Síguenos en redes sociales:

Crítica

Nicola di Bari, El amor y el nada más

Historia, trayectoria, grandes canciones y una voz inquebrantable

Nicola di Bari, el último romántico, tiene 74 años... y -hay que decirlo-, se nota. Pero, el rastro de los años registrado a primera vista pasa a segundo -y hasta último- plano cuando pisa el escenario como un héroe de la canción.

Razones no le faltan. Historia, trayectoria, grandes canciones y una voz inquebrantable (bueno esta vez su voz parecía resquebrajarse, y hasta desafinaba en algún momento). Pero aunque frecuentemente deba consultar las letras, que su bajista y director musical le deja preparadas y visibles en un atril, Nicola maneja como pocos la faena del escenario con una actitud envidiable. ¡Qué genio!. Desgarbado, narigón y con lentes, su arma era una colección de canciones románticas que se han quedado en la memoria. Envuelto en melodías agudas e interacciones constantes, el artista demostró a cada minuto su bien ganada fama de maestro de la música romántica.

A sala llena, con un público expectante que en su mayoría cruzaba el umbral de los cincuenta, con la mirada puesta, tal vez, en los días del pasado, el repertorio estuvo dominado más por la melancolía que por el optimismo. Se plantó frente al micrófono, repasó casi una veintena de temas intercalando emotivos comentarios, varió algunas de las melodías de sus propios clásicos, y se le fue acomodando la voz conforme el repertorio avanzaba -como calienta un motor-.

Apareció vestido de negro, como los cuatro músicos que lo acompañaban, a quienes siempre tenía presentes, destacando sus nombres y subrayando algunas notas de humor. Lucía sombrero, y tras unas gafas oscuras, como si se ocultara de algo, Nicola vibró en el aire con su voz «ronca y rara» interpretando Vagabondo, que sonó a un volumen brutal y fue haciendo confesiones. «Esta canción la escribí cuando nació mi hija», y cantó (o más bien recitó) La primera cosa bella. Los sentimientos seguían con Rosa, una emotiva canción que escribió para su madre.

Y entre sorbo y sorbo (agua mineral, decía), las nostalgias volvían de pronto con otros clásicos: El arco iris, Guitarra suena más bajo, Como las violetas ? Nicola di Bari grabó muchos de sus éxitos en castellano, y así cantó casi todo el tiempo. En un alarde de confesión hizo Mi verdad, que tiene algo de ese epitafio de canciones como My way, en la que expone sus heridas. Sin duda es un enamorado de la vida, y canta al amor como estrategia para combatir a un mundo cada vez más hostil e inseguro, y buena prueba de ello es Trotamundo, su lado más pop, en la que desvela que lo importante de la vida es el amor y nada más.

Luego regaló Eternamente, de Chaplin y sus Candilejas (contó que tuvo que pedirle permiso a Geraldine, porque le había cambiado los arreglos). Con su particular voz resaltó esta impresionante canción (aunque ya su voz no es la misma de su juventud, todavía imprime un gran romanticismo a las canciones). Lo que es irrefutable es que Nicola Di Bari es un icono de la música romántica de finales del siglo pasado. No obstante, nadie podría resistirse en una noche de insomnio a probar una copa de vino y escuchar El Ultimo Romántico: esta canción lo identifica, tal vez por esa tan singular manera de ser, ajena a modelos y arquetipos; más antihéroe que figura del glamour artístico, más reservado que exhibicionista.

Y llegó el momento más esperado por su seguidores: El corazón es un gitano (´Il cuore é uno zingaro´ ), que le ganó los laureles en San Remo. La empieza y la para un par de veces, se le oye decir que prefiere cantar la original, la emoción parece desbordarle, pero cuando llega a los lalalás se va de tono y precipita su salida. Impera, por un instante, el recuerdo de aquella noche, y el corazón asume su propia naturaleza de gitano. Y se hace un silencio entre vítores, un mutis por el foro y un cierto desconcierto. Y llega nuevamente al ´palcoscénico´, retoma Trotamundo, y se marcha agradeciendo los aplausos mientras su banda interpreta la melodía del corazón gitano.

El tiempo pasa dejando sus marcas en el cuerpo, en la voz y en la cara, pero Nicola Di Bari salió como los grandes. El pasado todavía le dura. El público que llenó el Romea había acudido para escuchar al maestro Nicola di Bari, pero antes actuó Principio Dante (no sé que relación podía tener; bueno, las canciones de amor). Pronto se daría cuenta Juan Dorá de que cantaba para una audiencia senior, y, nerviosamente, resolvió aquello como pudo con canciones que tienen el aire de Funambulista y recurriendo a Antonio Flores (7 vidas). Al final terminó haciéndose el manido selfi con el publico levantando las manos.

Pulsa para ver más contenido para ti