Miguel Fructuoso es uno de los artistas más imprevisibles de la Región. Algunos le otorgarían el adjetivo ‘poliédrico’, tan recurrido por los expertos a la hora de catalogar a creadores de amplias miras. Pero el murciano lo que es es, ante todo, inquieto. Y valiente: lo suficientemente arrojado como para embarcarse sin excesivos miramientos en proyectos que navegan por territorios inexplorados. Por eso no ha tenido miedo en enfrentarse a un espacio complicado como es el de la Sala Verónicas; y no solo eso: Fructuoso no se ha limitado a adaptarse al entorno buscando cierta armonía, sino que se ha detenido, ha observado y ha emprendido un diálogo con esta antigua y desacralizada iglesia conventual.

El resultado es Mi famosa serie blanca; y, si no lo es todavía, esperen. Principalmente porque Fructuoso no es uno de esos artistas que pasen desapercibidos. De hecho, es, sin duda alguna, uno de los creadores murcianos con mayor proyección nacional e internacional, y como aval ahí queda su participación en ferias de prestigio como Arco, Artissima Turín, Forosur, Volta Basilea, Crossroads Londres, Maco México y Miart Milá, entre otras. Sin embargo, ayer quiso ser profeta en su tierra, y, como ayer, cada uno de los días que restan hasta el 8 de enero, cuando se clausurará la citada exposición, creada ex profeso para Verónicas.

El murciano, que a veces es caótico y, otras, geométrico; que a veces es colorido y, otras, oscuro, ha vuelto a pegar un volantazo (en términos artísticos) para presentar en este imponente espacio trece obras de gran envergadura en las que, a primera vista, prima la delicadeza (o, más bien, fragilidad) en el trazo y, sobre todo, el blanco. Sin embargo, según explica el artista, esta colección parte de amplias masas de pinturas acrílicas que, aplicadas de manera abundante y redimida, son las que desvelan una serie de líneas finas arrancadas directamente del lienzo cuando la pintura todavía está fresca. El resultado es «una pintura de gran carga gestual, que evidencia la espontaneidad y que permite distinguir dos momentos -señalan desde la Consejería de Cultura, responsable de Verónicas y, por tanto, de esta exposición-: el primero corresponde a la aplicación de las masas sobre la tela, cuyas idas y venidas vislumbran de manera clara los gestos de los brazos del pintor, y el segundo consiste en ir minuciosamente horadando esa capa todavía tierna, buscando bajo ella unas líneas de la imprimación negra originaria que permitan convertir en dibujo la capa inicial».

El consejero del ramo, Marcos Ortuño, presentó esta muestra en la mañana de ayer –horas antes de la inauguración oficial–, y de ella destacó precisamente la singularidad del proceso, el cómo se abordan estos cuadros a nivel formal –«como composiciones que cobran forma a contrarreloj», dijo–, y también, por supuesto, la madurez creativa de este pintor, «ya reconocido en los principales foros internacionales de arte», y su intensa búsqueda de «un grado cero de la pintura».

Por su parte, Fructuoso explica que las referencias de la serie blanca tienen un contexto histórico muy amplio. Comienzan en los primeros ejercicios monocromos de la historia de esta disciplina, como las páginas negras que el escritor y humorista irlandés Laurence Sterne incluyó en los primeros volúmenes de La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (1759-1767), y también nos llevan a pensar en Malevich y en las versiones de su Cuadrado negro, que reformularon la pintura del siglo XX. Y, por supuesto, en las líneas que el argentino Lucio Fontana arrancaba directamente a la tela y, con más proximidad, en Joan Hernández Pijuan.

En cuanto a los temas tratados por Fructuoso en esta ‘famosa serie blanca’, remiten a los géneros históricos que la pintura ha tocado de un modo recurrente hasta nuestros días. Sin embargo, estos pasan casi a un segundo plano si nos atenemos a la experiencia del visitante. De hecho, desde la Consejería apuntan que la de Verónicas es una muestra que «invita al paseo, a convivir con este inmenso espacio, pero manteniendo el pulso con el juego de sombras y luces que sacan a la superficie las molduras de los pilares y las cornisas»; en definitiva, a dejarse llevar y sumergirse en la propuesta del murciano, que desde el año 1996 ha realizado talleres de creación con artistas de referencia como Isidoro Valcárcel Medina, Isaki Lacuesta, Manolo Quejido y el colectivo Estrujenbank. También ha participado en la Bienal de Jóvenes Artistas de Europa y el Mediterráneo, en Roma; obtuvo una beca para una estancia en Nueva York de la Fundación Casa Pintada, y otra de producción del ICA para el proyecto Cohen-wesselmann Foundation.

Por cierto, la muestra de la Sala Verónicas, que es un referente nacional en la promoción del arte contemporáneo, se enmarca en la estrategia del Instituto de las Industrias Culturales y las Artes para la difusión de las artes plásticas. Este proyecto tiene tres grandes ejes: el ciclo de exposiciones en el que se enmarca Mi famosa serie blanca, la programación del Centro Párraga y el impulso de talentos emergentes a través de residencias y mentorías.