El 9 de mayo de 1939 Joseph Roth era enterrado en París. A sus honras fúnebres acudieron legitimistas austríacos, católicos, judíos y comunistas. Todos querían y reivindicaban para sí al escritor fallecido. Sin embargo, en su tumba el epitafio rezaba lacónico: «Joseph Roth, escritor austríaco muerto en el exilio». Fue, sin duda, el autor de la nostalgia, pero de una nostalgia mixtificadora que conducía al mito. Soma Morgenstern, amigo personal de Roth, judío oriental como él, narra en Huida y fin de Joseph Roth cómo el hecho de haber nacido en la región Galitzia, un enclave cultural entre oriente y occidente, además enriquecido por la herencia eslava, alemana y judía, lo marcó considerablemente, hasta hacer que el sentimiento de pertenencia o de identidad fuera algo intangible. De hecho, sus personajes no acaban de encontrar un sitio en el mundo y comparten con el autor muchas de sus tribulaciones y peculiaridades, también las familiares, y especialmente, las conyugales. 

Roth vivía en su literatura y se confundía con ella. Sin embargo, fue un fiel cronista de la realidad. Había trabajado como periodista en Viena y Berlín, y dejó importantes testimonios sobre la vida en aquellos años, acerca del modo de vida de las comunidades de judíos (como en Judíos errantes), o sobre los años de entreguerras (en su novela Huida sin fin). También cuenta la caída del mundo nacido a la sombra del imperio austrohúngaro en libros como La marcha Radetzsky, y El busto del emperador, o La cripta de los capuchinos. Reflejó con prosa indeleble las imágenes de las calles y los suburbios de las ciudades alemanas, previas a la toma de poder del nacionalsocialismo, con La tela de araña, novela escrita por entregas en 1923. En esta obra bandas armadas y grupos violentos de ex soldados de la primera guerra mundial, a sueldo de fuerzas ultraconservadoras, campan por las calles luchando contra trabajadores en huelga, grupos comunistas o quienquiera que se organizara contra la supuesta restauración del espíritu alemán. Especialmente reconocibles entre dichos grupos se encuentran los nazis. El protagonista, Theodor Lohse, es un hombre carente de convicciones y prácticamente de atributos, salvo un nacionalismo y un rencor extremo contra los judíos y los socialistas. Posee acaso un único talento en el que destaca: espionaje y delación. Lohse era un ser vacío que pretendía prosperar fácilmente bajo la protección y la vida que le ofrecía el mundo arcaico y casi tribal de los freikorps; en definitiva, el hombre ideal para el nuevo e inminente Reich.

Cabía esperar que las obras de Roth fueran condenadas por el fascismo. Por ello decidió abandonar Alemania, que ya se había convertido, de acuerdo con el título de una de sus obras, en La filial del infierno en la tierra. Como nuevo hogar eligió París, allí siguió publicando y se encontró con otros autores alemanes, como Heinrich Mann y Hermann Kesten, con quienes pasó una temporada en Niza. De esa época, la última de cierta paz y tranquilidad, datan sus conferencias en Polonia y una visita a Luov para reencontrarse con familiares judíos. Pero en realidad Roth sabía que su tiempo había pasado con el triunfo de la esvástica. De alguna manera había comprendido que, expulsado de Alemania y Austria, había perdido para siempre su hogar (al fin y al cabo tampoco había tenido una verdadera patria). Pasó sus últimos momentos, arruinado y alcoholizado, en la habitación alquilada de un café. 

La noticia del suicido del poeta Ernst Toller pudo haber acelerado su ruina física. Murió en el Hospital Necker, un centro de caridad. Lo cierto es que ya no tenía mucho por lo que vivir. Al igual que Toller, se negaba a subsistir en las tinieblas y oscuridad de un mundo dominado por el fascismo y en el que la muerte era mil veces preferible. Su débil salud hizo innecesario el suicidio. Lo sabemos de su puño y letra: seis años antes de su muerte, el 30 de enero de 1933, con Adolf Hitler recién nombrado canciller, ya había escrito a Stefan Zweig estas tristes, premonitorias, palabras: «Nuestra existencia material y literaria ha sido completamente aniquilada. Todo nos lleva hacia otra nueva guerra. Nuestra vida no vale un céntimo. Nos encontramos regidos por la barbarie. No se haga ilusiones. El Infierno es el que gobierna ahora».