La ciudad de Lorca recibió otro golpe al principio de la jornada de ayer, cuando trataban de organizar las tareas tras el terrible terremoto: a las ocho víctimas mortales se sumaba otra, una novena persona que había fallecido tras pasar la noche debatiéndose entre la vida y la muerte en el hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia.

Los lorquinos que podían interrumpir las tareas de desescombro y de búsqueda de sus enseres en los restos de sus viviendas, se acercaron al tanatorio Lázaro Soto de Lorca donde, a primera hora de la tarde, fueron trasladados los cadáveres de las víctimas. Amigos y familiares de Juani Canales López, Juan Salinas Navarro, Raúl Guerrero Molina y Rafael Mateos Rodríguez, lloraron a sus allegados en el velatorio. El cuerpo de la mujer de 37 años fallecida, Antonia Sánchez, fue velado en el tanatorio de Puerto Lumbreras, y el cadáver de Emilia Moreno, de 22 años y embarazada, estuvo acompañado de sus familiares en su domicilio, en la más estricta intimidad. La última mujer que falleció en el hospital de la Arrixaca, no llegó al tanatorio hasta última hora de ayer, aunque su nombre

permaneció desde las cuatro en la sala que le habían asignado.

Lágrimas, abrazos, y palabras de recuerdo. Esa era la escena vivida en el tanatorio, tanto en el interior de las salas y de la capilla, que tuvo que habilitarse para acoger a dos fallecidos, como en la calle o en la cafetería, donde los padres, hijos o primos de las víctimas trataban de consolarse unos a otros. «¿Ay, mamá... ¿qué voy a hacer sin ti? Tú eras mi vida, mi ejemplo, la persona más luchadora que he conocido», decía Alejandro, el hijo de Juani Canales, que profesaba tal amor hacia su madre que antepuso su apellido al paternal. Su llanto y el de su hermano Óscar Manuel, sordomudo, que estuvo acompañado por sus amigos, eran los más visibles al público, porque estaban a las puertas del tanatorio.

Los psicólogos iban y venían, entrando en cada sala, apoyando a los familiares desconsolados. Los voluntarios de Cruz Roja intentaban que comieran algo porque llevaban «desde que recibieron la noticia sin probar bocado».

Unos pocos tomaban el bocadillo que les cedían, pero no lo probaban. «Esta sensación de desamparo, de desconsuelo, hay que vivirla en primera persona», contaba uno de los familiares, explicando que «perder una casa no es nada comparado con que se te muera un hijo sin esperarlo».

«Mi vida ha cambiado en unos segundos, por la mala suerte», contaba la hermana de uno de los muertos por el impacto de un ladrillo. «Sin duda, la peor sensación fue la de la angustia que vivimos ayer, cuando tratábamos de localizar a mi hermano y no sabíamos nada de él –llora la joven–, luego nos dijeron que estaba en la lista de desaparecidos, pero a esas alturas, todos llorábamos su muerte».