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Pedro Luis Ladrón de Gueva.ra

Entreletras

Un poeta del presente comprometido con el mundo

Pedro Luis Ladrón de Guevara (Cieza, 1959), catedrático de Literatura Italiana de la Universidad de Murcia, tras una larga trayectoria de investigador, poeta y traductor, además de narrador, ha publicado en Madrid (Huerga y Fierro) un nuevo libro de poesía, que pone de relieve la calidad de su palabra poética, en una nueva entrega muy implicada en la actualidad, junto a una evidente incursión en la visión introspectiva del propio yo lírico inmerso en las circunstancias del presente. Aunque el motivo inicial del que parte la estructura del libro es el mar, infinito para el poeta, que constituye el argumento poético de la sección inicial, otras cuatro estancias poéticas, nutridas de composiciones comprometidas, completan un volumen repleto de intensas representaciones del tiempo presente.

La visión del mar es desde luego estética, y los maestros italianos se hacen presentes en los cuadros de hermosura intensa, pero también hay una integración en reflexiones sobre la degradación ambiental y la pérdida de la inocencia de un mar que se quiere limpio y vivo, a pesar de las agresiones a que constantemente se ve sometido. Aunque del mismo modo hay espacio para las escenas familiares y la reflexión doméstica (final del verano), que surgirá en otros sectores del poemario (Navidad, familia, descendientes). Y al poeta, desde luego, le complace ese mar, porque naufragar es dulce en él, como le enseñó, y muy bien, su maestro Leopardi.

Sobresale Pedro Luis cuando reflexiona sobre sí mismo frente al espejo de la vida, con la tensión del tiempo y la reflexión de la edad. Las representaciones alegóricas y simbólicas (estación, ferrocarril, viaje) descubren una introspectiva indagación de lo trascurrido y un reflejo de la vida acaecida hasta el momento presente, que presiona compulsivamente sobre las reflexiones del poeta. Y muy certeramente, toda una sección del libro se titula Atalaya, la clásica atalaya de la senectud manriqueña, que el poeta, lector devoto de poetas longevos y supervivientes, sabe muy bien lo que significa en la biografía del escritor: tiempo presente, mundo vivido, etapas trascurridas, estaciones de tren atravesadas, destino final. Un muy simbólico reloj de arena, en un poema antológico, representará bien el sentido de estas cavilaciones sobre el tiempo y la edad con la imagen presente aún de la rosa mudable, eterna como la propia poesía.

Pero no hay rendición, porque el poeta vive en el mundo presente, y quiere testimoniar que los cuatro jinetes del Apocalipsis siguen por aquí, galopando en nuestro mundo. Si el hambre y la muerte se sienten implícitos en las reflexiones ecológicas sobre la supervivencia del mar y por encima del tiempo en las prolongaciones familiares, la peste y la guerra tendrán, cada una, una sección en el poemario. La pandemia ha establecido sentimientos que sobrepasan los noticieros para convertirse en puntos de reflexión que implican compromiso y revelan desolación ante lo implacable. Y, por supuesto, la guerra, vivida desde cerca por el ciudadano cosmopolita que conoce muchos espacios de la Europa sacrificada y siente de cerca el dolor de la sangre, la destrucción y la muerte. El poeta se fortalece entonces en su grito de protesta y surge el ciudadano comprometido que se revela ante la injusticia, la guerra y la muerte. Aunque en algún momento, en horas de pandemia, encuentre el consuelo en el arte eterno de los Ufizzi y sorprenda una enigmática enmascarada, recreada luego en la instantánea fotografiada por este poeta captador de miradas anónimas.

La vida universitaria, la sucesión de las promociones e incluso de las generaciones, las fiestas de graduación elevarán en el poemario espacios de dicha que compensan otras muchas pasiones negativas presentes en muchos poemas. Italia, la amada, la felizmente habitada en tantas etapas vitales, surgirá con su hermosura y con su lección eterna para compensar espacios que cerrarán el libro con amargas crónicas de guerra, cinco en total, que muestran al poeta comprometido y rebelde frente al descomunal jinete del Apocalipsis.

Se sitúa así Pedro Luis Ladrón de Guevara como un poeta del presente comprometido con su mundo, y muy capaz de conducir a su lector por los caminos de la existencia para mostrar, desde su mar infinito, que la vida permanece, que los tiempos pasan, que las memorias quedan y que nada le hace rendirse ante las adversidades del presente, ante las mutilaciones del universo patético de este nuevo siglo que se hace presente con su crueldad en un libro que, ante todo, quiere ser, por encima de las adversidades, una crónica de vida intensa y sincera, conseguida con la siempre fértil palabra de este poeta, filólogo al fin, que refleja en su voz sobre todo verdad y vida.

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