Sencillamente apabullante y divertido, Kevin Johansen desbordó con una mezcla que resultó original. Pertenece a esa serie de perversos genios imprevisibles que hacen posible la quimera de mostrar relieves distintos de la música convencional

Johansen es un músico inclasificable, nómada cultural, muestra viva y mestiza de la diversidad del continente americano. Nacido en Alaska, ha vivido en San Francisco, Nueva York, Montevideo y Buenos Aires. Ofrece una insólita mezcla de estilos, lenguajes e idiomas musicales y semánticos. Y lo mejor de todo es que le sale de forma natural.

Fue camarero de hotel y portero de una milonga en Nueva York, hasta que Hilly Krystol, dueño del legendario club neoyorquino CBGB, se fijó en él. Allí descubrió lo norteamericano que se sentía y lo sudamericano que era.

Sin embargo, su despegue no se produce hasta el año pasado, cuando una canción, 'Down with my baby', una pieza de soul erótico y guitarras grunges que él mismo describe como 'Barry White meets Nirvana', apareció en un culebrón de gran audiencia en la tv argentina. Y ahora está nominado a los Grammys latinos.

La cosa no pasaría de ahí si no fuera porque Johansen es un músico talentoso, un cantautor que huye de las etiquetas e inventa otras nuevas que responden a su deseo de mezclar: 'La tangómana' es milonga hall, 'Go on' es zydeco rush, 'Sur o no sur' es popklore.

Se mueve como pez en el agua por el eclecticismo. Mezcla todo lo tradicional y lo moderno con actitud pop: si hace tango, tiene un toque de cumbia, su salsa huele a reggae, y escribe canciones extrañas con letras inventivas y pegadizas, que, lejos de ser sombrías, hacen ver que no se toma a sí mismo demasiado en serio.

'El problema del humor es que nadie se lo toma con seriedad'; esa cita de Mark Twain aparece en su disco 'Sur o no sur', paráfrasis del dilema hamletiano, seguramente más próxima a Lubistch que a Shakespeare.

Su música resume perfectamente los sonidos de las grandes ciudades multicolores. Canciones de amor, desamor y humor, sazonadas con estilos `populares´ como la cumbia o el country, en apariencia sencillas, pero en realidad agudas e inteligentes, como cortometrajes en los que establece un puente entre el norte y el sur del continente americano. Prima la idea de canción sobre la de género - él se considera un 'desgenerado'-. Recuerda al cosmopolitismo de los tropicalistas brasileños.

Canta en español, inglés y spanglish.'Guacamole', que fue su primer hit, es un buen ejemplo, y una canción que anima cualquier fiesta. Porque ante todo es un cantautor divertido con un desparpajo casi surrealista, que en directo hace disfrutar de lo lindo. Contagia espíritu positivo, como Byrne o Manu Chao, él quizá sea más una especie de Beck austral. Se delata cuando dice que es un looser. Tiene un corazón tierno y no le importa mostrarlo.

Bromeó con los fotógrafos sobre su lado bueno: "como Julio Iglesias. A fin de cuentas, vanidad es inseguridad", dijo. Acompañado por un grupo eficaz de cinco músicos argentinos -flauta y saxo, percusión, guitarra, bajo y charango- y el veterano baterista Zurdo Roizner, que trabajó con Piazzolla y Vinicius de Moraes, Johansen ofreció un show delirante, con canciones muy diversas.

Fue psicodélico con un banjo que sonaba como un sitar en 'Hindue blues', tocó el xilófono en 'Chill out James' -dedicada a James Brown, 'el músico que trabaja más duro sus shows'; se quedó solo con el guitarrista para versionear a Gainsbourg en 'La chanson de Prevert'; transmutó el 'Hotel California' de los Eagles en 'Hotel Patagonia'; e hizo un son de comienzo rapeado en 'No me abandones'. Se mostró ácido en 'Ché Donalds' por la manipulación comercial de la imagen del Ché, y se despidió con una cumbia flamenca titulada 'La procesión'.

Johansen es de lo mejor de la música argentina que ha salido en los últimos años. Impuro r´n´r, but me like it. Más Guacamole, por favor.