El mundo la llama jarra, frasca, garrafa o qué sé yo. Ahora, en la foto, está jubilada de sus funciones ancilares, de servir a la economía doméstica o artesanal de antaño. Y la han puesto en un altar de madera, que simula alféizar de ventana. Un paño litúrgico, en apariencia de visillo de finestra rural, le hace de ropa de honor. Y ahí está, sacerdotisa suma de la belleza humilde, en un rincón de la frontera con Portugal, en Fermoselle, cabe las curvas del Duero, entre murallones como lienzos de castillo. La difracción del agua nos aumenta el primor de los visillos, su gracia de paciencia femenina en las tardes interminables del estío. Y quiebra la directa visión, agotadoramene escuadrada, convirtiéndola en diagonal, que es más graciosa geometría. El agua resuelve estéricamente el alma de la frasca, evidenciando su esfericidad irregular, que más felicidad denota que la perfección. Y así, entre imperfecciones, el ojo se reconcilia más con la realidad del mundo, que tiene su razón de ser en el defecto. Somos defecto, sí; pero esta imagen es bella, aun cuando imperfecta. Y tiene silencio, que es una perfección mayor que cualquier sinfonía, plena de acordes y melodías de continuidad melódica. Escuchad su silencio de agua y cristal, visillo y madera.