«Se trata de un ejercicio de parresia, o sea, decimos nuestra verdad aun a riesgo de salir mal parados. Porque decir la verdad de uno mismo sirve también para desvelar la verdad de los otros», dice Begoña Méndez. Se refiere a El matrimonio anarquista (Hurtado & Ortega, 2021), el diálogo epistolar que ha escrito junto a su marido, Nadal Suau. A través de dieciséis misivas, Méndez y Nadal, profesores y escritores, clavan el bisturí en esa institución llamada ‘matrimonio’. La observan, le dan la vuelta, la resignifican, la cuestionan: la construyen. Hoy a las 12.30 horas, lo presentan en el Huerto Urbano de Santa Eulalia.

 

Dicen que han podido estar en este matrimonio después de haber encarrilado sus vidas. ¿Podrían haber escrito este libro en otro momento? 

Begoña Méndez: No definiría en absoluto mi vida con Josep como «encarrilada». Mi relación con él no ha enderezado nada. En lo esencial, viviría de un modo muy parecido sin él. Hablaría, mejor, de encuentro inesperado, y, en ese sentido, sería más bien un torcimiento, una salida de riel. Yo no esperaba casarme ni siquiera quería tener una relación. No la buscaba ni la anhelaba, pero ahí estamos. El matrimonio anarquista testimonia ese desencaje. Si lo hubiéramos escrito en otro momento, sería sin duda otro libro, porque nace de un compromiso con nuestro tiempo presente, con el lugar que habitamos ahora. 

Nadal Suau: También porque el debate público que lleva algunos años en marcha en torno a los afectos y los modos antiguos y nuevos de relacionarnos nos afecta íntimamente. Si alguna virtud tenemos Begoña y yo, esta es que seguimos haciéndonos preguntas y nunca nos acomodamos del todo. Así que los discursos en torno al poliamor nos han permitido aprender algunas cosas, discutir otras y, en definitiva, repensarnos. Este libro no es una ocurrencia solitaria, sino que se enmarca (o quiere hacerlo) en discusiones vivas de nuestra época.

¿Hay alguna forma de aprender a tener relaciones como la suya que no implique haber tenido varias que, de un modo u otro, fracasasen? Es decir: ¿se puede tener una relación que cumpla con lo que necesitamos sin haber tenido una relación que no cumpla con lo que necesitamos? 

B. M.: No me atrevo a afirmar que nuestro matrimonio nos dé lo que necesitamos. Una relación, da igual si matrimonio o no, es un proyecto, una estructura viva y, desde esa perspectiva, también un ensayo, en el sentido de ‘probatura y error’. La diferencia con otras relaciones, en mi caso, es la voluntad de seguir con el proyecto. De todos modos, es probable que haber pasado por otros cuerpos, otros modos de amar, otras cotidianidades, ayude a comprender de qué modo no quieres relacionarte y de qué modo sí; es decir, ofrece herramientas valiosas para tejer vínculos más honestos, incluso más libertarios. 

N. S.: No lo sé... Conozco gente feliz que acertó a la primera. Ahora bien, el libro no solo se pregunta acerca de lo que necesitamos Begoña y yo, sino también de lo que necesita de nosotros el entorno, tanto el íntimo como el político. Un matrimonio (o cualquier otra fórmula de relacionarse entre individuos) no resuelve nada por sí mismo.

En ese sentido, dicen en el libro que «el matrimonio requiere una imaginación que sea lo bastante flexible como para soportar lo cotidiano, y lo bastante firme como para no romper su coherencia profunda por el camino». 

B. M.: Una pareja que no esté abierta al mundo, a lo otro, es una cárcel, o peor, una tumba. La imaginación sirve para modular lo imprevisto sin que la malla relacional se rompa. A veces se rompe, claro, y el proyecto se abandona. El matrimonio, como cualquier otra opción afectiva, es un juego coreográfico: tienes que conocer el espacio, tu cuerpo y el cuerpo del otro, pero también hay que estar abierto a la improvisación, a la modulación de los recorridos y de los movimientos. A ese tipo de imaginación, creo, es a la que se refiere Josep. 

