Bioquímica, discípula de Severo Ochoa. Conoció a Severo Ochoa cuando tenía 20 años y ahora lo recuerda como un «científico humanista». Margarita Salas, que estará el lunes en Molina de Segura para dar una conferencia de la FEM sobre ‘Ciencia y Mujer’ en el colegio Paseo Rosales a las 20.00 horas, no se compara con Hipatia de Alejandría porque considera que ha tenido una vida normal, pese a estar volcada en su vocación.

Margarita Salas ha devorado recientemente la trilogía Millenium con una mano y con la otra un libro de Craig Venter -La vida descodificada- sobre el genoma humano. En su pequeño despacho del Centro de Biología Molecular de Madrid, donde a sus 72 años pasa el día entero, se le ilumina su cara de buena chica hablando de su inseparable virus Phi29 o recordando que vio Viridiana, de Buñuel, en Nueva York mientras en España estaba prohibida. Salas recuerda a Severo Ochoa con devoción y afirma de sí misma que no es «la científica despistada que está pensando en las musarañas». Cuando se quita la bata blanca es una persona «con los pies en la tierra».

¿De no haber sido científica, qué hubiera sido Margarita Salas?

Científica.

¿Querría empezar su carrera ahora?

Está bien la época que a cada uno le ha tocado vivir. Tuve la suerte de vivir el nacimiento y explosión de la biología molecular y se vivían con mucha intensidad todos los descubrimientos. Ahora hay más técnica, entonces había más imaginación, más descubrimientos novedosos. Había más emoción, se vivía más la ciencia. La biología molecular nació en 1950 y yo empecé en 1961 mi tesis, y a partir del 64 con Severo Ochoa inicié ya la biología molecular con todos los descubrimientos que se fueron haciendo, cuando todo era nuevo.

Cincuenta años del Nobel a su maestro. ¿Usted le conoció siendo muy joven?

Cuando acabé tercero de Químicas tenía 20 años. No sabía que tenía un premio Nobel delante, sí que era un científico importante.

Paisano, familiar, amigo, maestro. ¿Qué idea le queda de él fuera del laboratorio?

Aparte de su calidad científica, su calidad humana, su interés por el arte, la música, los viajes... un hombre de intereses universales. Le gustaban mucho la ópera y la música clásica, los cuartetos, la música de cámara, Mozart, Beethoven. Era un científico humanista.

Periódicamente se producen alarmas, virus, gripes, se asusta a la sociedad y luego cesa el peligro.

En el famoso H1N1 hubo demasiada alarma social y mediática. No parece que sea para tanto. La gripe A, según parece, no será peor que la normal estacional.

Hubo intereses económicos detrás. ¿Se juega con el miedo para hacer dinero?

No lo sé, yo no podría decir si se juega o no, ni estoy en ese mundo mediático, de empresas.

A un joven con vocación ¿le diría hoy por lo bajo que se fuera al extranjero?

Le diría que hiciese la tesis en España, aquí hay muy buenos grupos de investigación. Después que hiciera una fase posdoctoral en el extranjero para cambiar de ambiente y luego intentara volver a desarrollar el trabajo aprendido. Las mayores dificultades son la falta de puestos de trabajo. La ministra ha prometido diseñar una carrera investigadora para que el científico tenga una posibilidad de seguir adelante. Confío en que la haga realidad.

Usted fue llevada de la mano por un premio Nobel.

Cuando le conocí ya sabía que me gustaba el laboratorio, la investigación, pero no que me dedicaría a la bioquímica y a la biología molecular. Conocí a Severo Ochoa en el verano del 58, en Gijón. Al día siguiente comió en mi casa. Mi padre y él eran amigos, parientes políticos y nos visitaba cuando venía con su mujer en verano. Nos dijo que al día siguiente iba a dar una conferencia en Oviedo. Fuimos y me fascinó. Me trataba con familiaridad. Me mandó un libro de bioquímica desde Nueva York. Cuando acabé la carrera me propuso hacer la tesis en Madrid para después hacer una fase posdoctoral con él en Nueva York. Y eso hice. Fui muy dirigida por Severo Ochoa.

