1. los manifestantes pacíficos contra las medidas del gobierno regional de Murcia no son responsables de la agresión aPedro Alberto Cruz, ni del supuesto o verdadero clima político crispado en la Región. Los partidos políticos y sus cabezas más visibles tienen la obligación de elevar el nivel del debate político, público y privado, porque cabe imaginar sin mucho riesgo de error qué veríamos con un wikileaks murciano, cosas bonicas por doquier.

2. los críticos con la gestión de Cruz tampoco son responsables de la agresión a Cruz. El consejero sabe bien que la crítica no es una agresión, sino a lo sumo, una incomodidad inevitable en democracia. Por eso es un despropósito que haya deslizado una y otra vez (la última, en el programa "La ventana" de Gemma Nierga) la especie de que hay una persecución "personal" de "[su] persona", desde hace meses, que él relaciona con el ataque sufrido. Apocalíptico.

3. los sindicatos convocantes de las manifestaciones deberían haber condenado sin ambages y desde el primer momento las conductas incívicas durante las manifestaciones, que en todo caso fueron pocas y poco violentas (tirar huevos no es tirar piedras).

4. el delegado del gobierno en la Región de Murcia tiene la responsabilidad de garantizar a Valcárcel y a su familia, como a todos los demás ciudadanos de la Región, su libertad de movimientos y la seguridad de sus personas. Y si no la cumple, ha de exigírsele. Sin embargo, tener domicilio en la Gran Vía, en Murcia, significa padecer todas las "manis", así como las procesiones, cabalgatas, desfiles, bando, et alteri. Es, pues, digno de compasión quien tiene la desgracia de habitar un ático ahí.

5. el consejero murciano de Cultura se ha expresado y conducido después de la bárbara agresión sufrida como si le hubieran producido un daño gravísimo e irreparable a su integridad física. Y no ha sido así, afortunadamente. Cualquiera que haya sufrido un atraco, por ejemplo, sabe bien que las heridas psicológicas curan más lentamente que las físicas. Y no obstante es exigible la mesura, especialmente en un responsable político, aquella prudencia que ya recomendaba Aristóteles, como él sin duda sabe muy bien.

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