Una de las mejores profesiones del mundo es la de maestra, para qué os voy a engañar. Es la que mayores satisfacciones da en la vida propia, pero sobre todo es la que mayores logros y recompensas tiene en aquellos sobre los que se ejerce a lo largo de los años, en la de todo el alumnado que pasan por las aulas año tras año.

La vuelta al cole es un rito iniciático que emprendemos todos los años las familias: en una época de nuestras vidas como alumnos, en otra como padres y madres, y en otra como maestros en un aula de primaria, secundaria, universidad o de cualquier centro en el que se impartan enseñanzas regladas o no.

Septiembre es tiempo de olor a libros recién comprados, a goma, a papel, a forro de libros, a ceras y témperas, a plastilina... Septiembre es el mes en el que empieza todo. No hay un camino exacto que nos vaya a asegurar cuál es la mejor ruta en un colegio, en un aula o en un patio, pero sí que hay unas directrices a las que todos deberíamos de asomarnos y prestar atención cada año para procurar a lo largo del curso ser efectivos tanto en aspectos emocionales como académicos con los más pequeños de la casa, y en general con todo niño o niña que empiece estos días su andadura escolar.

El primer día de colegio es un día especial, de encuentros, de vuelta a ver a todos esos amigos de fila y de pupitre, separados por baños de piscina de cloro y aguas marinas y saladas. Es día de llegar con la mochila nueva -si has tenido suerte de que te la compren- o de llevar la del año anterior, lo que es señal de que la cuidaste. Y es día de acompañar a nuestros hijos, pues si para ellos es un bien preciado su grupo de iguales, que son los amigos, llegar de la mano de los padres, abuelos o personas más cercanas les confiere seguridad y apego, así que si el resto del curso van a ir en bus al colegio o con otras personas que no sean la familia, es recomendable acompañarles de vez en cuando en este trayecto para infundirles fuerza y el apoyo de su familia.

Todos los colegios son los mejores del mundo, y lo son porque en todos cabe el desarrollo hasta donde uno quiera llegar. Así hemos de transmitírselo a nuestros hijos: «Tú colegio es fantástico, tus profesores y tus compañeros son geniales». Con una motivación ya desde casa, animamos a que los niños encuentren en la escuela su espacio, su punto de encuentro, su punto de desarrollo personal, emocional y académico.

Os invito a que os impliquéis con el colegio, con la comunidad escolar que conforman el resto de padres y madres con los que vuestros hijos compartirán todo el curso, y que conozcáis las instalaciones de vuestros colegios, que la cosa no es dejar a un niño en la puerta y recogerlo sin más preocupación. Un colegio es un ente vivo, un lugar en el que se pueden compartir cientos de experiencias positivas y enriquecedoras más allá del grupo de WhatsApp preguntando por los deberes que no han apuntado o qué examen es el siguiente; hay que hacer piña, hacer comunidad.

Es importante que en el trayecto diario con nuestros peques les escuchemos, les preguntemos, a la ida, a la vuelta, que nos cuenten con quiénes juegan, a qué juegan, qué han aprendido cada día en el colegio, y que construyamos y ampliemos con ellos en casa lo que han estudiado. Por ello, os recomiendo sentarse una tarde y ojear de qué van los libros de nuestros pequeños, qué temas están viendo, porque así, en casa, a la hora de la cena, en ese momento en el que acaba el día y es de suponer que toda la familia está en casa, podemos hablarles desde nuestra perspectiva y ampliarles conocimientos. Que nos cuenten, que desarrollen a través de la palabra la oratoria por medio del relato, porque así ellos construyen por medio del lenguaje el propio conocimiento, ampliándolo y reforzándolo. Sólo se sabe aquello que se es capaz de explicar, así que, demos recursos.

La escuela es el lugar en el que pasan más tiempo; es, tras la biológica, el lugar en el que tienen su segunda familia, y es por ello por lo que hemos de ser parte de ese proyecto educativo y emocional en el que se van a ver inmersos. Y sobre todas las cosas, hacer cada día el ´Efecto Pigmalión´ con los niños. Ellos son el reflejo de lo que nosotros esperamos de ellos, hagamos ver que son capaces de hacer lo que se propongan, no les cortemos las alas, no les digamos que son torpes o tontos, adaptémonos a sus tiempos. Cada niño es un mundo, con su inteligencia, con sus emociones, con sus habilidades y dificultades, pero también con sus sueños y esperanzas.

Seamos, ante todo, la ilusión y la mano que les levante cuando caigan en el camino, y que les diga a todo niño: tú vales y tú eres especial. Confiemos en todo el profesorado que tenemos, que lo dan todo.