El enorme trasiego de murcianos que entraban y salían en la tarde y noche de ayer de la iglesia de Santiago del Palacio Episcopal para dar el último adiós a Javier Azagra demuestra lo querido que era. «Cada vez que me veía me saludaba y abrazaba», comentaba emocionada María Gil mientras esperaba para entrar a la pequeña capilla para ver el féretro y «rezar un rosario por su alma». Fueron miles las personas que se acercaron hasta el velatorio, que estaba previsto que estuviese abierto durante toda la noche y que se cerrará minutos antes de su entierro esta tarde.