Igual que el agua siempre busca lo hondo sin necesitar escrituras, el fútbol se orienta según la tabla. Zidane surfea las olas mansas que antes de diciembre lo zarandeaban encrespadas. Por el contrario, a Simeone lo están descabalgando del aura ilustre que lo adornaba.

El gabacho está encumbrado por los resultados, y es lógico que sea así, pero tampoco lo hagamos el mejor del mundo, aunque sí de los mejores porque maneja ni más ni menos que al Real Madrid.

Cierto es también que con su variación de sistema, que por otra parte intuíamos muchos—lo comentaba en el descanso con algunos amigos—, cambió el ritmo, la agresividad, la pausa, la velocidad y hasta la música contra el Atleti, más él mismo ha reconocido que el problema no eran los jugadores que cambió sino él mismo. Y le honra ese alarde de honestidad. Virtud que no es nueva en la figura más acertada de Florentino; ¡felicidades!

El artista Vinicius y el obrero cualificado Vázquez abrieron acertadamente el campo. Ahorro comentar lo sucedido porque ya se ha glosado lo suficiente, con Valverde de interior, que es su puesto; pero es importante señalar que Zidane les quitó argumentos a quienes aún defienden que no sabe leer los partidos. No solo sabe hacerlo sino que reconoce sus errores. Rara avis en el fútbol —imaginen a Mourinho haciendo algo así—, y por eso se está labrando un lugar señero en los banquillos; esos artilugios de muerte sobrevenida de una semana a otra. ¡Chapeau por don Zinedine!

Y como contrapartida, aparecen los antaño simpáticos de mentira, ahora convertidos en cicutas de ocasión. Cerezo, el presidente nominal atlético de la gran apariencia burlona, que quiere representar, no es sino un personajete de ocasión, bocadillo prestado y sitio de saltimbanqui sin más hechuras que no jugarse nada personal en ningún envite colchonero, por mucho que desee representar la nobleza atlética; más quisiera él. Está ahí porque lo quiso el patriarca Gil y su hijo lo ha respetado, también por conveniencia personal por su natural e inteligente aversión a la exposición pública. Respecto al asunto Cavani, con el trasfondo de la crisis rojiblanca, dice este gracioso productor cineasta que el Atlético no está para que lo ninguneen ni lo atraquen. ¡Claro que no! ya se bastan él y sus valedores. Como señalamos hace días, fichando, al lado de Bartomeu y de él mismo y su jefe Miguel Ángel, tras esta semana de pasión, Florentino Pérez sería Einstein.

El Real le ganó al Atlético porque jugó más y mejor. Todo lo demás son excusas; hasta con el penalti no señalado de Casemiro a Morata. ¿Porque los blancos tienen mejor plantilla? Sí. ¿Porque Zidane rectificó a tiempo? También. Y, sobre todo, porque Simeone, desgraciadamente para los colchoneros, ha perdido el sitio, que se diría en los toros. Y es que, no es fácil pasar de equipo aguerrido a jugón. Para eso, en el fútbol de élite, hace falta tiempo, dinero, visión y cultura deportiva sin divinidades que adorar. Y el Atlético navega demasiado tiempo en el «cholismo»; ¡«porca miséria»! Simeone no es más que un buen entrenador para equipos segundones o medianos y juego ramplón, que poco tienen que ver con competir a lo grande.

Y llegamos al portentoso talento que diseñaría el trazado del maratón urbano del domingo por la mañana en Murcia. Vamos a ver, campeón -sea quien sea, que no lo sé ni me importa-, hay al menos diez circuitos alternativos al trazado elegido, partiendo la séptima ciudad española de norte a sur desde Juan Carlos I, cerca de los concesionarios de coches, hasta la mismísima Ronda Sur frente a los nuevos juzgados. ¡De locos!

Con el tiempo primaveral que disfrutamos, las ventanillas bajas de los vehículos que me fui tropezando desde Ronda Norte a Juan Carlos I, intentándolo después por San Andrés, el Barrio del Carmen y la propia Ronda Sur para llegar a La Condomina, afloraban los insultos al concejal de Deportes, al alcalde y hacia el mismísimo presidente regional. Y todo para ver calles vacías en la que de vez en cuando aparecían uno o dos participantes al trote o caminando con caras de angustia sin nadie que esperara verlos pasar. ¿Merecía la pena fastidiar a miles de vecinos y conductores para tan magro espectáculo por tan mala planificación? ¿Sí? Pues vayan al psiquiatra. Sobre todo, haciéndolo sin avisar convenientemente.

¡Ay lumbreras, lumbreras€! O soberbio suficiente, que sería peor.