Bien sabe el vecino de esta ilustre villa la importancia que tuvo el oficio de tratante de ganado, ese personaje que dedicaba su actividad a la compra- venta del ganado, yendo de un sitio a otro donde había feria, que a veces estaba desplazada; lo que hacía con una profesionalidad y tino, con cierto gracejo en su forma de vestir y de conversar, que dejaba un señuelo singular en el acerbo de este oficio, émulo de otros que hemos ido viendo en nuestra trayectoria por el paisaje morisco y variopinto de esta villa envuelta en tradiciones y anécdotas de diverso carácter.

Y es que, en este momento no puede este cronista que busca encuentros por estas tierras, evocar escenas de nuestra literatura picaresca relacionadas con esta figura típica en su atavío, que se le veía caminando de pueblo en pueblo con sus mulas y yeguas, pendientes mas de vender y sacar una buena soldada, que perder tiempo en acicalar aquellas, que en ocasiones se vendían baratas, aunque llenas de esparavones en los pies, y con un ojo pasado por agua, como le sucede a Marcos de Obregón en sus viajes por regiones españolas.

Y aún era de más entidad y premura dar por sentado, en estas ferias tradicionales la presencia del chalán procedente del pueblo gitano, más diestro en tramitar el trato con la verborrea de su estirpe, en su forma de actuar, ya veterano en estas lides. Y sobre todo cuando, con su aporte y falta de 'manró', se las tenía que buscar para llevar a su prole el necesario 'jalipei', que duro le era cuando le azotaba el clima y le acosaba la vida en sus acampadas feriales.

Era sin duda un goce otear por lontananza a estos hombres amantes de la naturaleza provistos con su chambra y su garrote, conocedores de ocasos y lunas de misterio; avanzar con sus bestias más o menos endilgadas, para asentarse en alguna feria, que muchas hay, con el fin de sacar un pequeño salario y celebrar el famoso trato en un apretón de manos. Y es que ello lo hacían por costumbre inveterada, que es la más pura forma de completar el contrato por mucho que los códigos digan lo contrario.

Cada feria de ganado tiene su contenido económico como pintoresco, manteniendo una recia entidad de fines comerciales que siempre han sido base de una ingente economía. De ahí la serie de ferias famosas que desde la de Plasencia a la más humilde de nuestros pueblos, componen un mosaico de este tipo de actividad que dejan buenos beneficios a todo nivel. Las hubo en concejos como Mula y en la zona del Cagitán, en un radio que llega a Santiago de la Espada sin desdorar la que se desarrollaba en Alcantarilla, cita de encuentros de tratantes de ganado.

Es de tal guisa que Ricote cuenta con una amplia tradición en este oficio que, como el de recovero y otros menores, deja un mosaico de maneras tan ricas como costumbristas en este antiguo oficio de comprar el animal y venderlo al interesado, conformando unos actos de cierta liturgia mantenida a lo largo del tiempo.

Y si no que se lo digan al que fuera maestro en tales faenas Francisco López Guillamón 'Paco de Portillo', a veces acompañado de Rafaelico el carnicero y su hermano Rogelio, o Jesús Cuadrado Yelo, que junto con el esquilador Perico Chalas, proponían ventas de ganado, acicalando lo mejor posible a yeguas y burros con el esmero preciso. Y para ello habían de utilizar al veterinario del lugar a los efectos de inspeccionar la edad, dentadura y cualquier otro defecto en lo 'remos' o patas del animal y poder vender al mejor precio el material semoviente que transportaban de un sitio a otro, sin utilizar remedios que le podrían salir caros como sucedía a algún que otro pícaro o chalán a la vieja usanza.

Y es que ello a veces era una regla en aquel que regateaba lo suficiente hasta dejar exhausto al comprador, que por sí mismo sustituía al técnico en enfermedades de los animales, con lo que dejaba zanjado el agrio tema de tal adquisición del animal. Que en ello los tratantes de Ricote conocían, como nadie estas efusiones picarescas que formaban parte del estilo de truhanes y timadores, que los había y hay en este mundo ferial donde unos miran, otros escuchan y los menos se dedican a su trabajo.

