Mª Antonia Soto estuvo trabajando sobre el terreno en la Ciudad del Sol herida por los seísmos y ahora, diez años después, atesora «recuerdos que no se borran fácilmente y que me han acompañado en numerosas ocasiones a lo largo de estos años», explica.

Ahora que han pasado diez años de los terremotos de Lorca, ¿cuál es el principal recuerdo que se le viene a usted a la cabeza al pensar en aquello?

Son muchos los recuerdos de aquellos días. Fueron momentos muy intensos en los que vivimos y compartimos las vivencias de pérdida, incertidumbre y dolor de muchas personas. Si tuviese que elegir uno, sin duda sería la manifestación del sufrimiento de los familiares de las personas que fallecieron, así como de tantos otros lorquinos que se acercaron a mí en un estado de gran ansiedad y miedo. Son recuerdos que no se borran fácilmente y que me han acompañado en numerosas ocasiones a lo largo de estos años. También recuerdo con alegría el compañerismo de todos los profesionales y la solidaridad.

Usted estuvo atendiendo a afectados. ¿Cuáles eran las emociones predominantes en aquellos momentos?

Las reacciones emocionales cambian y evolucionan a lo largo del tiempo y suelen ser diferentes en las personas dependiendo de muchos factores, como las características de personalidad, interpretación que se haga de la situación, si se considera que puede hacerle frente o no, del apoyo social con el que se cuente, etc. Aunque, es cierto que hubo una serie de reacciones comunes en la mayoría de las personas en los primeros momentos como ansiedad, miedo, estupor, confusión, incertidumbre, tristeza, inseguridad, enfado o culpa. Siempre recordaré las imágenes de mi entrada a Lorca de las personas en la acera, sin hablar ni moverse. Con el paso de los días, las dificultades para dormir, concentrarse o la sintomatología ansioso-depresiva fue predominante. Posteriormente y meses después, la aparición de sintomatología relacionada con el trastorno de estrés postraumático fue frecuente en algunas personas. Hay que tener en cuenta que muchos lorquinos se fueron a vivir a otros lugares y han tardado años en volver, incluso es posible que otras no hayan regresado aún, bien porque su casa tuvo que ser reconstruida o bien por miedo a un nuevo temblor.

¿Es posible que queden traumas tras lo que pasó por los seísmos? Muerte, destrucción...

Sí, aunque es normal que la mayoría de las personas hayan integrado esa experiencia de un modo que hoy en día no les supone una experiencia incapacitante en su vida diaria, es posible que algunas otras, aún hoy, reexperimenten lo vivido de un modo que les pueda generar cierta ansiedad, temor o inseguridad, por ejemplo. El trastorno de estrés postraumático, así como otras alteraciones psicológicas pueden darse en personas que han vivido este tipo de situaciones transcurridos varios años. Diez años después, puede haber personas que vivan cada día una batalla por no venirse abajo y les cueste hablar de lo sucedido: el reloj de sus vidas pudo pararse aquel día.

¿Cree que fue más tremendo para los niños o para los mayores vivir aquello?

Ambas poblaciones son muy vulnerables ante este tipo de situaciones. Las reacciones de los niños suelen ser más variables. El miedo suele ser la emoción más frecuente entre ellos. En el caso de las personas mayores, existe una experiencia previa de aprendizaje, sobre todo en una ciudad como Lorca en la que muchos de ellos han vivido otros terremotos, aunque el deterioro físico y mental en el que algunos estuviesen inmersos condicionó su respuesta. Además, suelen tener un gran arraigo a sus propiedades, a su hogar y a sus bienes y la pérdida de estos fue muy difícil.

Usted, como profesional, ¿qué lección se lleva?

Para mí ha sido la experiencia profesional que más me ha marcado tanto por las dimensiones de lo sucedido como su intensidad. Las cosas se podían hacer mejor y los ciudadanos merecían una mejor respuesta psicológica ante estas difíciles situaciones. Es por ello que comencé a trabajar de forma activa para que se regulase la profesión de psicólogo de emergencias en nuestro país y se incorporaran profesionales de la psicología en los organismos gestores de emergencias. Sin embargo, aún contamos con un sistema basado fundamentalmente en el voluntariado. Parece que la salud mental continúa siendo la gran olvidada en nuestro país.