Manuel llega puntual a su cita en el puerto de Los Urrutias, de noche cerrada; a esa hora en la que hay quien no se ha recogido todavía, y quienes empiezan a encender las primeras cafeteras. Le acompaña su sobrino César, que aprende el oficio de su tío desde hace unos años. Absolutamente sincronizados, echan al barco unas bandejas y cubos listos para recoger la captura. Una vez en marcha, tambaleante, soy lo más parecido a un estorbo en esta pequeña nave pesquera de nombre Cuatro de Mayo, sin saber dónde colocarme para poder absorber todo lo que veo y escucho.

Hoy la pesca no resultará como se esperaba, de apenas unos lenguados y un par de cangrejos. Vendrán mejores amaneceres, con la red llena de doradas y el bolsillo de billetes al salir de la lonja. La pesca, como nos cuenta Manuel, es una actividad dura, ingrata, y que precisa de oficio, intuición y suerte, algo con lo que este experto pescador de Los Nietos no contaba hoy. Serán otros los que llegarán con prisas a la Lonja de Lo Pagán para que se subaste la captura. A 12 euros la dorada, a unos 18 el lenguado, a 5 el mújol y el cangrejo, etc.

La técnica utilizada por Manuel, y por la mayoría de pescadores tradicionales del Mar Menor, es el enmalle o trasmallo, consistente en dejar una red de 1.500 metros de longitud bajo el mar, en forma de zigzag y señalizada por unas banderas, que con la ayuda de unos pequeños flotadores forma una pared en la que los peces quedan atrapados. «Si los peces se mueven los cogemos, pero si no se mueven no hay nada que hacer». Manuel sonríe al contar su mayor hazaña en el Mar Menor, unos 10.000 kilos de pescado en tan sólo una semana, en el año 2016, «con la ´Sopa Verde´», cuenta. Esa semana Manuel ganó unos 100.000 euros. «Luego hay días en los que no se recoge nada. En este oficio hay que saber guardar, no fundirse el dinero de golpe», apunta.

El Mar Menor es un espacio tan singular que en ocasiones ofrece estampas oníricas, absurdas, como que mientras hablamos con Manuel del precio del lenguado nos sobrevuele la Patrulla Águila y, junto a nosotros, pase un yate con unos pasajeros que por su aspecto y actitud parecían creer estar en Ibiza y no frente al Carmolí. Todavía de noche, observamos unos veleros anclados a pocos metros de la Isla Perdiguera.

Faltan tan sólo unos días para que los pescadores puedan centrar sus esfuerzos en la recogida del langostino, a primeros de septiembre, pues actualmente la veda se encuentra activa. Manuel nos invita a que volvamos entonces, «es una pesca más bonica, más vistosa. Vente».

Antes de marcharnos hacia la lonja de San Pedro, Manuel insiste en que almorcemos junto a ellos. Aceptamos. Limpia él mismo el pescado en la cocina del restaurante al que acudimos, y no sabemos muy bien cómo a las diez de la mañana ya nos metemos un lenguado a la plancha entre pecho y espalda. «Nunca te has comido un pescado tan fresco», espeta burlón.

Manuel es natural de Los Nietos pero hace unos años que se estableció en Los Urrutias. «Mi padre era pescador, mi abuelo era pescador, y yo es lo único que sé hacer». Nos habla de sus amigos pescadores, y del compañerismo que les lleva en muchas ocasiones a contarse en qué lugar hay mejor o peor captura. «Cuando uno llega cargado a la lonja, al día siguiente estamos todos faenando en el mismo sitio». Antes de marcharme le enseño en mi móvil algunas fotos de pescadores compañeros suyos. «Mándamelas, que se las enseñe a mis amigos», dice sonriente. No ha sido un buen día de pesca, pero no todos lo son, y Manuel mantiene el ánimo.