Sin duda alguna vivimos en la ciudad de los misterios, en el país de las contradicciones, si me apuran en el terreno de las paradojas. No hace mucho tiempo, y tal como saltan las noticias cada año, se demuestra por activa y pasiva que los murcianos somos los ciudadanos que menos leen, y no sólo de la provincia, también del resto de las diecisiete patrias que han ido fundándose a partir de la transición política. Pero oh, desventura, resulta que es una de las provincias del viejo toro en donde más se publica si tenemos en cuenta los datos que nos facilita el Reino de los Editores, cuyo volumen, entre brumas, nos dice que se han concedido 550 ISBN -o sea libros de autor, puestos a la venta- durante el pasado ejercicio. Es decir, que si no tenemos alma de lector, casi todos los murcianos, escritores in pectore, deseamos dejar constancia y memoria de nuestro singular paso por la vida plantando un arbolito, también firmando en la portada de un libro.

Entonces, ¿dónde reside el misterio? Si tenemos en cuenta que la Editora Regional de Murcia, de la que de momento soy responsable, proporciona una treintena de títulos anuales, ya estamos en camino de comprender esa cifra tan elevada, aunque nos pese, de gentes que han sido capaces de coronar una obra personal, auténtica, a base de esfuerzo y reflexión, de estilo o de ritmo, de verso o en prosa, que todos están contemplados en el altar de la literatura, que existe otra, llamada gris, de la que di cuenta en otra ocasión en estos mismos artículos que son seguidos por gente variada que se pone en contacto posterior para indicarme su opinión personal.

Pero al faltarme 520 tantos títulos para completar el número redondo que me proporciona el ya mencionado libro de los Editores, no me resisto a hacer una llamada al Servicio de Publicaciones de la Universidad, regentado hasta hace unos días por mi admirado Manolo Martínez Arnaldos, a partir de ahora por un joven ducho en Documentación, Archivos y Bibliografía, un biblioeconomista cumplido que recibe por nombre Juan Antonio Gómez. Y ambos me dicen que andan a la zaga, alrededor de otros tantos títulos al año, que el presupuesto no da para más, que suyos son en propiedad otros treintitantosveinte ISBN que reclaman en las oficinas. Por tanto, si las cuentas, aun siendo yo de letras, son cincuenta o sesenta rótulos que proceden de dos de las más importantes entidades dedicadas al libro en este país que, según cuentan ahora, podría desgajarse en dos partes, posiblemente en una tercera si iniciamos las gestiones aguileñas para prosperar en la República Independiente.

Más no descanso. Mi alma me dice que algo falla, que no cuadran las cuentas, mi cerebro me dice que faltan casi quinientos títulos para hallar y prosigo en la investigación civil y criminal. Me descanso en el pórtico de la Academia Alfonso X El Sabio, lugar de sabios y estudiosos, y pregunto a los secretarios generales y a los permanentes y ambos me dicen que le añada una docena más, que eche unas gambas más al mercado de la edición regional y si quieren hasta otros treinta. Así que tras darle la vuelta y aspirar el olor de la historia, regreso al convencimiento de que en Murcia se editan unos noventa libros de marca registrada, con etiqueta de origen. Tate, me digo, si te has movido por el campo público, si has registrado los bolsillos de la subvención y de las sociedades sin ánimo de lucro, también has de revisar lo que se encuentra en el armario de lo privado. Y así encamino mis pasos hacia la editorial Nausicaa, una vez que se han derrumbado otros edificios como Mediterráneo, KR. Y Manolo Ortiz me dice que él se conforma, entre novelas de intriga y viajes, entre autoediciones y algunos ensayos como Literatura y Guerra Civil (Autores y espacios murcianos), otro rancho de libros que nunca superan los quince ni bajan de los diez. Y en la zona cartagenera, incluida Aglaya, hay que añadir otro pico. Así que sumando como notario, llego a los cien libros con registro. Señor notario, ¿dónde paran el resto? Pongamos que todos los Ayuntamientos de la Región sacan uno, sea del pariente del concejal o del primo del alcalde, del cura de la parroquia o del arqueólogo de los yacimientos, pongamos, incluso para apurar, que sacan dos, uno del erudito del pueblo y otro del cronista, y resulta por mucho resultar que podríamos sumar todo un centenar de libros a los ya mencionados, pero resulta que seguirían faltando en la cuenta final la bonita cifra de casi otros trescientos títulos. Dios mío, ¿de quién son? ¿A quién le pertenecen? A quién, yo, que soy recopilador de reseñas a lo largo del año y que alcanzo hasta setenta autores en la cesta del ejercicio anual, le quito su gloria y su afán. ¿Cómo es posible que le rape las barbas de la inspiración a tanto murciano que anda esforzándose por alcanzar el sagrado Olimpo?

Y la verdad es que no me resigno a no estar al tanto de la mecánica que rige el mundo del libro en Murcia. Tengo que entregar la cuchara, porque mis investigaciones no llegan más lejos y no puedo, como señalo, deslindar en dónde están esos tantos otros ISBN que la Oficina pone al servicio del murciano. Y reto a quien me lea a que me ayude a desvelar uno de los más profundos misterios que habitan esta tierra en donde nadie lee pero en donde todo Cristo escribe, incluido mi otro yo llamado Ramón Jiménez Madrid.