a galería La Aurora de Murcia muestra hasta el 30 de mayo la exposición 'Tápies. 80 años/80 obras', título que juega con la edad del célebre artista catalán y con el número de obras que pueden verse estos días en la sala. Se trata de obra gráfica (aguafuertes, serigrafías, litografías) y materias, algunas piezas colgadas de las paredes de la galería y otras en carpetas. No es, sin embargo, una muestra más de Tàpies, pues el interés especial que tiene es que puede verse obra desde los años sesenta hasta 2000, es decir, hay un Tàpies de cuando todavía no era del todo Tàpies, ese pintor de famosas manchas o cruces.

En la muestra se pueden encontrar curiosidades minimalistas, con muy pocos trazos, japoneserías delicadas, con el papel apenas manchado y, por supuesto, rastros de su militancia izquierdista, como una obra con la hoz que realizó en los años setenta para el Partido Comunista; también la bandera catalana, símbolo de su también catalanismo militante.

En realidad, cualquier mirada a este expresionista abstracto, hoy de reconocido prestigio en todo el mundo, cualquier revisión de su figura, no puede prescindir de su compromiso cívico con la causa catalanista, así como con las ideas progresistas de la oposición política al franquismo. No sólo algunos de sus cuadros y carteles dan testimonio de ello, sino también su participación en actos como la reunión de intelectuales en el Convento de los Capuchinos de Sarriá en 1966 o el encierro en Montserrat en protesta por el proceso de Burgos en 1970, que le llevaron incluso a ser detenido y encarcelado durante un breve periodo.

Su obra fue adquiriendo con los años mayor prestigio internacional, y al tiempo se fue destapando como escritor sobre arte, con textos publicados primero en la prensa y después recogidos en libros como 'La práctica del arte' (1970) o 'El arte contra la estética' (1974), a los que se suma su autobiografía, publicada en 1978. La idea del arte como amplificador de la conciencia y como instrumento humanista y social que preside toda su obra se ha mantenido durante muchos años. Las exposiciones retrospectivas de 1994 y 1995 en el Jeu de Paume de París y el Guggenheim de Nueva York no han hecho sino reafirmar su fama y su obra como una de las más reconocidas del arte moderno de la segunda mitad del siglo XX. En España, el año pasado se le concedió el premio Velázquez de pintura (equivalente al Cervantes de las letras) en su segunda edición. La primera reconoció al pintor murciano Ramón Gaya.

A mediados de los años cuarenta, Tapies comenzó a hacer dibujos y pinturas -a menudo autorretratos siniestros, de aire muy existencialista- y algunos collages con cuerdas y cartones en los que se reconoce la impronta del surrealismo. Su primera referencia en ese sentido será el número extraordinario de la Navidad de 1934 de la revista D'Ací i d'Allá, que pudo hojear en su adolescencia antes de la guerra. La lectura de Sartre y Heidegger le impregna del existencialismo dominante entonces en la cultura europea.

En 1948 expone por vez primera en público en el Salón de Octubre de Barcelona y, por esos mismos años, traba relación con una serie de artistas e intelectuales empeñados en mantener viva la llama del legado vanguardista que se reunían en una taberna del barrio de Gràcia llamada 'La Campana'. Entre ellos destacan las figuras de Joan Brossa, el poeta ya fallecido que estuvo muy vinculado a las artes plásticas a través de la práctica de la poesía objetual y otros géneros alternativos, y Joan Prats, coleccionista y hombre ligado a esa tradición de la vanguardia catalana.Precisamente a través de Prats, Tapies conocería a Miró en 1949.

En este ambiente se fundó, en 1948, la revista Dau al Set, en la que además de Tapies participaron Brossa, Modest Cuixart, Joan Josep Tharrats y Arnau Puig. Todos ellos compartían cierta inclinación surrealista, y mantuvieron hasta 1951 uno de los primeros intentos organizados de aglutinar la actividad artística de vanguardia en toda España después de la guerra. Durante este tiempo, la obra de Tapies acusa esa influencia del surrealismo literario en cuadros de factura más lisa y temática onírica y crepuscular. En 1950 celebra su primera exposición individual en las Galeries Laietanes de Barcelona y obtiene una beca del Instituto Francés para viajar a París, donde conoce a Picasso en 1951. Con la nueva década, la obra de Tapies se consolida en 1952 expone de nuevo en Barcelona, Madrid y en la Bienal de Venecia; la galerista Martha Jackson le organiza otra muestra en Nueva York, adonde viajará con ese motivo, y su nombre empieza a sonar en el panorama internacional. El franquismo, hostil al arte moderno en el interior, intenta adecentar su imagen exterior permitiendo la promoción de artistas españoles de vanguardia en los certámenes internacionales de Venecia y sao Paulo. Su obra irá abandonando el rastro surrealista para instalarse en su peculiar lenguaje informal y de investigación de la materia y el signo.