¿Para qué sirve el arte? Cuando alguien te hace esa pregunta es tan difícil poder explicar en pocas palabras la inmensidad de tan compleja respuesta… En realidad, aunque la propia pregunta resulta un tanto absurda, cada vez se escucha con más frecuencia y no es raro, vivimos en una sociedad que crece bajo el estigma de la novedad, donde lo antiguo se considera viejo, y por tanto inservible, pasado de moda, y lo más valioso ya no es lo mejor sino lo más viral, así que hacer comprender que el arte no es algo que sirve para un fin sino que es en sí mismo, una proclamación del todo y la nada, es algo complicado.

Cuando Hungría fue tomada por los alemanes en marzo de 1944 todas las mujeres judías de la ciudad con edades entre los 16 y 40 años fueron obligadas a reunirse en el campo de deportes de Budapest. Allí fue donde se conocieron dos jóvenes artistas, la pintora y escultora Edith Kiss y la fotógrafa Agnes Bartha. Tras ser obligadas a realizar trabajos forzados fueron deportadas al campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, donde más de ciento treinta mil prisioneras compartían no sólo la problemática de la saturación del espacio, sino el hambre, los abusos, la enfermedad, la desolación y en muchos casos sus últimos segundos de vida en la cámara de gas bajo la despiadada mirada de un buen número de supervisoras (‘La Hiena’ y ‘La Bestia’ eran algunos de los apodos que las reclusas les pusieron por la brutalidad con que las trataban). Junto con otras mil cien presas fueron seleccionadas para trabajar en la fábrica de Daimier-Benz, en la colocación de motores para los aviones del ejército alemán, y en julio de 1945 las mandaron de vuelta nuevamente a Ravensbrück, pero esta vez a pie, en una cruel marcha de la muerte donde sólo los más fuertes podían sobrevivir a la falta de comida y la deshidratación. Aquellas que no eran capaces de aguantar iban cayendo y muriendo en el camino…, aunque en realidad daba igual pues su regreso no tenía otro motivo que ser gaseadas al llegar. En uno de esos tramos del trayecto, ambas amigas consiguieron escapar, pero antes de encontrar un refugio donde guarecerse fueron violadas por soldados soviéticos. Al llegar a Budapest, Agnes permaneció ingresada en el hospital durante un mes hasta recuperarse del todo, mientras que Edith comenzó a pintar una serie de treinta gouches titulados Deportación en la que dejó reflejados algunos de aquellos momentos sufridos. La fuerza de aquel trabajo va más allá de su propia experiencia, se puede sentir el dolor y la desesperación, pero también la fraternidad entre sus protagonistas. Mujeres encerradas en un vagón de tren con el miedo dibujado en sus rostros, calentándose junto a una hoguera tras haber sido rociadas con agua en pleno invierno, trabajando bajo la nieve, famélicas, con la piel de color amarillo, sin fuerza... y lo peor, sin esperanza, esa misma que marcó a su propia creadora, pues tras abandonar el país con su nuevo marido su trabajo no sólo fue olvidado, sino que también fue vetado por no adaptarse a la pintura considerada oficial.

Otra pieza de 'Deportación', de Edith Kiss.

Otra pieza de 'Deportación', de Edith Kiss. L. O.

No muy lejos de Hungría y con tan sólo dieciocho años, Halina Olomucki fue enviada, como el resto de judíos, al gueto de Varsovia al estallar la Segunda Guerra Mundial. Como una necesidad que no podía controlar comenzó a dibujar todo lo que sucedía a su alrededor, desde niña siempre fue una gran observadora así que en ese nuevo contexto se dedicó a mirar con sus ojos de artista el discurrir del día a día, la miseria, el hambre, cómo la muerte se paseaba de aquí para allá por las calles de aquel extraño lugar, entre sus gentes. Fue deportada a Majdanek, ese nuevo destino iba a ser su fin, su grupo estaba sentenciado a morir, pero avispada consiguió engañar a los guardias uniéndose a unas cuantas mujeres que en ese momento pasaban cargando unos baldes de agua y así pudo salvar la vida. Se sentía mal, acabada, no tenía fuerzas, sólo podía estar acostada, ya no tenía ni ganas de seguir viviendo, hasta que un día el jefe de su bloque solicitó a un voluntario que tuviera conocimientos de arte para pintar propaganda política en los muros del campo y ella se ofreció. Quedó tan satisfecho con el resultado que le obsequió con café y unas rebanadas de pan. Acto seguido le encargaron decorar todas las paredes con pinturas mucho más complejas, la comida ya nunca le faltó, recuperó las fuerzas, y entre cada encargo pudo abastecerse en secreto del material necesario para realizar otro tipo de obras donde las mujeres que la rodeaban eran las únicas protagonistas.

