Suena el despertador, el maldito reloj marca las 6:45, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es que por qué no podrías levantarte aunque fuera una hora mas tarde, que has dormido poco, pero si ese pensamiento cometes el error de que salga por tu boca acabas de cometer el primero de la mañana.

¿Poco? El grito de tu pareja te hace dar un bote de la cama. ¡Poco he dormido yo!, te exclama ella, que estás toda la noche roncando y no he pegado ojo. ¿Roncar yo?, yo no ronco, por lo menos yo no me escucho. Segundo error, así que lo mejor es aprovechar el susto y salir corriendo al cuarto de baño, y mejor no te entretengas ante el espejo, seguramente no te va a gustar nada de lo que veas, pero que sepas que sí, que eres tú, ese panzón, desaliñado, ojeroso y patético que está en el baño. Si después de la ducha y el afeitado no quieres cometer un tercer error, que tendría en el futuro efectos devastadores en vuestra relación, recoge la leonera que has formado en él. De lo contrario, si algún día te separas te lo echarán en cara, y con razón.

No entras ni en la cocina. Tu cabeza ya piensa en clave pública: cuando llegue a la oficina me tomo un café con los compañeros, total, hasta la nueve no abrimos al público. Hoy has tenido suerte, hay aparcamiento en la zona azul, por lo que tendrás otra excusa para salir dos o tres veces a echarle monedas al coche. Hoy puede ser un buen día, decía Serrat, y encima el periódico anuncia que el año que viene comienza la jornada de 35 horas para los funcionarios; si en Francia ha sido un fracaso es porque los gabachos no saben vivir, te suelta tu compañero GutiÉrrez mientras engulle un carajillo.

Tu hora de llegada queda registrada a las 8.00 horas; aún no entiendes porqué no pueden poner un reloj para fichar en el cafetería directamente. Cinco minutos antes de las nueve ya estás en tu asiento, abres tu ordenador, y te dices: joder, sólo tengo unos minutos para leerme las últimas noticias en los periódicos digitales, empiezas a agobiarte.

Apenas diez minutos, y la primera llamada. ¡García al teléfono¡ Y tras una larga y tediosa explicación de cómo se rellena el anexo II de la solicitud miras tu reloj, ya sólo queda media hora para el desayuno oficial. Bien.

Pero, de momento, tres personas hacen cola al otro lado de tu mesa, y notas como el corazón se acelera, y tu cabeza empieza a preparar la mejor defensa: un buen ataque. Miras a tu compañero y dejas caer: Gutierrez, como tú sales mas tarde que yo, ahora atiendes tú a esta gente; vale, y entonces es cuando valoras de verdad que el curso que hiciste sobre delegación de funciones ha servido para algo.

Cuando llegas a casa, tu familia se sorprenderá al verte, porque todavía no ha comenzado el telediario, y tu mujer te dice: Pepe ¿no sales a las tres? Y tú, si eres honrado, no cometas el cuarto error del día con ella; dile la verdad. Sí, pero es que yo he picado a Gutierrez la entrada y él me ficha la salida.

Te sientas a comer mientras ves las noticias cuando Lorenzo Milá anuncia. "La última encuesta del CIS dice que el 80% de los jóvenes quieren ser funcionarios", y tú, ni corto ni perezoso. sueltas en medio de la mesa: Ay, esta juventud... Estamos perdidos, no tienen iniciativa ni nada. Claro que sí, contesta tu mujer; tú si la tienes ¿verdad?