Henry James (1843-1916) es, sin lugar a dudas, una de las grandes figuras de la literatura inglesa (pese a ser norteamericano de nacimiento). Obras como Otra vuelta de tuerca (1898) o Retrato de una dama (1881), esta última publicada originariamente de forma seriada en las revistas The Atlantic Monthly y Macmillan’s Magazine, le convirtieron en un autor indispensable en la transición al modernismo anglosajón y en la ruptura con la herencia victoriana, así como en paradigma del cambio de siglo (desde el punto de vista de las letras, obvio). Sin embargo –opacada por sus novelas–, su faceta como cuentista pasa a menudo desapercibida, pese a que «es en sus relatos donde el talento y la excelencia se dan más frecuente y rotundamente», apuntan desde Páginas de Espuma. De ahí que la editorial haya ido publicando, poco a poco y por primera vez en castellano, la colección completa y en orden cronológico de los cuentos del británico (logró nacionalizarse al final de sus días). Y el responsable de que eso haya sido posible es el argentino Eduardo Berti, que esta noche (21.00 horas) visita Cartagena para presentar en la librería La Montaña Mágica un estuche que agrupa los tres volúmenes.

 

¿Cómo surge el proyecto de traducir al castellano los cuentos de Henry James?

Como lector y escritor al que siempre le interesó mucho la obra de James, me parecía un pecado que hubiera cuentos suyos sin traducir y me parecía una pena que no existiera un volumen con los cuentos en orden cronológico, para apreciar mejor cómo fueron evolucionando. Cuando vi que Páginas de Espuma había hecho algo por el estilo con Chejov, me animé a plantearle la idea a Juan Casamayor [editor], con quien nos une una gran complicidad. Él publica desde hace años mis libros de cuentos (Los pájaros, La vida imposible, Lo inolvidable, Círculo de lectores) y yo ya había publicado con su editorial otras traducciones, como los cuadernos de trabajo de Flaubert y un libro poco conocido de Dickens. 

Decía T.S. Eliot, de quien usted se hace eco, que la obra de James es «una totalidad», que había que leerla toda para captar algo. ¿A qué parte de esta totalidad pertencen sus cuentos?

No hay un abismo de estilo, de técnicas ni de temáticas entre el James cuentista, el novelista o el autor de crónicas y textos autobiográficos. Todo forma parte de un enorme edificio que él fue construyendo con detenimiento. Uno lee sus cuadernos de apuntes y advierte el rigor con el que trabajaba. Los cuentos son parte central de esa totalidad. No son para nada marginales. Y aunque James ganaba dinero enviándolos a revistas, lejos están de ser textos ocasionales o de supervivencia.

¿Nos descubren alguna arista que no se pudiera encontrar en el James ‘novelista’?

Los cuentos de fantasmas de James, por citar un caso, me parece que presentan una arista diferente. Y marcan un corte, además, con los cuentos de aparecidos y espíritus tradicionales. Lo fantasmal es más psicológico y subjetivo en James. Está hablando de fantasmas interiores. 

La mayoría de los cuentistas se quejan de que sea imposible quitarle al relato el sambenito de ‘cuarto de pruebas de la novela’. ¿Hay alguna solución al respecto?

Para eso haría falta un cambio de mentalidad general: en los críticos, los docentes, los editores, los libreros, los escritores, los lectores... Un cambio de mentalidad que pasa por entender que el cuento y la novela permiten y suscitan cosas diferentes. Un cambio de mentalidad para el que debería bastar la lectura de los mejores relatos de Borges, Kafka, Chejov, Poe, Katherine Mansfield, Maupassant y tantos más. Detrás de ese sambenito detecto, a veces, un profundo desconocimiento de lo complejo y lo exigente que resulta escribir buenos relatos. Tanto o más que buenas novelas, me atrevo a decir. Sin pecar de ingenuo (y sin ponerme demasiado optimista), creo que ese prejuicio es menos sólido que hace unos años. Pero aún queda mucho por hacer.

Entre los tres tomos se observan cambios en fondo y forma conforme avanza la vida del autor. ¿Qué evoluciones destacaría?

Los cuentos se van volviendo –lo mismo que James–, más cosmopolitas, y de a poco se instalan temas recurrentes y fundamentales como los lazos y contrastes entre América y Europa o como los vínculos entre aprendices de pintores o escritores y artistas consagrados. Las técnicas narrativas se van volviendo más complejas y originales. Hay una tendencia creciente a narrar a través de escenas y no tanto de resúmenes. Hay perspectivas y puntos de vista que van mucho más allá de los relatos epistolares de sus primeros tiempos. Hay una llamativa renovación del famoso ‘narrador omnisciente’ (el que lo sabe todo, como si fuera un Dios). Suele haber ‘cajas chinas’: me refiero a un narrador que cuenta lo que a su vez le cuenta a él otro narrador. Y estas cajas chinas incluyen la posibilidad de que no todos los narradores sean confiables. Por otra parte, varios relatos de los últimos años se hacen más cortos, pero es muy probable que esto se haya debido a presiones externas... Las revistas donde James solía publicar sus cuentos se iban poniendo severas con respecto a la extensión (no más de seis mil o siete mil palabras, le pedían), cuando él solía escribir textos de más diez mil o doce mil... Conseguir tamaña síntesis le significaba un enorme esfuerzo. Así y todo, en más de un caso el resultado es magnífico. 