Su siguiente destino fue Auschwitz, donde no solo continuó pintando para los altos cargos alemanes, que la recompensaban con viandas mucho más sustanciosas, sino que las propias presas le pedían retratos para ser en un futuro recordadas. Cada día vivido era para ellas una victoria y no sabían si verían la luz del siguiente, pero lo que sí tenían claro es que Halina iba a sobrevivir porque era artista, así que le pidieron que escondiera y guardara todos aquellos rostros pues sería lo único que quedara de ellas tras su paso por aquel lugar, la única huella de su existencia. En realidad, ella misma confesó que aquellos rostros estaban tan grabados en su memoria que podría volver a repetirlos incluso años después.

En otra nueva marcha de la muerte que comenzó en enero de 1945 encaminó sus pasos forzados hacia el campo de mujeres de Ravensbrück, aquel hacia el que más o menos por la misma fecha también se dirigían las dos amigas húngaras. Halina Olomucki fue liberada por los aliados poco tiempo después. Al igual que Edith Kiss, después de la guerra dibujó todos esos recuerdos para que quedaran como un documento visual de todo lo vivido. Aunque su nombre sigue sonando hoy extraño, pues pocos han oído hablar de ella, sus imágenes están ahí para hacernos recordar a todas aquellas mujeres asesinadas.

Una pieza de Halina Olomucki.

Una pieza de Halina Olomucki. L. O.

Si avanzamos en este mapa del horror un poco más hacia el norte, en Lituania, nos encontramos con la figura de Esther Lurie, ella ya era una artista de gran éxito cuando fue traslada al gueto de Kovno, a mediados de 1941. Con el firme propósito de dejar testimonio de todo lo que allí pasaba dibujó de la manera más fiel que pudo cada escena de lo que sucedía a su alrededor, lo consideraba como una obligación y a ella se entregó consciente de que aquellos acontecimientos importantes siempre permanecerían en la memoria, pero el sufrimiento de cada individuo sería al final olvidado. Al conocer su trabajo el propio consejo de ancianos que administraba el gueto le pidió que dejara constancia del día a día, pues reconocieron el valor histórico y testimonial que aquellas obras tenían. Pronto era conocida por todos, los vecinos la ayudaban, le cedían el cobijo de las ventanas de sus casas para protegerla, no era seguro pintar en plena calle y sobre todo les preocupaba el hecho de que aquellas pinturas no sobrevivieran ¿cómo podían ayudarla a salvaguardar su perdurabilidad?

Consciente de la fragilidad de sus vidas, supo anticiparse a los hechos que después sucedieron. Encargó a los ceramistas judíos una gran cantidad de jarrones por si la situación empeoraba poder esconder allí sus trabajos, como finalmente sucedió. En 1943 guardó unas doscientas obras entre acuarelas y dibujos. Un año más tarde, con la amenaza de la llegada del Ejército Rojo, los judíos fueron trasladados a diferentes campos de concentración y el gueto fue exterminado, quemaron todo para no dejar rastro, incluso dinamitaron los edificios. Mientras Esther Lurie fue obligada a marchar a Alemania y nada más se supo de sus obras. Solo once dibujos y acuarelas fueron rescatadas por Avraham Tory, secretario del consejo de ancianos. Del resto nunca se llegó a saber nada.

Con su llegada al campo de Stutthof, su labor de retratista entre las presas le sirvió para conseguir algo de comida: un dibujo a cambio de un trozo de pan.

Un autorretrato de Esther Lurie. L. O.

Si preguntáramos a todas estas artistas para qué sirve el arte su respuesta sería que para vivir, que para no enloquecer, para no olvidar, para encontrar justicia, para ser libre… Solo el arte tiene ese poder sanador. Las vidas de todas ellas pasarán como sombras que el tiempo hará disipar pero no así su obra, aquellas imágenes de la guerra siempre perdurarán.