En un ambiente apacible y taciturno, como un río que fluye lentamente, sin alzar la voz y generando emociones, una verdadera osadía para los tiempos que corren, Lambchop ofrecieron en el Cartagena Jazz un recital tan balsámico como profundo.

Durante su ilustre carrera de casi tres décadas con Lambchop, Kurt Wagner ha demostrado un ávido interés por la historia de la música, en especial por algunos géneros. Ya sea el irónico indie rock de sus inicios, como el de su álbum Thriller, el alt-country de obras emblemáticas como Nixon, o las contenidas influencias gospel y soul de Mr. M, Wagner siempre ha manejado estilos dispares. Aun así, sorprende el significativo salto que ha dado con FLOTUS, el último álbum de Lambchop. A Wagner le ha dado ahora por el hip-hop.

Aunque Wagner siempre ha tenido inclinaciones experimentales, gran parte de su heterodoxia procede de HeCTA, una banda que formó el año pasado con dos miembros de Lambchop: Ryan Norris y Scott Martin. Su debut, The Diet, es precursor del house tenue de FLOTUS, un homenaje a la música de baile underground americana de los 70.

No es difícil imaginar que un disco de rugosas texturas y pliegues digitales, llamado como las siglas que responden a «First Lady Of The United States» y publicado días antes de que una ex primera dama alcance la presidencia de los EEUU, cause algo de polémica. Sobre todo viniendo de una banda que tituló Nixon su álbum más famoso. La mujer de Wagner es jefa del partido demócrata de Tennessee, y según el pianista, el concierto estaba dedicado a ella, que escucha pop, hip hop comercial y Beyonce; confiesa Wagner que el verdadero significado del acrónimo es «For Love Often Turns Us Still». Las canciones de FLOTUS, sobre las que basó prácticamente el concierto (aunque también tocaron temas conocidos, como Poor Bastards, If I´ll Just Die y Gone Tomorrow), están construidas sobre una nebulosa rítmica donde Wagner manipula su voz agrietada con la magia del Autotune y otros artilugios digitales. La seriedad erótica de la Americana ha quedado lejos.

FLOTUS destaca por la sencillez, quizás ilusoria, de su innovación tecnológica («No temáis, es solo tecnología», anunció el pianista Tony Crow). Permanece la mesura de grandes discos de Lambchop como Is A Woman y la sensación de que es necesario respirar entre notas. Incluso en el terreno fracturado de una canción como Directions To The Can, los fieles sirvientes se hacen notar: Matt Swanson, con sus líneas de bajo discretamente funky, y el bienhumorado pianista, un maestro de la salpicadura minimalista, que fueron sus acompañantes en esta ocasión.

La historia de Lambchop es la lucha entre la idea de banda, con las lealtades personales que implica, y la de disco como creación autónoma.

Lambchop alternaron ritmos lentos, krautrock, folk y mucho autotune sin perder su identidad.

Wagner ha reconocido que decidió explorar el hip-hop tras años de oir las mezclas que hacían sus vecinos, siempre por delante de las emisoras de radio, y empezó a escuchar a Kendrick Lamar, Flying Lotus y Shabazz Palaces, alucinando con la innovadora producción.

Un aspecto clave era la idea de la distorsión vocal, usar el autotune como herramienta artística que escarba en sonidos no naturales. Ahora su voz se oscurece, se disfraza; utiliza a menudo sus arrullos metálicos como un instrumento más, y desaparece del primer plano en gran parte del recital, mezclando pitidos e interferencias para crear armonías de electrónica quejumbrosa. Él se dedica a balbucear sus letras, que son ahora más poéticas.

Wagner ha convertido su curiosidad experimental en algo muy poderoso. Largas y complejas piezas dan idea de ello, como los 12 minutos de In Care of 8675309. FLOTUS quizás contenga su música más calmada hasta la fecha. Añade sabiduría a su obra de borrosos límites genéricos, más allá de su zona de confort. Le ha dado nueva vida a su sonido.

Durante poco más de una hora estuvieron Lambchop deslizando oscuras baladas s lo Tindersticks, recreando un folk reminiscente de Simon & Garfunkel o Cat Stevens. Incluso Wagner llegó a adoptar el rol de un atípico crooner con su cabeza baja y el rostro semioculto bajo su gorra de CO-OP. Estaban a gusto y se notaba. Desde NIV´ con su aplastante tristeza, a los 18 minutos de la sinuosa y ensoñadora The Hustle, todo sonó tan traicioneramente sereno como siempre, con una dulzura demasiado uniforme, una forma de quietud esencial rica en sensaciones. Sin duda, una apuesta arriesgada en tiempos acelerados. La música de Lambchop se filtró por los poros de la piel.