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Con acento

Yo también lloré de emoción con Nadal

Yo también lloré de emoción con Nadal

Rafa Nadal encaró nervioso el partido más importante de su vida. Si ganaba al ruso Medveded, número 2 del mundo, se podría retirar tranquilo. Iba a sumar 21 Grand Slam, más que ningún otro jugador en el mundo y, por lo tanto, se podía despedir como el mejor de todos los tiempos. Pero Nadal acababa de superar el COVID. Llevaba prácticamente cinco meses sin competir debido a la operación en su escafoides, en el pie izquierdo que se había partido en dos. Y aunque acababa de ganar un torneo en Melbourne previo al Open de Australia, sabía que con tenacidad, ratonería y, mucha fe, se había ido desembarazando de todos sus rivales hasta llegar a la final. Pero le esperaba un ruso lenguaraz y descarado que estaba convencido de que le podría pasar por encima como si fuera una apisonadora. Se equivocaba. Nadal y solo Nadal hace posible lo imposible.

Sea como fuere debo reconocer que esta vez yo no contaba con que pudiese superar al ruso. Hay diez años de diferencia entre ellos y Medveded llegaba al partido con un nivel de confianza total. Con un tenis rotundo y demoledor y un primer saque definitivo. Y en cambio, Nadal acababa destrozado cada partido porque ya casi tiene 36 años (los cumple en junio) y las lesiones y el COVID le estaban pasando factura. Por eso, cuando perdió los dos primeros sets, apagué la televisión y me fui a pasear para recuperar una lesión parecida a la suya.

Y a cada paso sentí el dolor que estaba sintiendo Nadal mientras jugaba su partido. Y me pregunté qué cabeza hay que tener para soportar eso y estar jugando la final del Open de Australia. Y de cuando en cuando, una mirada furtiva al marcador desde mi teléfono. Increíble, el partido no solo no se había acabado, sino que Nadal estaba ganando el tercer set. Remar -me dije- para morir en la orilla. Pero de repente el Whatshapp empezó a echar humo. «Que ha ganado el tercer set», me comunica mi hermano, «y esto no esta perdido». Y al instante, varios amigos preguntándome ¿pero no estás viendo el partido? Y mi respuesta siempre la misma, no, por primera vez en mi vida no puedo verlo porque no quiero verle perder. Estoy tan metido dentro de su piel que parece que el partido lo estoy jugando yo.

Al cabo, llamada de mi amigo Arturo González para anunciarme que Nadal ha igualado el partido y todo se va a decidir en el quinto set.

Y ahora es cuando ya no me quiero conectar con mi teléfono a Eurosport de ninguna manera porque después de tanta alegría no voy a poder soportar la crueldad que tantas veces tiene el deporte.

Y ya dejo que el timbre del Whatshapp me vaya alertando de cada juego hasta el milagro final.

«Estoy temblando», me dice mi amigo Arturo González, «mejor dicho, estoy llorando, joder, estoy llorando, esto no se puede explicar con palabras: ha ganado!!!. Y entonces noto que yo estoy llorando también. Porque pienso en su sacrificio, en sus ganas inagotables de ganar, en su confianza. Me lo había anticipado mi amigo Arturo. «He visto en la cara de Nadal cuando perdía una enorme confianza y eso me ha tranquilizado. Nadie lee como él los partidos. Creo que pensaba que lo iba a ganar, aún yendo por debajo».

«El ruso, en cambio, está desesperado. Ha vuelto a echarse el público encima al aplaudir con su raqueta un fallo suyo y les ha dicho que son mentes enfermas que lo tienen que haber pasado muy mal en la vida. ¡Mentes vacías! Y le ha pedido al juez del partido que ponga orden porque se está jugando una final del Grand Slam y entre el público hay muchos idiotas.

Qué duro es jugar al tenis, le dijeron a Nadal al final del partido. «No. Lo duro es lo que están haciendo los sanitarios luchando contra ese bicho maldito».

Qué importante inyección de moral par un país como el nuestro que lo necesita tanto, con los políticos enfrentados, la enfermedad en su punto más álgido, la luz por las nubes, el gasóleo por un precio desorbitado y la gente peleándose por las necedades de este o aquella ministra.

Que nadie intente analizar ni buscar explicaciones a la victoria de Nadal, ha dicho su compañero Feliciano López. Simplemente, disfrútenlo… ¿Cómo se pueden transmitir tantas emociones golpeando una bola?

«Enhorabuena a Nadal por su 21 Gand Slam. Increíble logro», ha afirmado, Djokovic, desde algún lugar del mundo, para añadir «impresionante siempre su espíritu de lucha. Y enhorabuena a Medveded que lo dio todo y jugó con la pasión y determinación que esperamos de él».

«Felicitaciones por ser el primero en ganar 21 títulos de Grand Slam», le escribe Roger Federer. «Hace unos meses hablábamos de que estábamos con muletas. Nunca subestimen a un gran campeón. Estoy orgulloso de compartir contigo esta Era. Eres una inspiración para mi y para innumerables personas en el mundo».

2-6, 6-7, 6-4, 6-4 y 7-5 en 5 horas y 24 minutos, en una final que pasará a la historia del tenis y que todos recordaremos a lo largo de nuestras vidas. Para Nadal, la gloria y un talón de 2.758.640 euros.

Nunca vi, me decía mi amigo Arturo, un público tan entregado a un jugador como el australiano a Nadal. Todos celebraron su victoria.

«Es uno de los momentos más felices de mi carrera», afirmó Nadal.

Su tío Toni Nadal señaló desde Manacor que lo que ha pasado en estas dos semanas es un milagro. Ni siquiera sabía si iba a poder viajar. Lo hizo más por ganas de volver a competir que por la posibilidad de ganar.

Y el mensaje de la Casa de S.M. el Rey fue el siguiente: «Rafa, se nos acaban los calificativos. No hay obstáculos para quien no tiene límites. El mejor tenis del mundo lo representas tú».

Y felicitaciones también para nuestra selección de balonmano, que obtuvo una medalla de plata en el Europeo al perder en la final ante Suecia por tan solo un gol de diferencia (26-25). Amarga derrota porque llegó en el último segundo.

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