«Muy mal momento. Ver pegarle esas patadas que le estaba dando, con una silla en la cabeza... Era bestial». Así rememora María Carrasco, la dueña del bar Júpiter de Canara (Cehegín), lo que pasaba el pasado jueves en la terraza de su local, cuando un hombre acuchillaba a su pareja tras comenzar a pelearse a gritos.

La víctima, tras ser agredida (apuñalada y golpeada con una silla), llegó a arrastrase hasta el bar, a pedir ayuda. «Él tenía intención de entrar detrás de ella. Lo que pasa es que yo me he puesto en la puerta, con la sangre caliente, y no ha entrado», dice María.

«Yo el principio de la pelea no lo he visto, pero ha sido lo peor», cuenta la mujer.

Preguntada por si pasó miedo a la hora de enfrentarse a un maltratador así, Carrasco confiesa que «en ese momento, no. Después, te paras a pensar. Pero, con la sangre caliente, pues no».

La sangre caliente a la que se refiere María fue la que salvó la vida a la víctima, una joven de 31 años, madre de dos niñas. «Cuando salí encontré a la mujer en el suelo y él le estaba pegando patadas por todo el cuerpo», apunta la hostelera. «Ella se arrastró como un gato hasta la puerta y él cogió una silla y se la rompió en la cabeza, mientras no paraba de insultarla», hace hincapié.

Fue cuando María se plantó en la puerta de su bar, fregona en mano, y le cortó el paso al agresor.

«Por aquí no pasas, aquí no entras», le espetó María. «Parecía que estaba loco», especifica.

Después de perpretrar la agresión machista, y después de que la dueña del bar, le plantase cara, el hombre bajó la guardia, «como si se le hubieran acabado las pilas», relata María Carrasco. «Se quedó totalmente tranquilo», insiste la mujer.

Así lo encontraron los agentes de la Policía Local de Cehegín, los primeros que se personaron en el lugar. El hombre no opuso resistencia alguna a ser detenido.

«Si entra, la mata»

«Se puso debajo de un árbol. Se quedó sentado, llamándola a ella... y ella lo llamaba a él», cuenta. A este respecto, insiste en que «él tenía intención de entrar al bar porque ella lo llamaba».

La víctima, herida y consciente, «me estaba dando lástima, de estarla viendo echando sangre, después de lo que le había hecho, y todavía lo estaba llamando», cuenta la hostelera.

Víctima y agresor se comunicaban, ambos búlgaros, se comunicaban en un idioma que María no comprendió. «Yo lo único que entendí en español era que él le decía puta», admite.

Sobre si la pareja era habitual de su restaurante, señaló que «me han comentado que alguna vez habían estado por aquí, pero yo es la primera vez que los veo». María señala que «creo que hice lo que tenía que hacer, evitar que entrara», a lo que añadió que «si entra la mata, como estaba en ese momento la mata. Era para verlo, no paraba de darle patadas».