Usted no se define como traductor profesional, sino como escritor (con una ya más que asentada trayectoria) que de vez en cuando traduce. ¿A qué se ha enfrentado al plasmar los cuentos de James al castellano?

No me considero un traductor profesional porque no vivo de ello, porque entre una y otra traducción dejo pasar bastante tiempo (no es una ocupación permanente) y porque, en general, suelo ser yo quien propone a los editores la traducción de tal o cual libro. Al enfrentarme a la obra de James, me enfrenté con varias particularidades suyas, como a la tendencia a las frases largas e incluso intrincadas (sobre todo, creo yo, en las obras de madurez), o a su afición por las ambigüedades y lo indirecto. Hay que estar muy atento, en este último sentido. También traté de que no se me pasaran por alto diversas alusiones veladas a otras obras, a otros escritores. Varias de ellas a Shakespeare, por ejemplo.

¿Qué le aporta el traducir siendo escritor?

Estoy convencido de que todos los traductores son escritores. Por más que no hayan publicado libros propios, bajo su nombre y apellido. Un traductor es y tiene que ser un escritor. 

¿Cómo debe leer un traductor?

Con atención. Con buen ojo y buen oído. Con conocimiento de causa: de la obra del autor que traduce y, más aún, del idioma que traduce. Esto último para no confundir rasgos de estilo del autor con rasgos generales del idioma en el que este autor escribe o, por qué no, lo contrario. O sea, para no confundir ‘norma’ con ‘excepción’. Al margen de esto, el traductor se ve obligado a leer a un ritmo y a una ‘distancia’ como nadie lo hace. Nadie lee como lo hace un traductor, casi a ‘cámara lenta’ o como un relojero que desarma un artefacto para armarlo de manera parecida, equivalente. Hace poco dije en broma, en otra entrevista, que el traductor es como un árbitro viendo el VAR del libro.   

Igual que debe marcarle su faceta de escritor a la hora de traducir, supongo que también ocurrirá en sentido contrario. ¿Qué saca como escritor de este tipo de proyectos?

Pasarse horas traduciendo a autores como Yourcenar o Jane Austen es una lección maravillosa. Como un pianista que estudia a fondo la partitura de un maestro: imposible no aprender ni descubrir cosas. Traducir a un autor como James no tiene una influencia directa en mi escritura, pero puede tenerla en las estrategias, las herramientas, los recursos formales que empleo para escribir... La traducción, de por sí, es un acto revelador. Revela un texto en otro idioma. Revela diferencias entre dos idiomas. Y le revela al traductor cosas que, tal vez, jamás habría formulado por escrito en su idioma. Es más: los traductores de mis libros a otros idiomas me señalaron asuntos que no habían visto ni los correctores (que suelen ser meticulosos), ni los lectores más empedernidos. Por otra parte, hay aspectos en los que escribir ficción propia y traducir libros ajenos son tareas casi idénticas. En ciertas partes de mi último libro, Círculo de lectores, juego a reescribir textos ajenos: algunos cuentos de Cortázar, por ejemplo. En una de estas reescrituras lo que hago es una ‘transducción’: algo al borde de la traducción, salvo que es una traducción creativa, deliberadamente ‘infiel’ y sin salir del idioma castellano.

Decía Flannery O’Connor que cualquier narrador sensato cambiaría cien de sus lectores contemporáneos por uno solo que leyera su obra cien años después. ¿Cómo se lleva la obra de Henry James con estos tiempos?

James introdujo tantas innovaciones formales (muchas de ellas, ligadas al punto de vista) y fue tan autoconsciente, que muchos lo han etiquetado como un escritor para escritores. A mí esto me parece reductor. Un siglo más tarde hallamos en su obra, por ejemplo, muchas cosas que resultan vigentes. Reflexiones sobre el mercado del arte y sobre la creatividad. Descripciones e ideas asombrosas, llenas de perspicacia psicológica, sobre el deseo, el amor, la amistad o el enamoramiento. O también sobre el fracaso, que es otro tema clave en James. En sus relatos podemos hallar incluso la huella palpable de cómo fue cambiando el rol de la mujer a fines del siglo XIX y a inicios del siglo XX: muchas ficciones de James ponen en escena a muchachas estadounidenses que se conducen con bastante libertad para su época y que asombran o desconciertan a hombres y mujeres de Inglaterra o, más ampliamente, de Europa. En estos aspectos (y otros más) Henry James nos resulta un contemporáneo. Y, en definitiva, eso es un clásico, como decía Ítalo Calvino: un autor que todavía tiene cosas para decirnos.