El periódico me hace saber una muy triste noticia: la muerte de Antonio Mora.

Persona muy querida y valorada por mí, a la que conocí hace cuarenta años, cuando mis inicios profesionales. Con él y otros amigos, en cooperativa, construyeron un edificio y desde entonces fuimos, además, vecinos.

Por tanto, fueron muchos años de amabilidad encontrándonos en el hall de entrada, en el ascensor, en la amistad que produce la proximidad y la fraternal categoría humana de nuestro vecino.

Le gustaba mucho la pintura y siempre andábamos con un canje profesional. Aquel o este cuadro a cambio de un par de habitaciones de parquet.

Porque Antonio se dejó o compatibilizó su profesión oficial con la empresa de pavimentos de madera; los que se ponían en las mejores casas de los setenta.

Su afabilidad personal, su elegancia, hacía posible el trato entre sonrisas de complicidad.

Nos unía otra afición o ilusión, la del club Real Murcia. En la Condomina, nos veíamos en la grada o en camino urbano hasta el campo de fútbol porque su itinerario era el mismo que el nuestro.

Fue mucho más que un buen vecino; ese amigo cordial y fiable, leal a las buenas maneras y a los afectos.

Además, en su juventud, creo que tuvo algo que ver profesionalmente con nuestro origen lumbrerense; eso hacía mayor intensidad en la relación con mis padres, que siempre tuvieron con él una relación casi familiar; quizá por eso me llamaba por el diminutivo de mi nombre, de los pocos que lo hicieron siempre.

La muerte, este año pasado, me ha tocado de cerca en relación con la amistad, con alguna de aquellas personas que he valorado mucho.

Antonio está, desde ahora, entre los que nos han herido con su ausencia.

El periódico me ha dado un gran disgusto poniéndome delante de los ojos, confirmándolo, la pérdida de un amigo.

Sus hijos también lo son, su yerno, lo que amplía de alguna manera la tristeza.

Por los alrededores del centro de Murcia, por las cuatro esquinas, por Platería, le encontraba siempre afectuoso; con su pequeña cartera en la mano en la que, sin duda, guardaba los pedidos y los albaranes de su negocio.

Alguna que otra vez me pedía opinión sobre tal o cual obra que le habían ofrecido para comprar. Fue un buen coleccionista; modesto pero ilusionado con los artistas de nuestra tierra.

Fue un amigo estupendo, una suerte tenerlo de vecino durante años; tantos como nosotros habitamos aquel edificio.

No me acostumbro a ir perdiendo seres humanos que uno quiere por la inexorable ley del paso del tiempo.

La muerte de Antonio la he sentido mucho, también porque para mí, ha sido inesperada.