La obra poética de Dionisia García (1929) es extensa (también ha cultivado la narrativa, el ensayo, el aforismo y la biografía) y muestra una cuidada coherencia y fidelidad a una trayectoria marcada por la alta exigencia lírica y el respeto a unos principios creativos irrenunciables. La intención de escribir desde el fondo mismo de la conciencia salva la poesía de Dionisia García de modas y gustos momentáneos. Su actitud es ética: desde la observación y desde el espíritu aspira a conocer el mundo y a conocerse a sí misma, extrayendo conclusiones serenas y vitalistas. Ya sus primeros libros muestran la poesía como vía de conocimiento personal y la palabra poética como instrumento capaz de revelar, de algún modo, los secretos y las circunstancias del vivir. La intención de ahondar en el proceso de la vida y su fugacidad (guiada por su pensamiento humanista y por su especial percepción de la belleza de la naturaleza y de los detalles de la vida cotidiana) es para Dionisia objetivo fundamental de la creación poética. Por eso en su obra (en verso o en prosa) se aprecia, como compromiso ético, una correlación estrecha con su experiencia de vida y un deseo de comunicación con el lector.

Aunque ha escrito siempre, no publica su primera obra hasta 1976, en su madurez. Por tanto, es en Murcia donde ha desarrollado su obra y su actividad literaria. Ha sido muy activa en esta labor realizada con entusiasmo: ha colaborado en la prensa, ha sido cofundadora de la revista literaria Tránsito, ha participado como jurado en premios de poesía dentro y fuera de la Región de Murcia. En 2001 fue instituido por la Universidad de Murcia el Premio de Poesía Dionisia García, que en 2022 alcanzará su XX convocatoria.

Una calle de la ciudad, en la pedanía de Espinardo, lleva su nombre. El arraigo cordial de Dionisia a Murcia es incuestionable. En 2021 Dionisia García ha sido nombrada Hija Adoptiva del Ayuntamiento de Murcia como reconocimiento a su obra y a su labor en pro de la cultura en Murcia.

LA OBRA POÉTICA. La poesía de Dionisia García está recogida en Atardece despacio. Poesíacompleta (1876-2017) publicado por Renacimiento, volumen al que se ha añadido Mientras dure la luz (2021) editado también por Renacimiento. La obra poética se ha desarrollado siguiendo una sobria coherencia y rigor y ha ido creciendo guiada por directrices de inquebrantable voluntad, sin arrebatos, con serena consciencia. Así se observa al citar el amplio conjunto de los libros poéticos: El vaho en los espejos (1976), Antífonas (1978), Mnemosine (1981), Voz perpetua (1982), Interludio (De las palabras y los días) (1987), Diario abierto (1990), Las palabras lo saben (1993), Lugares de paso (1999), Aun a oscuras (Anche se al buio) (2001), El engaño de los días (2006), El árbol (L ́albero) (2007), Señales (2012), La apuesta (2016), Regresos (inédito incluido en Atardece despacio) 2017); Mientras dure la luz (2021).

Si nos centramos en la obra lírica, resulta fácil observar una progresión procedente del carácter temporal (compuesta a lo largo de casi cincuenta años si atendemos a las fechas de publicación) y por ello sus inflexiones y su ritmo son los de un corpus que crece y modula su constitución a la par que el tiempo y la vida van marcando el proceso. Por otro lado, podríamos observar que su creación completa también ofrece una disposición circular, diríamos sin cabos sueltos, sin concesiones al azar o a la improvisación. Volvemos a hablar de solidez, de identidad de una obra lírica planeada según los criterios de la razón pero elaborada a impulsos de la conciencia. Hablamos de conciencia como nivel de entendimiento capaz de soportar todo el peso del mundo interior; de conciencia como un nivel complejo del individuo capaz de fusionar razón y emoción, pensamiento y sentimiento.

Así que en la poesía de Dionisia García operan dos fuerzas que se complementan: por un lado la capacidad evolutiva de una obra en marcha y, por otro lado, el afán de totalidad, de identidad de su mundo lírico tal como se nos ha entregado hasta hoy.

