Homenaje

Francisco Cánovas Cobeño, un apasionado de la ciencia en Lorca

El Palacete de Huerto Ruano mostrará desde la próxima semana su colección de fósiles y documentos que dan testimonio de su vida y obra

Retrato de Francisco Cánovas Cobeño del Archivo Histórico de Lorca.

Retrato de Francisco Cánovas Cobeño del Archivo Histórico de Lorca. / MENCHÓN-RODRIGO

Eduardo Sánchez Abadíe

Entre las personalidades más relevantes de nuestro siglo XIX ocupa, sin duda, un lugar preeminente el lorquino Francisco Cánovas Cobeño, una figura destacada de la cultura, política y la sociedad de la época, cuya talla humana, intelectual y científica quizá no haya sido suficientemente resaltada como merece. Hombre de gran formación, entregado al conocimiento, instrucción y enseñanza de los ciudadanos, fueron muchas las disciplinas ‒Medicina, Física y Química, Historia, Ciencias Naturales, Biología, Prehistoria, Paleontología...‒ que le interesaron a lo largo de una vida plena dedicada al estudio, la investigación y la docencia.

Francisco José Bautista Cánovas Cobeño nació en Lorca el 29 de agosto de 1821, hijo de José Ramón de Cánovas, que era carnicero, y Victoria Tomasa Cobeño, domiciliados en la calle Rodríguez, subida al pósito, parroquia de San Patricio. Se licenció en Medicina en la Universidad de Valencia (1845), profesión que ejerció en su ciudad natal durante los 20 años siguientes. Siendo síndico del Ayuntamiento, en 1859 propuso la creación de un instituto de Segunda Enseñanza en Lorca, iniciativa que contó con el respaldo de la corporación municipal.

Su constancia y buenas gestiones cristalizaron en 1864 con el establecimiento en Lorca de este centro educativo en el edificio del antiguo colegio de la Purísima. Allí comenzó entonces una nueva etapa como profesor, donde impartió la asignatura de Ciencias Naturales y fue catedrático interino de Agricultura, disciplina que costeaba el Sindicato de Riegos. En 1868 se diplomó en Cirugía y obtuvo la licenciatura en Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid, y un año después, por oposición, la cátedra de Historia Natural en el instituto de nuestra ciudad, donde fue secretario (desde 1864 a 1866), director (desde 1866 a 1872), y vicedirector desde 1874.

En la memoria del curso de 1877-78 exponía: “Hoy la sociedad ha cambiado: no basta para ser una persona docta, citar un texto de Cicerón […] es preciso tener conocimientos de la Historia del país que se habita, darse razón de cuanto nos rodea y utilizamos en nuestras necesidades; estudiar las máquinas y artefactos que favorecen nuestra actividad, y como todo esto supone orden, cálculo y medida, damos la preferencia a las Matemáticas, como en otro tiempo al latín”. En 1883, tras la supresión del instituto de Lorca, marchó al instituto provincial de Murcia, donde trabajó hasta su jubilación en 1895.

De ideas conservadoras ‒perteneció al partido tradicionalista‒ y fuertes convicciones religiosas, estuvo muy vinculado a la comunidad del convento de la Virgen de las Huertas, y tanto su esposa como él eran miembros de la Orden Tercera de San Francisco. En este sentido, integró la comisión que impulsó la edificación de la nueva torre en el santuario patronal tras el derrumbe de la primitiva en 1901.

Publicó obras sobre Historia Natural y en 1890 su célebre Historia de la ciudad de Lorca, buena muestra de su interés por el conocimiento de su ciudad, erudición y amplios saberes. A raíz de ello, el Ayuntamiento lo reconoció con el título de Hijo preclaro de Lorca. Fue síndico del Ayuntamiento, regidor (concejal) y, en enero de 1884, alcalde de Lorca, cargo al que renunció al mes siguiente. Presidente de la Sociedad de Amigos del País de Lorca y Murcia; Presidente del Liceo Lorquino, perteneció a las Reales Academias de Medicina e Historia Natural.

Casado con Concepción Rojo Carrasco ‒hija del alcalde de Lorca Antonio Rojo Díaz (1860)‒, desde 1872 residió en la magnífica casa que construyó en la alameda de Espartero (hoy Juan Carlos I), esquina con calle del Cuartel (actual presbítero Emilio García Navarro). Ahí instaló un pequeño museo de ciencias naturales, con numerosas piezas de arqueología y fósiles que fue coleccionado ‒procedentes estos últimos del yacimiento de Serrata‒, que era visitado por los aficionados a las antigüedades.

En su testamento legó “todos los objetos de mineralogía, botánica, zoología y geología” que había reunido a lo largo de los años al instituto provincial de Murcia, centro del que el sabio naturalista fue distinguido y querido profesor, y al Museo Arqueológico de Murcia los objetos prehistóricos. Su esposa falleció en 1895 y él en 1904. Ambos están enterrados en la capilla de San Antonio de la iglesia del convento de la Virgen de las Huertas.

Cáceres Pla hace en Hijos de Lorca una cariñosa reseña de Cánovas, “aquel anciano de semblante plácido y frente espaciosa”, al que recordaba así: “Admirábamos al maestro por la dulzura de su trato, lo claro de su inteligencia, la elevación de sus ideas y lo delicado de sus afectos; interpretaba los actos de los demás en el sentido del bien; guardaba el mayor respeto a sus semejantes y por lo mismo no toleraba que se faltase al que se merecía como hombre honrado; consecuente hasta el fin de su vida con sus ideas, combatía siempre el error con razones de buena ley”.

Y Antonio José Mula Gómez, en un reciente artículo publicado en la revista Clavis sobre la historia del colegio de la Purísima y la creación del primer instituto de Lorca, señala: “D. Francisco Cánovas fue un hombre bueno, en toda la amplitud de la palabra, como lo calificó un coetáneo, volcado con su ciudad, a la que esta le debe reconocimiento y gratitud”. En 1956 fue bautizada con su nombre una calle del grupo de viviendas sociales de San José.

La exposición que se celebrará a partir de la próxima semana en el Huerto Ruano, en la que se puede contemplar su colección de fósiles y muy diversos documentos que dan testimonio de su vida y obra, quiere ser un sencillo homenaje a esta persona bondadosa y tenaz, apasionada por el conocimiento y la ciencia, que consagró su pensamiento y actividad a aprender y a enseñar a los demás. Esperemos que esta muestra que ha organizado el Centro de Estudios sobre Lorca, gracias al encomiable esfuerzo de Sol Campoy, ayude a valorar, más si cabe, su riquísimo recorrido intelectual e importante legado.