Aunque buscan respuestas a lo largo de las cartas, ¿cuánto de autoafirmación hay en El matrimonio anarquista

B. M.: Nuestras vidas personales no son importantes en el libro; con esto quiero decir que El matrimonio anarquista puede leerse como estudio de caso: partimos de nuestra experiencia para hablar de las relaciones hoy, más allá de nosotros. Se trata de un ejercicio de parresia, o sea, decimos nuestra verdad aun a riesgo de salir mal parados. Porque decir la verdad de uno mismo sirve también para desvelar la verdad de los otros; de hecho, El matrimonio anarquista nace con vocación de espejo y con voluntad de diálogo con los lectores. Por eso, bienvenidas las lecturas que disienten y que cuestionan.

N. S.: La autoafirmación, en todo caso, podría leerse como otra de las muchas contradicciones que asumimos: por un lado, problematizamos el matrimonio y por otro, nos instalamos en él sin vacilaciones. Seguro que ahí fuera hay un montón de gente que vive sus vidas sin paradojas o contradicciones de ese tipo, ¡y a todos nos encantará que nos expliquen cómo lo logran!

¿Han cambiado la escritura del otro? 

B. M.: No. Cada uno tiene una literatura diferente y diferenciada. El plan fue, desde el principio, un intercambio epistolar y así ha sido. Yo no intervine en la escritura de Josep ni él en la mía. En ese sentido, la escritura de El matrimonio anarquista, sirve como metáfora de nuestra relación: no te cambio y no me cambias, porque entonces no seríamos tú y yo buscando encajes.

Defienden la monogamia como un lugar de resistencia. Hoy se hace difícil hablar de monogamia desde posiciones progresistas y no parecer el capitán Ahab hablando de Moby Dick...

B. M.: Lo cierto es que también se hace difícil hablar de poliamor sin incurrir en presupuestos capitalistas de acumulación y consumo. Lo que quiero decir es que hay que tener cuidado: todas las opciones amorosas me parecen válidas, siempre y cuando no caigan en lógicas mercantiles ni en fórmulas de un amor romántico que, esencialmente, ha servido para poner grilletes en las vidas y en los deseos de las mujeres, y también de los hombres. Lo importante es, me parece, construir lazos que sean justos con uno mismo y con el otro. La monogamia puede ser una boa constrictor y el poliamor puede ser un tejido hermoso y horizontal de cuerpos y afectos, pero el matrimonio no necesariamente constriñe, del mismo modo que el poliamor no siempre libera: ¿cuántas complicidades amorosas se pueden construir sin caer en la organización jerárquica de los afectos? Esa pregunta, para la que no tengo respuesta, me parece fundamental. 

N. S.: Es evidente que instalarse en una relación a tres es mucho más difícil y renovador, que tiene un encaje más complejo en sociedad, y que supone explorar caminos menos andado. Pero no siento que estemos en luchas distintas. 

A veces parece observarse la monogamia como una especie de pacto conformista con el que se conforma quien no está preparado para ‘algo mejor’. ¿Es posible otra monogamia? 

B. M.: Espero que sí, porque ese es el juego en el que estoy metida. No me parece mal vivir una vida conforme; lo que me parece terrible es vivir con miedo, que es otra cosa. Por ‘conforme’ me refiero a correspondencia y satisfacción y no a resignación. La lógica del ‘algo mejor’, no puedo evitarlo, me suena a mantra de mercado: «Vive tu mejor vida», «Sé la mejor versión de ti», «Haz match con la persona perfecta». Si el poliamor es una búsqueda constante de algo mejor, no me interesa. Si el poliamor tiene que ver con una voluntad de reconfigurar los lazos afectivos alejados de la idea de ‘exclusividad’ y de estructuras de poder, me parece una maravilla. Ahí estoy yo para escuchar y aprender, para hacerme preguntas y, por qué no, transitar otros caminos. En todo caso, mi camino ahora es el de la monogamia que trata de romper dicotomías de género y que hace de la exclusividad un territorio de conocimiento.

Dicen que si tuvieran que dar un consejo sería: «Habla, habla y no te canses de hablar». ¿Ustedes se lo cuentan todo? 

B. M.: ¡No, por todas las diosas! Ni nos contamos todo ni hablamos todo el tiempo. Pero la palabra es esencial en cualquier relación, y no solo para establecer pactos, sino también para revisarlos. Pero nosotros no damos ese consejo, solo decimos que lo daríamos si tuviéramos que hacerlo. El matrimonio anarquista no es un recetario; está en las antípodas de los libros de autoayuda. Es un libro de preguntas. Ahora bien, creo que usar el tiempo para comprender al otro y para comprenderse a uno mismo enriquece las relaciones.