El director general del Libro, Archivos y Bibliotecas, Francisco Giménez, en la presentación de la 24 edición de la Feria Regional del Libro de Murcia, afirmaba que "no querían ser menos" que la recientemente celebrada Feria Outlet. Y apostillaba: "Que no seamos más compradores de calcetines que de libros". Con lo que, no sin cierta ironía y quizás sin proponérselo, consideraba al libro como un producto de mercado, como en realidad también es, que es necesario comprar al igual que unos pantalones o una camisa. Un juicio comparativo no exento de validez. Sin embargo, al igual que nos sentimos estimulados y aprovechamos los grandes descuentos que se nos ofrecen en la Feria Outlet, y nos creemos capacitados para juzgar el precio y la idoneidad de la ropa que compramos en función de su uso, en el caso de los libros no ocurre así. En la Feria del Libro, con mínimos descuentos, apenas encontramos motivos que provoquen y justifiquen las intenciones de compra. Y más en una época de crisis económica en la que nuestras preocupaciones actúan a la defensiva: no perder la oportunidad.

Las Ferias del Libro regionales siguen ancladas en una añeja tradición. Como siempre, editores y libreros, renuentes a participar, porque apenas cubren gastos, son "invitados", institucionalmente, a estar presentes. Una vez más se presenta un programa con las consabidas conferencias, mesas redondas y firma de libros, de prestigiosos escritores del momento, en las que, salvo muy contadas excepciones, la asistencia de público es escasa. Los grupos de alumnos de las enseñanzas primaria y secundaria, acompañados por sus profesores, de los que muy pocos siguen sus explicaciones, sólo se interesan por los pequeños obsequios que se entregan en las diferentes casetas; en tanto que los universitarios, por lo general, apenas se preocupan por el evento. Toda una rutina, cada año, en torno al libro y la cultura, con un protocolo a seguir, que, justo es de reconocer, resulta difícil alterar. Y que, al menos, constituye un recordatorio de que los libros siguen todavía esperando al lector y de que existen unos escritores que se nos muestran más cercanos.

Pero los editores y libreros lo que desean es vender sus productos. Dar salida (outlet) a los fondos editoriales tanto como a las novedades. De ahí la necesidad de que, junto o al margen de los representantes de la cultura institucional, gentes de la publicidad, de la propaganda y acción de ventas unan sus esfuerzos en pro del libro como objeto de consumo. Que construyan, por empatía, un mecanismo de comparación con otros objetos que nos son necesarios en nuestra vida diaria, como los calcetines, las medias o los zapatos. Que indaguen la manera de modificar la estructura y el sentido de la situación comunicativa que rodea al libro, y que lo inserten junto a otros objetos que emergen del ámbito social. Se deben generar dispositivos psicológicos, a lo que sin duda podría ayudar Lola López Mondéjar, presente en ésta y anteriores Ferias, para operar sobre los elementos del entorno. Presentar y hacer del libro un específico y renovado producto de comunicación ante los constantes avances tecnológicos. No dejarlo anclado en un pasado nostálgico alejado de las nuevas generaciones. Tarea ardua y complicada, como hemos advertido, pero que es necesario emprender aunque se tenga que recurrir a Vladimir Karabatic o, en el próximo año, a integrar en la Feria Outlet la del Libro, para que así el público pueda comparar usos y necesidades.