Un hombre apasionado, vitalista, enérgico, sincero. Pero, sobre todo, generoso y amigo de sus amigos. Lo dio absolutamente todo por los demás, por su familia, por su pedanía del alma, Patiño, por la ciudad de su corazón, Murcia. También por el partido de sus ideales, el Partido Popular. Antonio Sánchez Carrillo es de esas grandes personas que marcan, que dejan huella. Será imposible cubrir el enorme hueco de su ausencia.

Su vocación política y de servicio público no puede entenderse sin su profundo amor, su pasión por Murcia. En realidad, lo uno llevó a lo otro. Primero desde la oposición, después como puntal de los mandatos de Miguel Ángel Cámara como alcalde de la capital. La Murcia que hoy conocemos se la debemos en gran parte a él, a su clarividente gestión.

Contribuyó en primera línea a la modernización y renovación de una ciudad que entonces experimentaba crecimientos urbanísticos a norte y a sur, con, por ejemplo, la construcción de los túneles de la Plaza de Castilla y de Atalayas, que mejoraron la conectividad y el tráfico en el centro de la ciudad. Además, impulsó la apertura de numerosos viales en pedanías, a las que siempre cuidó y prestó una especial atención y cuyos intereses defendía a capa y espada.

Contribuyó desde la primera línea a la modernización y renovación de Murcia y sus pedanías

No era un político de moqueta o de despacho, sino que, bien al contrario, le gustaba salir a la calle, a hablar cara a cara con los vecinos de Murcia para escuchar sus demandas y necesidades. Y también para situarse a pie de obra y comprobar de primera mano, por ejemplo, el asfaltado de carreteras y calles de lo que él mismo denominó la ‘Operación Negro’, o la eliminación del agua que se quedara estancada tras las lluvias en su ‘Operación Charco’. No rehuía responsabilidades, siempre afrontaba con determinación los problemas que se les planteaba hasta que les encontraba una solución.

Pero si algo vivía con auténtica pasión eran las fiestas de su venerada Murcia. Fue un huertano auténtico, orgulloso y amante de las tradiciones y costumbres. Especialmente, de la Semana Santa murciana, ya que fue durante muchos años huertano nazareno, cabo de andas y mayordomo de la archicofradía de la Preciosísima Sangre de Cristo. Un ‘colorao’ de los pies a la cabeza. Fue nombrado pregonero de la Semana Santa en 2006 y, un año después, Nazareno del Año, reconocimientos que él recibió y desempeñó con honor, devoción y muchísima emoción.

Fue también sardinero, y fundó además el grupo de los ‘Cabezudos’ y de la ‘Peña de la Panocha’, y fue miembro del grupo de Coros y Danzas ‘Virgen de la Fuensanta’. También fue distinguido con el nombramiento de ‘Cabezudo de Honor’. Fiel impulsor de las tradiciones, realizó un papel relevante en el gran éxito de la Fiesta de las Cuadrillas y Pelotas de su pedanía, Patiño, a la que logró imprimirle más notoriedad y un carácter emblemático.

Antonio, al que le gustaba que le llamaran ‘el Rojo de Patiño’, representaba el prototipo de emprendedor murciano, el del hombre hecho a sí mismo. El hijo del panadero de Patiño, de origen humilde, que de la nada edificó una empresa capaz de generar riqueza, prosperidad y puestos de trabajo. Los que le conocimos, los que le hemos tratado durante tantos años, sabíamos que era de esas personas sin medias tintas, de probada lealtad, con quien podíamos contar para cualquier problema que pudiese surgir. Porque lo daba absolutamente todo por todos, lo que tenía y también lo que no. Su ejemplo de servicio público, de trabajo incansable, de tremenda generosidad, siempre permanecerá en nuestro recuerdo.

Descansa en paz, Antonio. Jamás te olvidaremos.