De este menester era Jesús de la Consuelo, el Tiznes, como Silverio, casado con la Agustina y con un hijo con salero que terminó siendo Guardia Civil para mayor honra. Por supuesto no se puede orillar a buenos tratantes como Jesús Guillamón Guillamón que también trabajaba en Archena, Domingo de Alfonso y Fidelio Saorín Gómez, quienes conocían todas las ardides del oficio y no eran ajenos a las aventuras y malos momentos que pasaban en los caminos, tanto para adquirir el ganado como llevarlo a la feria consecutiva: todo un trajín que ocasionaba en ocasiones señaladas aventuras.

Que no se puede olvidar el empeño de tales personajes diestros en estas cuitas como desenvueltos en el argot del oficio, a los que no se no se les timaba un tanto, sabedores de las argucias de algún que otro gitano en dar tersura al jamelgo utilizando conjuros de brujas para emperifollarlo, que a veces daba el timo; consumado actor de gestos, que imponía por su atuendo donde no le faltaba la fusca, pero que no por utilizar sus artes, en el engorde del animal, dejaba de aparece aquella como escuálida efigie de fantasma, aunque pudiera engañar al más exquisito interesado.

Otra cosa era, por lo que he podido escuchar entre los más venerables del lugar, el esfuerzo de estos tratantes en desplazarse para adquirir el género preciso, que hacían en la famosa feria de Mula y alrededores, volviendo con el ganado adquirido por un trayecto de veredas que es para contar. No era extraño que a lo largo del camino dieran con gitanos que, vestidos con sus chalecos ennegrecidos y provistos de su matuca portaran, a su vez las bestias, en busca de alguna feria donde incrementar el precio de las mismas.

Y era usual que gastaran horas en describir aventuras mientras descansaban junto a la sombra de un árbol, donde el 'callí', ponía hartura a sus versiones por esos campos de su desventurada vida. Eso sí, placentera y muy adecuada a su manera, pues que finalmente quedaba todo como antes y cada uno volvía a su destino.

El de nuestro tratante era buscar posada para recuperarse de lo andado, lo que según tengo entendido lo solían hacer en la 'Casa Feliciano', que se adosaba en una de las calles de la pedanía los Torraos, de Ceutí, donde podían arreglarse el estómago con una buena pitanza en la que no faltaba la carne ni el buen vino. Que una vez sosegados volvían a su camino con el ánimo de llegar a Alcantarilla para posar el ganado en su espacio ferial, que a la sazón se ubicaba junto al convento de los Padres Mínimos lindando con el viejo cementerio. Y es allí donde pernoctaban en casa de la ya conocida 'Dolores la Comina', para, con el alba seguir sus cuitas.

No era fácil el oficio, por lo que cuentan muchos de estos trotamundos que desde Ricote partían con sus ganados hacia las ferias oportunas, dejando la calma de sus hogares por un tiempo.

A lo que más se ajustaban era a consumar el arte del trato del animal que forjaba una liturgia de sobra conocida por los más expertos, pues entre el vendedor y comprador se deslizaba un espacio de nervio y algarabía, donde uno de ellos no cejaba de ver la apreciada res de forma incansable, cual auscultar sus dientes, palpar con esmero las orejas del animal y otros reclamos que a veces, por lo de la picaresca, el vendedor trataba de ocultar aunque tuviera el animal esparavones y sus ojos como cristales apagados.

Que lo importante era, entre el fragor del mundo ferial llegar al trato ajustando o desajustando lo que el regateo exigía hasta el remate final, aunque fuera con la intervención de un tercero. Todo terminaba con un apretón de manos entre ambos intervinientes y la celebración del alboroque en el bar inmediato. La feria seguía con sus encuadres costumbristas que son para otra ocasión.