El Real Murcia andaba unos meses atrás de paseo por el parque de atracciones del Grupo IV. Su pulsera VIP, conseguida a base de esfuerzo y empuje, le permitía acceder a cada espectáculo sin hacer cola. A su llegada, todos quedaban a su espalda. Nadie era capaz de seguirle, bastante tenían con adivinar sus pasos. Pero un día, allá por marzo, el conjunto grana decidió entrar en la sala de los espejos deformantes. Y en un rato, su país de las maravillas, como Alicia cuando despierta del sueño al final del cuento de Lewis Carroll, se vino abajo. Más de dos meses después, ni José Manuel Aira ni sus chicos han sido capaces de escapar del reflejo mentiroso del cristal deformado. Los altos se ven cada vez más bajos, los fuertes son incapaces de sobreponerse a la debilidad y los guapos, como en la historia de la Bella y la Bestia, siguen sin comprender su fealdad.

La sexta prueba en Nueva Condomina tampoco resultó positiva. El Real Murcia volvió a estrellarse contra el cristal deformado, sin ser capaz de entender qué ha pasado para que su mundo ideal se haya escurrido como una pompa de jabón cuya magia desaparece con un pequeño roce de la mano. Es más, a las primeras de cambio, y pese al golpe dado por Chavero desde el punto de penalti, las mentes y las piernas de los granas dejaron de competir. Como una venda negra en los ojos, el Granada B, con apenas dos soplidos, elevó un muro inalcanzable para un equipo que si hace una semana salía herido de muerte en el Cartagonova, ayer prácticamente firmaba su acta de defunción. Ya no será campeón, categoría a la que el UCAM ha puesto su sello, con fecha y todo, pero eso solo puede ser la primera de las muchas malas noticias que la afición presagia después de sufrir el encuentro de ayer y de sentir las malas sensaciones acumuladas.

La primera incógnita se resolvía nada más llegar al campo. Arturo era el elegido para cambiar la dinámica del equipo. El canterano, con la mente limpia y las piernas descansadas, aparecía en el once titular en detrimento de Fran Moreno, que en una semana ha pasado de ser fundamental a no jugar ni un segundo. Esa era la sorpresa de José Manuel Aira. La conclusión a la que había llegado después de una crisis para la que el entrenador no tiene solución. Los otros diez, como le ocurría a Toshack cuando iba avanzando la semana, volvían a ser los mismos.

Y con los mismos, el Real Murcia siguió cavando su propia tumba. Javi López, Germán y Carlos Álvarez saltaron con la intención de romper cuanto antes el espejo, de escapar del trauma que les persigue. Y el malagueño tuvo la oportunidad en sus botas, pero Ditrievski se cruzó en su camino. Lo que no se consiguió en el primer minuto, sí llegó en el diecisiete. En otra combinación entre el '9' grana y el extremo favorito de Aira, Arturo fue derribado por el meta rojiblanco y el árbitro señaló la pena máxima.

Alejandro Chavero, que rejuvenece en las áreas contrarias como las flores en primavera, era el encargado de colocar el desfibrilador y devolver el latido al corazón de los murcianistas. Pero el trauma del Real Murcia es mucho mayor del esperado. No es cuestión de psicólogos, es hora de dar un paso más y acudir al psiquiatra, porque en un solo golpe, después de una perdida absurda en el centro del campo, el Granada B, concretamente Boateng, aprovechaba la inmovilidad de la zaga local y el desquicio de unos jugadores que, al igual que los bolos al fondo del pasillo, se limitaron a ver venir el disparo colocado del ganés al que ni Fernando, demasiado tapado, fue capaz de reaccionar.

Con las alarmas sonando en Nueva Condomina, los jugadores granas, en otras ocasiones superhéroes capaces de sobreponerse a cualquier adversidad, bajaron la cabeza y corrieron a esconderse en la madriguera o en el búnker, utilicen el término que más les atraiga. El runrún nervioso de la grada se contagiaba al campo, donde dos minutos después, Nico, tras una perdida absurda de Carlos Álvarez, cruzaba de nuevo el portal murcianista y, sin necesidad de llamar al timbre de Pumar, abría la nevera para, con una vaselina, brindar a la salud de un equipo visitante que, prácticamente andando, había conquistado una ciudad que hasta no hace mucho presumía de ser inexpugnable.

Si el gol Boateng había golpeado en las piernas,el tanto de Nico hizo diana en el corazón. No quedaba nada de los locales. Tampoco esperanza. Armando, Pumar, Jaume y Tomás Ruso eran como liliputienses en manos de un Gulliver que no necesitaba nada para manejar el centro del campo y hacer sangre cada vez que Sergio y Boateng intentaban abrir el campo en busca de sus aliados en los flancos.

Sin ideas en el terreno de juego y con las malas noticias que llegaban de Cádiz, donde el UCAM no tuvo problemas para hacer los deberes, los pitos aparecían tímidamente en el estadio murciano, dejando la duda de si pedían más a los suyos o el descanso al árbitro. El que se marchó antes de tiempo fue Javi López. Una problema muscular le obligaba a dejar su sitio a Sergio García. Isi, por Tomás Ruso, sería la otra bala de Aira para la segunda parte.

Pero el Granada B seguía castigando la falta de equilibrio del Real Murcia. Con un centro del campo débil y sobrepasado -las ayudas prácticamente han dejado de existir-, a la defensa, bajo mínimos por la necesidad de arriesgar de Aira, solo le quedaba rezar. Pero ni con esas. Sergi Guardiola destapó la caja de los truenos desde el punto de penalti (1-3) y Wilson acabó de desnudar a los granas en el 84 (2-4).

Después de cada cuchillada, Germán, acompañado por un Chavero más suelto gracias a la consistencia aportada por Rafa de Vicente, quiso hacer ver a sus compañeros que era mejor morir de pie. Sergio García e Isi se apuntaron a la terapia del tinerfeño. Sin embargo, ya era demasiado tarde, el acta de defunción del Real Murcia estaba sobre la mesa. A José Manuel Aira, que parece empeñado en tropezar semana tras semana en la misma piedra, solo le queda hacer de Melisandre en Juego de Tronos. Aunque, también es cierto, que el leonés prefiere dejar la magia en el banquillo.