Tengo una especial relación con una persona muy importante. Su trabajo se concentra en una noche del año en la que su jefe reparte regalos. Mientras, acopia información para acertar en la elección del obsequio, especialmente si se trata de un infante. Por eso hablo con él a partir del mes de octubre. Mi hijo Guillermo lleva insistiendo desde hace unos días: "¿Ya has hablado con el secretario de Papá Nöel?". Le respondo que sí, cosa que es cierta, aunque no concretamos nada porque todavía estamos en una etapa de cierta indecisión, provocada por la información publicitaria televisiva de juguetes y similares artilugios, por un lado, y por la transición de gustos propia de la edad, camino de los siete años, por otro.

El caso es que el mencionado secretario es una persona esencial en nuestras vidas. Guillermo sabe que conoce su comportamiento anual, sus méritos y sus deméritos, por eso empieza a preguntar por él, y aumentará su demanda en los próximos días para saber qué sabe de él este año el secretario de Papá Nöel: si sabe bien, y mucho, habrá que estar contento; si no es así, me reclamará correcciones, enmiendas, tachaduras y desmentidos. No vaya a ser que lleguen informaciones sesgadas y manipuladas a su jefe que repercutan en la calidad y tipología del regalo de la noche del 24 de diciembre.

El ínclito Carlos Solchaga, al que Felipe González le debe, entre otras cosas, una huelga general, ha dicho que el presidente Zapatero considera a sus ministros y ministras como secretarios y secretarias. Pienso que nadie debería sentirse menospreciado o rebajado: es muy importante tal misión. Mi hijo así lo reconoce, él sabe al menos de la transcendencia de un secretario. Nadie debería ofenderse pues las etiquetas no hacen al monje, ni a la monja.