Dice Ángel Celada que, a estas alturas de la película, solo hay una cosa que tiene más o menos clara: «que la necesidad de expresarse es inherente al ser humano». Quizá por ello, el valenciano advierte de que para él «no es tarea fácil» el intentar explicar o interpretar su propio arte; especialmente, su último trabajo, Preludios, que hasta el 12 de enero se puede visitar en el espacio de la galería Léucade. Y es que, esta vez, Celada ha cambiado su forma de proceder, dejándose llevar por lo que el lienzo demandaba en cada momento y presentando ante el público murciano una serie de piezas en las que predominan los «gestos anárquicos» frente a la ‘dictadura’ del boceto. Ojo, lo ha disfrutado mucho, pero traducir esos chispazos en palabras debe ser complicado..., como explicar las emociones. 

¿A qué anteceden sus preludios? 

Anteceden a una pintura más elaborada y meditada. Los preludios vendrían a ser las primeras manchas, los primeros trazos de una pintura visceral y sin bocetos previos –en su fase inicial–, que voy tapando, construyendo y reconstruyendo capa tras capa, experiencia tras experiencia, y que concluye tras un largo proceso de ‘maduración’, solo que en esta ocasión esos gestos anárquicos han cobrado entidad propia y han decidido interpretar el papel protagonista.  

Estas obras son la continuación de un proyecto que usted presentó en la Keyhole Art Fair. ¿Dónde vio exactamente que había un hilo del que tirar? 

Tengo el estudio y la cabeza llenos de hilos. Siempre encuentro conexiones, caminos, puertas que abrir (tanto en activo como en reposo)..., lo cual es una presión mental importante, por cierto, ya que me crea la necesidad de ir con cierta urgencia al estudio a vomitar una amalgama de acontecimientos plásticos inútiles para el mundo, pero importantes para mí. O eso creo yo. 

El caso es que, cuando el año pasado hice la serie para la Keyhole Art Fair –con una técnica más espontánea, de primeras manchas, empastos, salpicaduras…– disfruté con el proceso y con el resultado, y vi un hilo del que tirar y jugar. Me acordé de la importancia teórica que siempre le he dado al acto creativo, al humor, a la capacidad expresiva y pura que tienen los niños, y decidí seguir hacia adelante burlando cualquier atisbo de sensatez y de complejo. Sentirse libre es una experiencia muy reconfortante.  

Exposición de Ángel Celada en Léucade. Israel Sánchez

¿Qué le provoca el proceso creativo, que tanto ha incidido en él? 

Me provoca una serie de emociones que no puedo encontrar en otro lado, que no soy capaz de describir sin que suene manido. Esa es un poco la gracia del arte hurgando en el terreno de lo sublime. Estar en faena, rasgando, quitando reservas, extendiendo pintura, pegando retales, olvidándote de todo, solamente actuando, sin pensar en casi nada…, no es que se llegue a alcanzar el nirvana, pero te entran emociones puras al descubrir ciertos matices, formas… Yo diría que me va reparando un poquito por dentro.  

¿Hay que ‘desaprender’ para valorar en su justa medida lo primario, la obra incipiente? 

Por una parte, diría que sí; al menos, saber hacer de vez en cuando el ejercicio de dejarse llevar, de dejar que ciertas impresiones avancen directas hacia el sistema límbico saltándose todos los filtros de lo aprendido. Hay un relato de Julio Cortázar, Hay que ser realmente idiota para…, en el que aborda magistralmente ese tema. Un hombre disfruta de los espectáculos con entusiasmo desbordante, sin filtros, pero percibe cómo su mujer aplaude más flojo, deja caer análisis sobre la mediocridad del vestuario, de puestas en escena adocenadas…, y resulta que la crítica siempre coincide con las impresiones de su mujer. Y él se siente un poquito idiota y mediocre… El caso es que olvidamos que lo sencillo a veces puede ser lo más hermoso o lo más auténtico. En cualquier caso, al menos, deberíamos saber cambiar de registro según el contexto y desempolvar el entusiasmo más a menudo. 