¿Ochoa añoraba España?

En EE UU se comportaba como un americano. Tenía la ciudadanía. Pero cuando hablaba de su tierra lo hacía con un gran sentimiento. Le encantaba venir a Luarca y a Gijón. Era muy fiel a sus amigos españoles. Quería disfrutar de lo que le ofrecía España pero tuvo la desgracia de perder a su mujer, Carmen, a los pocos meses de volver y eso para él fue un golpe del que no se recuperó.

¿Era un bon vivant?

La bioquímica era su hobby, pero le gustaba disfrutar de otros aspectos de la vida. Tenía una paciencia infinita con la gente que se acercaba a él en los entreactos de los conciertos. Todo el mundo le pedía autógrafos y él, con infinita paciencia y extraordinaria amabilidad, los firmaba.

¿Cómo recibió el Nobel, lo esperaba?

Supongo que sí. Incluso se habló de que podría haber recibido el Nobel por segunda vez. Él decía que no, que realmente ya había recibido el premio Nobel y que no era necesario recibir un Nobel dos veces.

Era un jefe con premio Nobel.

No era nada pretencioso, no daba importancia a haber obtenido el premio. Decía que no tenía mérito porque había hecho en la vida lo que le gustaba, que era la investigación.

¿Tenía sentido del humor?

No demasiado.

Cuando el científico ve las posibilidades, ¿siente vértigo? ¿Los avances pueden irse de las manos?

El científico es muy consciente de cuándo hay que poner límites. En los años 70, cuando se inició todo el desarrollo de la ingeniería genética, se pararon a estudiar las repercusiones.

En ciencia, ¿todo lo que se puede hacer se acabará haciendo?

Los científicos somos, en general, personas que no haremos una aberración.

¿Entiende a un científico religioso?

Hay científicos muy valiosos que tienen creencias religiosas. En una encuesta entre científicos de todo el mundo la mitad creían en algo superior. La ciencia tiende más a decir que no hay nada, pero tampoco necesariamente.

Premiada por liderazgo femenino, usted se ha manifestado contraria a la paridad.

Al principio me lo pusieron difícil, mi director de tesis no creía en que una mujer pudiera valer para hacer investigación. Sin embargo, Ochoa nunca me discriminó.

Su marido abandonó la investigación que compartían.

No era nada machista, quería que yo saliese adelante independientemente de él. Al principio decidimos trabajar juntos en el fago Phi29. Al cabo de unos años dentro del laboratorio no había problemas, dirigíamos entre los dos a nuestros doctorandos -todos hombres en aquella época-. De cara al exterior yo era la mujer de y él, que era muy generoso, pensó en dejarme independiente el trabajo e iniciar otro tema que le interesaba mucho, porque era extremeño: el virus de la peste porcina africana que producía grandes pérdidas en la cabaña porcina extremeña. Abandonó Phi29 y se dedicó a ese virus.

La Hipatia de Alejandría de la última de Amenábar es una mujer volcada en la ciencia como si de una religión se tratara. ¿Ha vivido usted esa entrega radical?

Conocía la historia porque doy una conferencia sobre Mujer y Ciencia y hablo de las mujeres en la ciencia de la antigüedad. Uno de los mitos de aquella época era Hipatia de Alejandría, una figura muy interesante. Pero ella no se casó, quería dedicarse exclusivamente a la ciencia. Yo he tenido una vida más o menos normal: me casé con 24 años, habitual en la época, y al año nos fuimos a Nueva York. Tuve a mi hija a los 37 años. Eso fue conciliable porque he tenido la suerte de tener la típica tata y no me preocupaba de las cosas de la casa, ni de la comida.

¿Ahora cocina?

Sólo cuando tengo un invitado especial. Siempre he pensado que es perder el tiempo.