Aunque a veces no seamos conscientes, el entorno que nos rodea influye del tal modo en nuestra vida que muchas veces no podemos ni siquiera controlar sus consecuencias, familiares, amigos y parejas ejercen con sus actos ciertos cambios en nuestra manera de actuar o pensar que no siempre son los más acertados o beneficiosos; el tiempo siempre termina por demostrarlo. Si algo nos ha enseñado la historia oculta del arte, esa que desconocíamos, la cara B de una moneda que se empeñaba en evidenciar la ausencia de la mano femenina como narradora activa de su evolución, es que ese entorno del que hablamos fue en buena parte el culpable de que ellas cayeran en el olvido. Padres que se oponían al desarrollo de sus cualidades artísticas actuando a veces de manera absolutamente demencial –la historia de Leonora Carrington, encerrada en un manicomio por su progenitor, no fue la única-; maridos que no las dejaban pintar, convencidos de que su única obligación en esta vida era encargarse del hogar, o compañeros que las ridiculizaron hasta la saciedad alegando que eran meras aficionadas, incapaces de hacer una obra de calidad, incluso más de un iluminado achacaba esa falta de capacidad para el arte al menor tamaño de su cerebro o a una consecuencia directa de la menstruación. Esa falta de empatía o rechazo supuso la muerte para algunas de ellas, en unos casos física y en otros mental, pero muerte al fin y al cabo porque sentirse acorralada, sin libertad, censurada, alienada, oprimida, sin voz, es también otra manera de morir.

Rusia, que es cuna de grandes pintores, tiene, al igual que la mayoría de países, muchos nombres de mujer todavía por rescatar, nombres que como el de Elena Kiseleva van saliendo a la luz como sin nunca hubieran existido y ahora suenan de nuevo gracias al interés que ciertas investigadoras han puesto para darles nuevamente voz. En el caso de Kiseleva fue en 1960 la historiadora Margarita Ivanovna Luneva quien al descubrir su magnífica pintura de Marusya investigó la historia de su creadora hasta dar con la protagonista, en ese momento con 82 años, estableciendo con ella una correspondencia que aportó luz a la desconocida historia de su vida.

Tuvo la suerte de pertenecer a una familia progresista y acomodada, su padre matemático y su madre maestra tenían una mentalidad abierta que siempre propició una buena educación para ella. Aunque al principio trató de seguir los pasos del padre, pronto descubrió que los números no eran lo suyo y, en 1898, tras recibir clases de dibujo de un artista local y recuperarse del tifus, decide matricularse en la escuela superior de arte, donde entra en contacto con el estudio del conocido pintor realista Ilya Repin, quien pronto la consagra como una de sus mejores alumnas.

En 1903 viajó a París y, consecuentemente, su trabajo se vio influenciado por todas aquellas tendencias pictóricas de la entonces capital del arte, pero esta fusión de lenguajes no fue bien aceptada por sus profesores y la obra que presentó como trabajo de licenciatura no sólo fue rechazada, sino que además recibió críticas ciertamente groseras. Cuatro años más tarde conseguiría graduarse con honores recibiendo una beca para estudiar en el extranjero, la primera concedida a una mujer, y como no podía ser de otra manera, regresó de nuevo a París donde su actividad como artista se volvió más activa que nunca, participando en infinidad de exposiciones. De hecho, se considera que 1910 fue su mejor etapa creativa.

Fue una enamorada del retrato femenino –«Siempre me ha gustado pintar mujeres magníficas e interesantes»–, ellas eran las protagonistas absolutas de su trabajo. Su manera apasionada de entender el arte, los colores vibrantes y expresivos, hicieron que su pintura fuera tan atractiva como lo son sus protagonistas.

La crítica reconoció por fin su talento y el éxito no se hizo de esperar, incluso sus compañeros alabaron el valor de esa pintura que combinaba la tradición clásica con la modernidad, la línea del dibujo con los colores exultantes tan propios del fauvismo de la época, una nueva pintura que además posicionaba a la mujer como el centro de un todo.

Pero el entorno que la rodeaba no fue para Elena fácil, tampoco le sirvió como punto de apoyo, de hecho, fue el culpable de una apatía general que incluso es perceptible en la mirada triste y desolada de algunas de sus protagonistas. De algún modo sus compañeros sentimentales no supieron acompañarla ni estuvieron a la altura de lo que ella seguramente hubiera esperado, uno por exceso y el otro por defecto.

Autorretrato de Elena Kiseleva

Su primer marido, Nikolai Perevertanny-Cherny, era definido por quiénes lo conocieron como una persona perezosa, un parásito con cero inquietudes al que sólo le importaba su coche, sus uñas y su peinado, un narcisista incapaz de valorar nada que no fuera él mismo y por supuesto un vividor a costa de su mujer. Como no podía ser de otra manera, finalmente se separaron.

En 1917 Elena se traslada a Odesa y allí conoce al que sería su segunda pareja, Anton Bilimovich, un famoso matemático más preocupado por sus estudios que por ella. «Mi esposo era un erudito demasiado grande, estaba completamente absorto por su ciencia y su trabajo y no podía ayudarme a dirigir la casa ni a criar a mi hijo. Todo recaía sobre mi..., pero a nadie le interesaba la artista Kiseleva».

Poco a poco la creatividad fue abandonando su vida. Se aisló del mundo del arte, ya no exponía, casi ni pintaba, pasó del éxito al más profundo olvido. Su maestro Ilya Repin, que siempre mantuvo relación con ella, le escribiría desolado sin comprender cómo podía renunciar a la pintura con ese talento que tenía, pero como ya anticipamos, un extraño abatimiento se apoderó de su persona: cada vez se sentía más sola.

En 1944 pintaría su última obra, un retrato de su hijo en el lecho de muerte. Él y su esposa estuvieron durante dos años en un campo de concentración y como consecuencia esto le provocó una grave enfermedad. Aquello fue demasiado para ella: el día que murió su hijo lo hizo también su arte. Mantuvo la obra siempre con ella, pero cuando Elena Kiseleva falleció en 1974 ésta fue quemada bajo la última voluntad de su testamento, de algún modo ambos volvieron a encontrarse.