"Este trabajo es una oda a aquellos a los que les gusta pintar y pintan, con más o menos acierto, pero disfrutando y sintiendo emociones puras"

¿Esa reivindicación del proceso, del camino, es también una oda a la juventud? 

Supongo que sí. Ando pobre en certezas absolutas. La juventud es vida y energía. En un paralelismo con el proceso creativo, viene muy bien una dosis de desenfado y de ser consciente de que lo bueno es el camino, lo único verdadero. La pintura, o mi manera de hacer pintura, en mi caso, viene a ser una forma de intentar tener el espíritu joven. Además, la salud del cuerpo viene de lo que mande la cabeza, o sea que… todo son ventajas [Risas]. El asunto, más que una oda, es mantener la llama.  

¿Qué papel juega –si es que tiene algún hueco– la melancolía en esta mirada?  

Yo soy un melancólico que disimula todo el rato. Lo que no he podido disimular son los ojos tristes y ojerosos –melancólicos– que tengo desde que era pequeño. Esa mirada nostálgica… imagino que acaba notándose. Me gusta la estética de lo desgastado, la piel de la memoria. Del papel que juegue, no es algo de lo que sea muy consciente, pero seguro que contamina mi percepción.  

Aunque es un tema que ha abordado a lo largo de su obra, en cuanto a técnica sí que hay novedades en Preludios.  

Creo que la novedad más palpable es que la gestualidad, lo sencillo, lo bruto, se han adueñado del proceso. Me he dejado de refinamientos constructivos y líricos, y me he ido de fiesta a darlo todo, sin complejos, enseñando las entrañas. Pintura fluida, dripping, salpicados..., procesos muy del gusto de artistas… aficionados (por decirlo de alguna manera, sin ofender; y entendiendo que puede ser contradictorio con algo dicho anteriormente), pero que utilizo con entusiasmo. Toda mi admiración y respeto a todo artista que pinta con más o menos formación, pero aprendiendo y disfrutando del proceso, porque han entendido que de eso se trata, al margen de los resultados. Conseguir tiempo, ganas, fuerza y un rinconcito para pintar: ¿Qué otra cosa si no eso es el ‘éxito’? Por eso, más que una oda a la juventud, es una oda a toda persona a la que le gusta pintar y pinta, con más o menos acierto, pero que disfruta y siente emociones puras creando. Los ‘preludios’ son eso. 

Dice que propone «una pausa en tiempos de sobreexposición tecnológica y déficit humanístico». ¿Tiene el arte aún la capacidad de ofrecernos un anclaje a algo? 

El imparable avance de las tecnologías de la información y del entretenimiento... ¡No nos deja ni tiempo para asimilar lo que está pasando! En este contexto, sí, el arte podría ser una de esas herramientas que nos ayuden a no volvernos locos, a no olvidarnos de lo que somos. Porque nunca se ha corrido tanto como ahora... y no hay generación capaz de digerir eso. Lo iremos pagando de muchas maneras, pero el arte siempre estará ahí, y será uno de esos lugares en abstracto para curar la locura y aprender a pensar de nuevo. Esto mismo lo podría decir sentado en la barra de un bar con una caña y una marinera, y me quedo tan ancho.  

La incertidumbre es otro tema fundamental en su obra. Aquí sigue presente. 

El concepto de ‘incertidumbre’ está presente en cada instante. Yo trabajo sin idea de lo que voy a hacer: me dejo llevar por lo que me voy encontrando, pinto y despinto, tapo y destapo, etc. Es un ejercicio muy creativo y me quita la ansiedad de realizar algo ya pensado y abocetado. Es como cuando haces muchos planes de futuro, y luego ya se sabe… La vida tiene sus propios planes envolventes. Frustrarse o disfrutar, esa es la cuestión.