Lo que está claro es que hay que reaccionar ante la situación ambiental. El Gobierno regional propone un pacto, los ecologistas denuncian, la oposición critica, los sectores económicos presionan, los Ayuntamientos van por libre, los medios comunican y los ciudadanos se informan y si les parece oportuno opinan como más oportuno les parezca.

Todo muy razonable y todo en la línea de lo que a cada cual le toca en el juego que a cada uno le toca jugar.

La verdadera ventaja de cualquier debate -se llegue a pacto o se quede en debate- es que permite que afloren los motivos que precisamente suscitan la controversia. El debate extiende la información, vocea posturas, aclara conceptos y, si corresponde, identifica responsabilidades. Esa es la esencia de la democracia. Después vendrán las soluciones, los consensos o las denuncias, pero la didáctica del propio debate habrá supuesto como poco un mínimo de contribución.

En nuestra región el debate sobre el medio ambiente está -ya lo sabemos- en todos los foros. Esto ya es bueno. Señala bien a las claras lo que a la sociedad le parece importante e indica a los que tienen responsabilidades cuál es el objeto de su responsabilidad. Lo contrario sería suicida. Negar las voces o las oportunidades para que las voces se expresen nunca hace sino enquistar los problemas.

Por eso es bueno que haya muchas sesiones de pacto, muchos debates parlamentarios, muchas reuniones de grupos ecologistas, muchas intervenciones cruzadas en medios de comunicación, muchos congresos, muchos cursos, mucho trabajo de educación ambiental, muchos consejos asesores, muchas plataformas, mucha reivindicación, muchos documentos y hasta muchas proclamas. Si no se alcanzan soluciones al menos se conocerán sus bases.

No creo que en cualquier proceso de debate haya que tenerle miedo a la frustración. Es uno de sus riesgos, de acuerdo, como también es un riesgo el que la dinámica del propio debate pueda implicar que te despisten, que te manejen o que te quiten las ganas de participar en el siguiente. La Democracia -así con mayúsculas- está llena de riesgos que únicamente se atenúan profundizándola y desarrollándola.

No sé como se enfocará el debate ambiental en esta región en los próximos años, pero sé que es crucial encontrar los caminos más adecuados. Nuestra tierra necesita defensores -institucionales y ciudadanos- y necesita desarrollarse con inteligencia. Quizás incluso merezca la pena ralentizarse un poco y -rápidamente- dar con las leyes, los planes territoriales, las políticas, las contribuciones voluntarias, la financiación, los compromisos reales, que permitan ya continuar el recorrido sin inseguridades y con confianza en el futuro. Y, por supuesto, sin constreñimientos ni dependencias conceptuales en relación con ningún calendario electoral.

La identificación del medio ambiente como un asunto estratégico es algo que ya creo fácilmente reconocible por todos. La política, sea cual sea su resultado, parece reaccionar en el nivel de la propia relevancia del reto. Vamos adelante, cada uno según su papel, todos -ojalá- hacia objetivos correctos. Lo que queda claro es que el futuro de esta tierra no lo puede determinar el mercado, sino la política; y que no se debe basar en las intuiciones, sino en los hechos; y que no es lo mejor que se cifre en la pugna, sino en el acuerdo.