Ni en puridad venimos del mono ni el mono viene de nosotros. Con el descubrimiento de un nuevo y trascendente fósil de Ardipithecus ramidus, Ardi para los amigos, cada vez parece más cerca el aún lejano momento en el que los paleontólogos den a la luz los vestigios del que se supone será el ancestro común entre la humanidad (los Homo) y los chimpancés.

Ardi es un personaje alucinante. Le han dado este nombre a una hembra de bicho que empezaba a querer ser persona y que hace casi cuatro millones y medio de años anduvo erguida, tan bípeda como usted y como yo, por lo que antaño eran las selvas de lo que hoy es el etíope valle de Afar. Quizás les suene el sitio: fue aquí también donde en 1974 se encontró el mejor esqueleto de Australopithecus afarensis, también una proto-mujercita que ha pasado a la historia científica con el nombre de Lucy. El Valle de Afar y las mujeres: un sitio y una condición de género que tanto nos tiene por enseñar.

Ardi es la nueva estrella del firmamento de homínidos fosilizados. Con su metro y veinte de estatura y sus apenas treinta kilos de peso, esta lejanísima pariente nuestra parece querer hablarnos de una apasionante historia, la de la evolución humana, que aún está por dilucidar.

Aunque la especie fue descrita a principio de los años 90, ha sido más recientemente -tan reciente como este mismo mes de octubre- cuando se han dado a conocer los nuevos restos fósiles de Ardhipithecus ramidus que han permitido componer de forma muy completa el esqueleto de una hembra adulta. Los paleontólogos, por tanto, saben ahora mucho de Ardi y de su especie. Pero quizás no lo fundamental: ¿qué pensaba Ardi? ¿acaso pensaba? ¿cómo veía su universo? ¿cómo eran sus relaciones sociales? su cerebro de apenas 350 centímetros cúbicos ¿comprendería sensaciones, que luego hemos dado en calificar de humanas, como la felicidad, el odio, el hastío, la esperanza o la amistad?

Aunque la verdad es que a nuestros efectos todo esto da lo mismo. Los congéneres de Ardi ya no andan -y nunca mejor dicho- por nuestra misma tierra. Lo importante de Ardi, para nosotros y en el aquí y el ahora, es darnos cuenta de la barbaridad de esfuerzo que le ha costado a la biosfera hacernos evolucionar. Decenas, centenares de miles, millones de años de presión selectiva, de adaptación al medio, de mutaciones, de cambios, de complejos procesos bioquímicos, de optimización de la energía, de herencia, de evolución desde que nuestros más viejos antepasados comenzaron el camino hasta constituir lo que ahora nosotros somos.

Los paleontólogos, peleobiólogos, y tantos otros científicos de las ciencias naturales, están sólo ahora comenzando a desentrañar algunas de las claves de la evolución, las mecánicas de la vida y las razones de sus éxitos y sus fracasos. Y conforme más se sabe, más crece la admiración por la sorprendente complejidad de la biosfera y por los increíbles descubrimientos que ha hecho la propia vida para conseguir ser y para perfeccionarse.

Me pondré trascendente y culto: la Vida es una pasada.

Y tras saber algunas de estas cosas, tras conocer, maravillarse, apreciar los hechos de la evolución y la vida, uno está en perfectas condiciones para pasar al compromiso. ¿Cómo se puede ser injusto con la biosfera? ¿con qué derecho dañamos en la mísera escala de nuestro tiempo geológico procesos tan trabajosamente construidos durante millones de años? ¿desde qué moralidad no se debe estar contra una guerra, un vertido contaminante, la extinción de una especie o la desaparición de los ecosistemas?