El pasado uno de marzo de 2016 salió de la cárcel de Logroño, el líder de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi, después de seis años de prisión (por sus hechos terroristas, que no por sus ideas políticas) como proclamó a bombo y platillo en su pueblo natal, Elgoibar, y más tarde en el Pabellón donostiarra de Anoeta.

Con más de diez mil seguidores entusiastas, tratado como un héroe, y presunto candidato a lehendakari, para más inri, en representación de EH Bildu. Personaje que intervino, y muy activamente, en el secuestro del diputado nacional Javier Ruipérez (autor del libro 'La mirada sin ira') y más tarde en el tiroteo a Gabriel Cisneros, por un impacto de bala, perpetrado por un comando de ETA en Madrid (1979) resultando herido de gravedad en el estómago y en la pierna izquierda.

Y que fuera mi delegado nacional de Juventudes, de muy alta estima, durante los años 1969-1972; y a eso íbamos€ Lo conocía con antelación por sus polémicos artículos en el diario Pueblo, dirigido a la sazón por Emilio Romero, y más tarde en persona, en Bilbao, con motivo de su asistencia a un certamen internacional de Formación Profesional, cuya campaña de prensa dirigí, al alimón con el entonces joven periodista y poeta, Antonio Hernández, de Arcos de la Frontera (Premio Adonáis, en 1976, por su libro 'El mar era una tarde con Campanas', ahora Premio Nacional de Poesía por su obra 'Nueva York después de Muerto') siendo yo profesor de la Institución Sindical de Formación Profesional 'San Ignacio de Loyola', en Elorrieta.

Bueno, pues aprovechando esta doble circunstancia, mi trato directo con él en el País Vasco y mi dependencia jerárquica, como funcionario, en su época de gestión, aprovechando uno de sus numerosos viajes a la Región, al estar emparentado con el doctor Máximo Poza (casado con su hermana Carmina) fui a saludarle para recordar viejos tiempos.

Precisamente en una de las campañas, previas a las Elecciones Generales, siendo candidato a la presidencia del Gobierno José María Aznar, y miembro de su comitiva, cuyo incidente desvelo ahora, casi con tintes tragicómicos, antes de que me vaya de este mundo sin contarlo y merece la pena su reseña. ¡Y ésta es la anécdota!

Estábamos un grupo de amigos de Ricote, y simpatizantes, en animada charla, en la comida de homenaje servida en el restaurante Carlos Onteniente, de Santomera, (atendidos por el Cañitas, fallecido precisamente el pasado 25 de marzo, día de Viernes Santo, a la edad de 69 años) cuando lo vemos levantarse de la mesa presidencial, dirigiéndose a los servicios.

En ese instante, casi alertado por un resorte mágico, muy animado, me levanté para saludarlo y nada más presentarme y hablarle de Bilbao, no sé qué se imaginaría (no se olvide que entonces yo, cuando vivía en Vizcaya, apenas tendría 35 años y el día de autos casi frisaba los 70 y con muy poblada barba) que se metió corriendo para dentro y no salía.

Tanto me asusté que, de inmediato, me puse en contacto con los servicios de seguridad para ponerles al tanto de los hechos. Y, efectivamente, al poco tiempo, aclarado el misterio, salió escoltado por ellos, mirando de a un lado y a otro, dándonos un fuerte abrazo para celebrar el encuentro. Y eso es todo.

Por último y como apostilla, sépase que esta figura tan representativa de la Transición Española, formó parte de la Ponencia Constitucional, que redactó la Carta Magna española de 1978. Y que, como miembro muy destacado, de la UCD o del PP, entre otros muchos cargos, fue director general de Asistencia Social, en el Ministerio de la Gobernación, Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, Diputado por Zaragoza, Burgos y Soria.

Nació el 14 de agosto de1940 en Tarazona (Zaragoza) y murió en Murcia el 27 de julio de 2007, a los 67 años de edad, acompañado de sus tres hijos. Con motivo de su muerte, Mariano Rajoy, como homenaje a su labor como Padre de la Constitución dijo: «La Constitución sigue ahí, Gabriel Cisneros, por tanto, sigue con nosotros».