La editorial La Fea Burguesía acaba de publicar un original volumen, Murcia a vista de haiku, que, prologado por la escritora Aurora Gil Bohórquez, recoge una extensa colección de haikus, escritos por cuarenta y un haijines (hacedores de haikus) en torno a diecisiete fotografías de María José Villarroya, artísticamente trasformadas, de distintos lugares de la ciudad de Murcia, monumentos, entornos, paisajes y figuras habituales, para recreo y gozo de los paseantes y viandantes de la ciudad. Cada una de las fotografías desencadena un rosario de mínimos poemas, inspirados en las más antiguas y remotas versiones de la poesía (el haiku japonés) como expresión de vida y captura de un momento determinado de esa existencia. Sin retórica alguna, como señala Aurora Gil Bohórquez, sin yo lírico dominante, el haijín se sumerge a la realidad con vocación de instantánea y cristaliza una emoción en un pequeño poema de tres versos, diecisiete sílabas en total como diecisiete son las fotografías. Un pentasílabo, un heptasílabo y otro pentasílabo son suficientes para eternizar un instante, como si de una nueva fotografía inmediata se tratase, aunque la palabra de cada poeta es muy dueña de seguir su criterio a la hora de crear el milagro.

Nada más complejo que la capacidad de síntesis para expresarse, sobre todo en nuestra raza, tendente a la verbosidad y a la palabrería imparable y sin sentido. Aquí es todo lo contrario, el haijín lo que hace es sintetizar y resumir, encerrarse en el ritmo interno de un tercetillo para forjar una quintaesencia que sobreviva al tiempo. Y siempre ante una determinada imagen, paraje urbano y natural de la ciudad amada y acogedora, con sus rincones, con sus perspectivas insólitas, con su río algunas veces imparable, con su catedral y desde lo alto, las doce en el reloj, que eternizara el gran Jorge Guillén en una décima inmortal y bien sintética por cierto.

Señala Aurora Gil Bohórquez que el haiku es semejante a un jazmín, de hermosura pequeña, intensa, frágil: «Es un poema japonés que conlleva en su brevedad, la totalidad de la vida. Describe una escena, un momento, una situación en diecisiete golpes de voz», como diecisiete son las originales y hermosas fotografías que tornan permanentes irrepetibles momentos. Y que se organizan en el libro siguiendo las estaciones del año en las imágenes escogidas, con sus paisajes y sus figuras: para la primavera, el azahar, la sardina, la plaza y la estación; para el verano, la suerte, la sombra, el agua y la torre; para el otoño, el puente, las lluvias crecidas, el palacio y la estatua; y para el invierno, la música, la muchacha, el Teatro, la Pascua y la Catedral.

El haiku es exigente en la síntesis, y la palabra adquiere en él impulsos de ingenio metafórico que revelan la importancia de la imagen como centro de la expresión. El ingenio hace todo lo demás y surge entonces la brevedad del aforismo sintético, casi la sutileza ingeniosa de la greguería ramoniana. Aunque en otras ocasiones, −cada poeta tiene su alma y su mundo−, el sentimiento de amor aflora sobre la presencia de la imagen sublimada: amor, pasión, encanto y entusiasmo por las esquinas de la ciudad quieta.

Hay haikus en esta colección que contienen también autobiografía y muchos poetas vinculan cada rincón en ocasiones a un recuerdo personal, imborrable y nostálgico. La intimidad se revela en esas diecisiete sílabas bien acordadas de cada breve poema: la plaza, la torre, la estación, el teatro, el río… Cuarenta y un autores de diferentes edades, entornos y profesiones, con dilatada experiencia en el mundo literario o sin ella, están en este libro unidos por esas diecisiete imágenes de Murcia sintetizadas finalmente en las diecisiete sílabas preceptivas.

Una ciudad es paisaje, pero una ciudad también es historia. Y entonces surgen los espacios con historia y con personaje. Impagables son los haikus que, ante la estatua del cardenal, evocan su grandeza y su soledad, entre el recuerdo y el olvido, mientras contempla sedente la plaza. Y una ciudad también lo son las gentes que la pueblan: la música y la suerte evocan figuras en su paisaje, personajes que se eternizan en la instantánea de la fotografía, pero también en el chispazo del haiku que contiene personaje y vida.

Bienaventurados sean todos los que quisieron reunirse con su palabra y su verso para disfrutar de una Murcia permanente que, a partir de hoy, se viste de haiku para eternizarse aún más en el ingenio y la sutileza de tantas palabras hermosas y tan bien escritas siempre, milagro repetido una y otra vez, para hacer muy cierta «la pasión por el arte de mirar y de escribir».