"Robinho necesita estar feliz", dijo el técnico alemán en la previa del partido. Bernd Schuster guardó el látigo y optó por el mimo a un jugador que ha estado sometido a examen desde que se vistió de blanco y deslumbró con su calidad técnica en unos minutos mágicos en Cádiz.

Desde aquella irrupción estelar, nunca en el Real Madrid se ha vuelto a ver al Robinho que si goleó y lideró a Brasil en el triunfo en la Copa América, al que deja al mundo con la boca abierta con un regate de dibujos animados en un metro de césped ante Ecuador.

El club ha dejado claro que los consentimientos permitidos a los "galácticos" se han acabado. Robinho no será el nuevo Ronaldo. El objetivo de la directiva va encaminado a asociar la imagen de los jugadores con el fútbol, no con discotecas y juergas nocturnas.

Schuster lo dice abiertamente. "Aún no hemos visto al verdadero Robinho". Y el brasileño respondió hoy, en la competición más prestigiosa, la Liga de Campeones, cuando era el centro de atención.

Estaba a mitad de camino de salir por la puerta grande o ser el centro de las críticas. Comenzó ganándose un aplauso. Sus ganas iniciales las selló con un pase en profundidad a Ruud Van Nistelrooy que acabó en gol de Raúl González.

Al minuto 13 sacaba de paseo sus bicicletas para sentar literalmente a un defensor, pero no acertar en la finalización de la jugada. Todo le sonreía hasta que el Olympiacos aprovechó un mal repliegue madridista para instalar el nerviosismo en el Bernabéu.

Con el viento en contra y ante un equipo con diez, cuando los griegos dieron la vuelta al partido fue fácil elegir la víctima.

Robinho aguantó los silbidos en dos malos controles pegado a la banda y terminó desatando el fútbol que lleva dentro.