Defiende Nacho Guerreros que, como actor, tiene la obligación de «comprometerse» con la sociedad; de alzar su voz y de prestársela a quien no la tiene. Muy popular por su papel en La que se avecina, hace un año publicó Yo también sufrí bullying, un libro en primera persona contra el acoso escolar. Ahora protagoniza Juguetes rotos, una obra de Carolina Román en la que comparte escenario con Kike Guaza y que supone una reflexión sobre la identidad sexual de los que no encajan en el «bullying de la vida».

Como Juguetes rotos habla del autodescubrimiento, le presto unas líneas para que Nacho Guerreros le pregunte a Nacho Guerreros lo que le apetezca.

Yo me preguntaría a mí mismo qué fue lo que me llevó a hacer esta obra, Juguetes rotos.

¿Y qué respuesta le daría?

Que llevo haciendo muchísimos años comedia en televisión y teatro y que me apetecía cambiar de registro, que esta es una función que combina el drama y el humor, y, sobre todo, que porque quería dar voz a quienes no la tienen. Tenemos que recordar que estas personas que sufren marginación, porque un transexual está totalmente marginado, no tienen muchas posibilidades de alzar la voz y creo que los actores tenemos la obligación de estar comprometidos con la sociedad en la que vivimos. Yo estoy comprometido con cualquier causa para dar voz a la gente que no la tiene o que la sociedad no escucha. Juguetes rotos es una función muy bonita y la gente sale emocionada del teatro porque es positiva, pero invita a reflexionar, aunque ahora hay mucha gente que no quiere pensar cuando es importante pensar hacia dónde vamos y hacia dónde nos dirigimos.

A Mario, el protagonista de la obra y a quien usted da vida, ¿qué le preguntaría?

Que en qué momento sintió la necesidad de salir de la jaula. Creo que respondería que fue por frustración, por no sentirse a gusto con lo que es y sentir que en otro sitio lo podría lograr. Quizá encuentre su sitio y pueda sentirse satisfecho con su sexualidad y descubrir que hay más cosas aparte de las que nos han enseñado. Vivimos en un mundo demasiado reducido, pero hay más allá.

¡Qué duro debe ser vivir enjaulado!

Durísimo.

¿No cree que, de una u otra manera, todos estamos enjaulados?

Nadie es libre cien por cien; todos tenemos nuestra propia jaula. Ahora, sobre todo en las redes sociales, cualquiera se cree con derecho a censurarte y te dan cada mazazo... Sufrimos una involución que parece que no termina nunca.

¿En la interpretación siente que cada vez hay menos libertad ?

En todo. Tengo 47 años y recuerdo cómo se vivieron los ochenta. Cuando yo llegué a Madrid ésta era una ciudad libre y ahora es como que todos somos iguales. Ahora, cuando te sales de la norma, se te juzga, te pasan la guillotina y te rechazan porque no das con el canon que la sociedad tiene preparado para ti desde que naces.

Su personaje dice que «la segunda vida comienza cuando descubres que sólo tienes una»

El problema es que tenemos muchos prejuicios. Aunque uno se crea la persona más libre del mundo, siempre hay algo que te impide dar un paso más. Ahora siempre tenemos un juzgador frente a nosotros y eso es triste porque vivimos cuatro días y yo, la verdad, los quiero aprovechar.

Ahora, y más en su profesión, hay mucho 'postureo'.

Y se pierde mucho el tiempo mostrando una felicidad ficticia, porque es imposible que uno sonría a cualquier hora. Las redes sociales no son la vida real.

¿Por qué nos engañamos y nos ponemos trabas unos a otros?

Porque nosotros mismos nos estamos cavando nuestra propia tumba. La decadencia de la sociedad la creamos nosotros.

Sí, pero que en pleno siglo XXI se siga marginando a quien tenga problemas de identidad sexual es muy triste.

Y duro. La medicina y la ciencia han avanzado muchísimo, pero en conciencia hemos involucionado, y cada vez empatizamos menos con el otro. A veces, y hay que decirlo, la sociedad te sorprende cuando hay una catástrofe y nos volcamos todos, pero cuando vemos a alguien ‘raro’ por la calle y que no corresponde a la imagen que tenemos de sociedad, le miramos mal.

No estamos preparados.

No, no lo estamos, pero no pierdo la esperanza. Hay una parte de la sociedad a la que le cuesta más avanzar. En Juguetes rotos no hacemos un alegato de nada y solo mostramos un fragmento de la vida de una persona ficticia.

¿Por qué para Mario la felicidad tiene un precio y para el resto no?

El concepto de felicidad es tan subjetivo... Yo creo que la felicidad no existe porque cuanto más tenemos menos felices somos. Vivimos en una contradicción perpetua; tengo mucho, me aburro y voy a joder al de enfrente. Ahora tenemos mucho tiempo para mirar al otro.

¿Hay algo que haya aprendido a raíz de sumergirse en esta gran reflexión sobre la identidad sexual y de género?

He aprendido cosas que no sabía y he descubierto que hay muchos sexos, no solo hombre, mujer y viceversa. Hemos conocido a una persona, Mayte, que antes se llamaba Juan, pero a la que le gustan las chicas. Yo ese concepto no lo conocía. Siempre pensé que un chico que se cambiaba de sexo se tenía que sentir atraído por el sexo opuesto, y no.

¿Ha sido complicado tratar un tema tan delicado como este?

Ahí Carolina Román, que es la autora y directora, ha tenido una visión muy bella, elegante y sobria del tema. La obra no puede herir susceptibilidades porque no cae en la vulgaridad.