Antonio González Barnés es mi amigo mío. Y utilizo el tiempo verbal presente para señalar que mis lazos con él permanecen inalterables al paso de la vida. Sus allegados le llamaron en confianza ´Johnny´, por ese toque de distinción gentleman que siempre le gustó tener para vestir, comer, hablar, escribir y moverse por el mundo.

Yo tuve la suerte de adoptar la manera que inventó su hija Alba de llamarle desde muy pequeñita: «Papá-mío». Y así nos llamamos siempre el uno al otro. Fuimos compañeros de profesión y oficio. En este periódico compartimos muchas aventuras de trabajo y de las otras. Y antes, en la época radiofónica, él desde Radio Cadena Española y yo desde la SER, cruzamos España varias temporadas contando las glorias del mejor Real Murcia de la historia. Y ahí es donde Antonio/Johnny/Papá Mío, me hizo la más completa guía gastronómica que nadie podría superar: con toma pan y moja en los mejores restaurantes del país.

También en los toros hemos compartido burladero y tendidos de las plazas más castizas, y especialmente en nuestra ´novia blanca´, La Condomina. Hasta en un festival que toreó en nuestra plaza, yo fui su mozo de espadas con botijo y toalla al hombro desde el burladero. Ese día se autoproclamó número uno, como Ortega Cano, y antes lo hizo Luis Miguel. Su enorme devoción al Jesús del Gran Poder, convertido por obra y gracia suya en el Cristo de los Toreros, se dejó compartir con mi familia, y así mis hijos y yo mismo lo hemos paseado a hombros, como buen torero, por las calles de Murcia durante muchos años.

Me cuentan que el viernes, Antonio, después de cenar y haber pagado la cuenta del restaurante, se indispuso. Que a Johnny lo estuvieron intentando reanimar durante cuarenta largos y angustiosos minutos y que, finalmente, Papá Mío se nos fue. Estas cosas no se hacen, compañero, amigo y hermano. Murcia no puede prescindir de corazones enamorados como el tuyo. Cuanto te vamos a echar en falta.