que se ve, hemos reaccionado bien, porque el tiempo de la performance parece que ha llegado a su fin (o no) y se nos ha desvelado la verdadera realidad: que se sabía de antemano que ahí existían estos restos y que nunca hubo intención de construir un parking. Ya sé que esto suena a la famosa alegoría de la caverna de Platón, pero es que en Cultura hay filósofos. Como punto final (hasta el momento) de la performance hemos tenido la intervención deus ex machina del presidente Valcárcel, a quien desde ayer todo el mundo expresa su profundo agradecimiento porque su intervención ha evitado el desastre. Y esto, hay que reconocerlo, sí que es de sobresaliente, porque en lugar de recibir una merecida reprobación por todo el proceso, del que, según hemos visto, era el último responsable, Valcárcel aparece como el salvador, y todos, sumidos en un síndrome colectivo de Estocolmo, caemos a sus pies, más contentos que unas pascuas, agradeciendo que, por su feliz intervención, el desastre no haya sido consumado. Lo dicho, esto debe ser una ingeniosa performance para darnos una alegría por las fiestas y como final feliz de año. Si no, yo no lo entiendo.