Los Beatles renacen ahora. Por una de esas paradojas que no son raras, Inglaterra, considerada como patria de una afición innata hacia las tradiciones, fue el lugar del mundo en el que la 'civilización de los cabellos largos' encontró el centro. Los Rolling Stones y Beatles asumieron con canciones, atuendos y 'pelambreras', la jefatura de los movimientos de una cierta juventud.

A mitad de los sesenta, en Londres empezaron a funcionar locales para los muchachos de la nueva ola; en tan sólo unos meses se abrieron cerca de medio millar. Tiendas especiales de modas, clubs de juego y espectáculos, donde la sociedad clásica, donde los otros, es decir, el resto de aquel país, no tenía nada que decir. Todo ello fue considerado como algo grave que estaba ocurriendo: una revolución.

La estadística dijo que en la población inglesa figuraban tres millones y medio de jóvenes entre quince y diecinueve años cuyo aspecto se imponía ante cualquier otra consideración. No todos eran melenudos, pero entre ellos figuraban los protagonistas más destacados y su público. Hubo grupos destacados: Mods, los Rockers y los Beats. Cada uno de ellos poseía características propias y doctrinas singulares. Se creyó, en aquel momento, que el fenómeno duraría poco. No fue así.

El instinto comercial británico hizo florecer algunos 'creadores' de la moda rebelde. Mientras Francia se enorgullecía de sus modistas para mujeres elegantes, y en España vestíamos de negro riguroso hasta en agosto a la orilla de la playa (es una caricatura), Londres exportaba a todo el mundo las líneas, colores y cortes que llevaban las firmas de Mary Quant y John Stephen. Una tienda llamada Biba tenía como diseñador a Stephen Fitz Senon y su proyección era, sin duda, la prosperidad económica de aquella juventud europea.

Antes de todos estos fenómenos, la juventud y la adolescencia se desarrollaban bajo la presión de la 'sensatez' impuesta por los padres. Había para ello una razón importante: la dependencia económica. Fue entonces cuando la independencia económica permitió a miles de muchachos y muchachas deslizarse por la pendiente del narcisismo. No había guitarrista, ni cantante, ni muchachita principiante, ni vago de naturaleza que no se creyeran fundadores de una nueva sociedad, de un nuevo estilo. Nadie, por suerte, les atajó. Muchos les halagaron... y los comerciantes hicieron su negocio. La moda se convirtió así en uniforme profesional, y lo que en otro tiempo fue bohemia que hacía soñar a la burguesía con imposibles libertades, asumió entonces un tono de protesta contra todo lo existente. Mientras, aquí... ¿Qué quieren que les diga? Nos asombrábamos de todo con envidia.

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