Las 573 páginas de "Llamadme Stalin" (Memoria Crítica) están repletas de testimonios y datos inéditos sobre los primeros pasos del dictador soviético, extraídos en buena parte de memorias de personas que vieron de cerca su forja revolucionaria en el Cáucaso.

Nacido en 1878 en una pequeña localidad georgiana llamada Gori, Iosiv Visarionovich Djugashvili, más tarde conocido como Stalin, muy pronto aprendió a convivir con la violencia, según cuenta el autor del ensayo.

Su padre, Visarion Djugashvili, era un zapatero adicto al reputado vino georgiano, que por la noche solía regresar a casa borracho y a menudo la emprendía a golpes con su esposa y su hijo.

Harta de palizas, la madre de Stalin, Keke, decidió abandonar a su marido y se mudó con su hijo, a quien consiguió colocar en una escuela eclesiástica de Gori.

Según Sebag Montefiore, el joven Stalin, apodado Soso por sus íntimos, arrastró toda su juventud no sólo el trauma de la violencia doméstica sino también un complejo de inferioridad causado por las marcas en la cara que le dejó la viruela, su andar defectuoso debido a un accidente y los rumores que aseguraban que era hijo bastardo.

Por si fuera poco, Soso creció en un entorno social especialmente violento: en Gori las peleas callejeras entre niños, jóvenes o adultos eran diarias y formaban parte de la tradición.

El propio Stalin reconocía de mayor que había "llorado mucho" durante su "terrible infancia".

El ensayo de Sebag Montefiore revela la personalidad ambivalente de Stalin, capaz de batirse a puñetazos contra chicos mayores que él y a la vez brillante alumno de la escuela religiosa y portentoso recitador de salmos.

Tras ingresar en el seminario cristiano ortodoxo de Tiflis, la capital georgiana, Soso se convirtió incluso en un exquisito poeta, cuyos versos fueron recogidos en antologías mucho antes de llegar a ser el amo y señor de la Unión Soviética.

Pero fue en sus años de adolescencia en el seminario cuando Soso entró en contacto con los primeros libros revolucionarios, que leía a hurtadillas y que le llevaron a abrazar el credo marxista.

El joven Iosiv, cada vez más desafiante y rebelde, acabó siendo expulsado del seminario, del que salió convertido en un auténtico ateo, pero su posterior aplicación del comunismo en la URSS estuvo impregnada de una liturgia y devoción deudoras en buena medida del cristianismo, tal y como recuerda el autor.

Desde 1900 Stalin se enroló en células revolucionarias y, poco a poco, fue convirtiéndose en un incansable activista antizarista, si bien sus planes se truncaron en 1903, cuando fue detenido y desterrado a Siberia.

No por mucho tiempo, ya que se escapó del gélido exilio siberiano y regresó al Cáucaso, donde organizó bandas de revolucionarios que combinaban las acciones terroristas contra el régimen con actividades mafiosas para financiar al partido.

El grueso de los fondos que recababa con los atracos a bancos, extorsiones a empresarios o asaltos piratas a embarcaciones del Mar Negro iban a parar a las arcas de su admirado Lenin, a quien conoció en 1905 y con el que colaboró a partir de entonces para preparar la revolución bolchevique de 1917.