Antonio Montalvo es el primer pintor que verá su obra monográfica colgada en el Gaya. Sí: el granadino inaugura esta tarde una línea de trabajo del museo que consiste en «encontrar pintores vivos, silenciosos, afinados con la voz» del murciano. Montalvo tampoco separa entre el arte y la vida. Dice que «todo es lo mismo: no hay alegría sin dolor, ni tristeza sin risa, ni risa sin llanto».

Suena imponente eso de ‘primer pintor vivo en exponer en el Gaya’.

La verdad es que sí [ríe]. Fue más normal cuando me lo propusieron, pero ahora lo ves en algún titular e impresiona. La verdad es que es un honor y un privilegio.

Dicen desde el museo que esta nueva iniciativa pretende acoger a pintores que tengan «una melodía parecida» a la de Gaya. ¿Se siente en esa línea?

Desde luego. Conozco y admiro a Ramón Gaya desde los 19 años, cuando estaba en segundo de carrera. Llegué a él por sus escritos, que me deslumbraron, no así tanto su pintura. Me gustó, evidentemente, pero no tanto como sus escritos. Claro, yo era un artista muy joven, no conocía la pintura ni la vida, y el proceso para llegar plenamente a su pintura fue más dilatada. Pero sí, claro que me siento identificado con Ramón Gaya y su forma de interpretar el arte.

¿Qué le deslumbró de sus textos?

Pues no solo literatura con mayúsculas, sino una manera de sentir el arte y la realidad, que son la misma cosa. El ‘arte verdadero’, como le llamaba él, es una cosa viva, y, por lo tanto, no tiene sentido hacer separación entre una cosa y otra.

En su obra marca un antes y un después el momento en que decidió abandonar las representaciones fotográficas para pintar al natural. ¿Por qué dio ese paso?

Por aburrimiento. La verdad es que estaba ya harto de usar la referencia fotográfica, que lo que hace es separarte del tema, poner muros entre tú y lo que estás pintando. Decidí no pintar nada que no pudiese ver, tocar u oler. Es una manera más sincera de estar en el mundo. No entiendo que la fotografía tenga el monopolio sobre la manera que tenemos de ver las cosas.

«Descubrí a Gaya con 19 años y me deslumbró su forma de entender el arte y la vida en sus escritos»

Había bastante de reivindicación de la propia pintura en ese cambio, entonces.

Claro. El problema es ese, que la mayor parte de la pintura contemporánea pasa por la fotografía, la utiliza como referencia, y eso la limita, hace que sea más uniforme y más plana.

¿Salvas algo de tu anterior etapa?

Le reconoces un valor, pero hay una parte de mí que me invita a darlo por superado e, incluso, a rechazarlo. Es la única manera de avanzar y mirar hacia otros horizontes. Intento no mirar demasiado el trabajo ya hecho.

Lo cotidiano es un pilar básico en tu pintura.

Sí, pinto cosas que tengo en mi entorno. Cosas de las que me enamoro en el día a día. Puede ser una flor, mi mujer, una amiga, el paisaje...Son cosas que me encuentro, sin más. Es el proceso contrario a lo que hacía antes, que era buscar, buscar y buscar. El tiempo te lleva a la conclusión de que lo que encuentras es más bello que lo que buscas.

Dice que si busca, no encuentra nada. ¿Cómo trabaja?

En base a enamoramientos. Voy por la calle, por mi casa, con mis amigos...y de repente surge un destello para pintar algo. Ese es mi momento de mayor felicidad, cuando surge algo que no comprendo cómo o por qué se me ha presentado ese momento íntimo de pintar esa calabaza, ese paisaje o a esa persona. Entonces me entrego a ese deseo, y punto. Ser pintor, escritor, poeta o músico consiste en eso, precisamente, en estar a merced de ese misterio. Hay también mucho de celebración, de querer acariciar esa realidad, ese paisaje, a esa persona, es como rescatar algunas cosas del torrente de la vida y ponerlas en el lugar que se merecen. Santificarlas, de alguna manera.

« En mi pintura hay una celebración de un instante cargada de una añoranza que me recuerda lo tremendo que es estar vivo»

También hay un poso de pintura clásica en tu obra, ¿qué busca en sus maestros?

No es algo premeditado, simplemente trabajo así. Uno no busca que haya tradición o pasado de la historia del arte en su trabajo, es algo que surge de forma natural. Las referencias son visibles y están ahí, claro.

¿Y en su propio pasado, qué busca?

He estado haciendo paisajes de mi infancia y diría que no es por mi historia personal con ellos, sino porque son paisajes maravillosos que no se han pintado. Me refiero a los Montes Orientales, aquí en Granada. Siempre me han llamado la atención, he pasado por ahí miles de veces y he llegado a la conclusión de que tenía que pintarlos. En este caso, no diría que la experiencia vital ha sido determinante.

Pero sí que hay una atmósfera de añoranza en sus cuadros.

Sí, claro. Hay una celebración de un instante, una celebración cargada de añoranza que me recuerda lo tremendo que es estar vivo. También hay dolor, porque sabes que ese instante es muy posible que no se vuelva a repetir.

¿La melancolía atenaza o es un motor creativo?

Es un ingrediente más. En el pasado sí que tuvo un peso muy específico, de hecho, una de mis exposiciones, en Santiago de Chile, en 2014, se tituló Bilis negra, que es cómo los griegos llamaban a la melancolía. Es que es todo lo mismo, no hay alegría sin dolor, ni tristeza sin risa, ni risa sin llanto...es todo lo mismo.