Cuando aparece el primer poemario, El vaho en los espejos (1976) ya había cumplido el obligado rito de la creación silenciosa (años escribiendo poemas y cuentos que sin prisa verían la luz). En este primer libro los seres y los objetos aparecen valorados en su dimensión intrínseca, que no es otra que la temporal: «He visto a mis amigos;/ he sentido deseo de besarlos,/ de poseer su aliento, / porque más tarde no habrá besos de ahora». Ya aquí se plantea el problema del conocimiento, para Dionisia inseparable de la condición temporal del ser. La poeta se preocupará extraordinariamente por bucear en la cara bifronte de lo mutable/eterno; para ello le servirán los símbolos clásicos: el mar, del que dice: «No supe verlo nunca / aislado de la tierra, / en toda su medida / de agua sola y estable, / eterna, sin origen, / almacenada a pompas / por crisálidas vírgenes en llanto derretido; / solo es posible así su belleza mojada: / cuando tiembla de verdes o cabalga de espuma / o se asoma mordiendo los bordes de la tierra... O la luz poderosa matizadora del día; o los valores simbólicos potenciados por paisajes de ocres infinitos y árboles solitarios de su tierra manchega.

En cualquier caso, ya aparecen como constantes en sus primeros libros una memoria dolorida y un poso elegíaco sedimentado en el verso. Esto, unido a la visión de la persona+ sometida a las coordenadas tempo-espaciales de una secuencia vital concreta (la suya ytambién la del lector) convierte el tiempo en eje temático que se refleja en las ruinas milenarias, en las olas que renuevan continuamente las arenas, en el ciclo de la luz, en la música y también en los objetos cotidianos velados por la pátina de los días.

Cuando aparece Interludio (De las palabras y los días), 1987, se abre una etapa que podríamos llamar ‘del vivir’, pues la conciencia del vivir como proceso hace que experiencias, paisajes y objetos familiares la conduzcan por los corredores de la memoria hacia un tiempo remozado: «Posible la emoción de tardes plácidas / en la calle de tierra, /jugando al tres en raya, / a querernos a los nueve años». Destilan los poemas un dolor garcilasiano por lo que se pierde, aunque permanezca una suerte de presencia interior. Se produce entonces un desdoblamiento atemperado en la voz poética por hermanar el tiempo en sucesión con el tiempo sucedido: el vivir y el recordar. Los poemas tienen su correlato en seres y objetos entrañables; todo se confabula para meditar sobre el tiempo salvando la permanencia de lo que se ha amado: «Cuantos seresamé, salvados del olvido», dirá. A la vez, estilísticamente irá buscando mayor sencillez y claridad; a ello colabora la reflexión poética sobre la escritura y el gusto por un estilo nominal que sugiere la serenidad de su espíritu.

RASGAR EL VELO. Los últimos libros recogidos en Atardece despacio, poesía completa hasta 2017 (Señales, La apuesta, Regresos) así como Mientras dure la luz (2021) muestran la permanencia de sus claves creativas y la necesidad de profundizar serenamente en el conocimiento interior.

Esta poesía última ha sido un continuo rasgar el velo oscuro de la percepción sensorial del entorno para hallar alguna respuesta espiritual, alguna verdad trascendente a la luz del poema. Y esta continua indagación interior ha logrado poemas cada vez más intensos, más líricos, más intemporales. La última obra lírica de la poeta nos muestra la plenitud de quien ha ido trabajando el lenguaje poético hasta encontrar la ductilidad precisa para expresar ideas complejas y temas propios: la conciencia existencial del tiempo, la conciencia solidaria, la experiencia del amor y la perennidad de los afectos, el placer de la naturaleza contemplada, Dios, la trascendencia... Podríamos decir que el fundamento de su lirismo es una lúcida interrogación sobre la vida como acontecer diario, como trasiego, como búsqueda y hallazgo, como tiempo incierto, como costumbre, como belleza admirada, como amor, como tiempo de juventud y atrevimiento, como gloria efímera, como desazón, comomisterio... Todo ello visto desde la mirada serena (introspectiva también) de un yo lírico que examina nada más y nada menos que el hecho de vivir conscientemente.

En definitiva, conocimiento, memoria, esperanza, luz, contemplación, reflexión íntima y un profundo sentido humanístico proporcionan a la poesía de Dionisia García la trascendencia perseguida por toda palabra poética.

Lo inolvidable

La luz lejana y tenue de la tarde,

y las palabras derramadas

como susurro, repetidas

después en el insomnio.

A punto de decir los labios florecidos,

todavía sin besos;

una primera mano

en el regreso de la Romería.

Humedeciendo el rostro, lluvia fina

abrigaba el comienzo

/ de una incierta aventura

que mereció la pena.

(Mientras dure la luz, 2021)