El Mazda CX-3 es un coche ideal para aquellos que buscan una estética todocamino sin renunciar al dinamismo que ofrecen los compactos «tradicionales». Y es que pocos modelos son capaces de brindar tanta estabilidad, aplomo en el paso por curva y velocidad de respuesta con una carrocería elevada.

El último CX-3 en caer en nuestras manos fue una unidad del modelo actualizado en 2018, con el motor gasolina 2.0 Skyactiv-G de 121CV, cambio manual de seis relaciones y tracción delantera. No solemos comenzar las pruebas hablando de aspectos negativos del vehículo, pero resulta que prácticamente el único que realmente podríamos enumerar de este modelo nos lo encontramos nada más arrancar car el motor. Se trata del ruido excesivo del propulsor, especialmente cuando está frío. Pese a que no llega ser molesto, ni se traduce tampoco en vibraciones incómodas en el habitáculo, sí es cierto que lo vimos demasiado elevado incluso para tratarse de un motor gasolina atmosférico.

Por todo lo demás, el 2.0 Skyactiv-G nos pareció realmente bueno. Es más, lo destacaríamos como un motor de comportamiento suave y agradable, por contradictorio que parezca. A bajas revoluciones es un propulsor muy fino y de reacciones progresivas que encaja perfectamente en el uso urbano que que se le presupone al CX-3.

Pero la cosa cambia cuando se busca la parte alta del cuentarevoluciones. En esta franja es donde se exprimen al máximo los 121 cv y 207 Nm, para encontrar unas reacciones vivas y contundentes. Para mantener este ritmo hay que jugar bastante con el cambio de marchas, lo que en caso del CX-3 es un auténtico placer, ya que monta la habitual caja de cambios manual de Mazda, de palanca y recorridos cortos y tacto duro y deportivo.

Pegado al suelo

Como decíamos al principio, los ingenieros de Mazda han sabido llevar la contraria a las leyes de la física para que la altura de la carrocería no se deje notar en el paso por curva. El CX-3 ofrece el mismo aplomo que un coche «bajito», transmitiendo por tanto un alto grado de seguridad al conductor, que es lo que al fin y al cabo permite exprimir al máximo las prestaciones de un vehículo.

Esta sintonía con el coche es resultado de ese «drive together» que la marca japonesa atesora como slogan y ley motive. Cuando uno se pone a los mandos del CX-3 o de cualquier Mazda, siente un control total sobre el vehículo, resultado de la fidelidad con la que responde el motor, la dirección o la amortiguación, entre otros elementos. Cada movimiento de volante se traduce con una precisión casi milimétrica en el guiado del coche, de modo que éste pasa exactamente allá por donde fija la vista el conductor. Y como decíamos, esto es realmente complicado en un coche alto por las inevitables oscilaciones que generan las carrocerías elevadas.

Mazda ha mitigado estos balanceos a través de unas amortiguaciones revisadas en la última actualización del modelo, que no sólo aportan más estabilidad sino, como pudimos comprobar en el trayecto por carretera, más confort y calidad de rodadura.

Fácil de llevar

El CX-3 es un coche que ofrece un excelente comportamiento en carretera, pero sus ajustadas dimensiones, su facilidad de manejo y su altura, lo convierten a su vez en un vehículo idóneo para moverse por la ciudad.

El volante, la palanca de cambios, y los pedales tienen un tacto suave y agradable, lo que evita la fatiga en largos atascos. Su elevación es perfecta para tener una vista más amplia y facilitar las maniobras de aparcamiento, a la vez que la viveza de su motor y sus ajustadas dimensiones le permiten moverse con agilidad entre el tráfico.