Edward Hopper. Es el primer nombre que acude a sus labios cuando inquieres por sus referencias. Hopper aprendió a pintar la luz tanto de los grandes maestros (Vermeer, Caravaggio, Rembrandt, Velázquez) como de los impresionistas. Y después aplicó su técnica a las ciudades de su patria estadounidense. «La ciudad donde vivo -cantaba la Orquesta Mondragón- es el mapa de la soledad; al que llega le da un caramelo con el veneno de la ansiedad. La ciudad donde vivo es mi cárcel y mi libertad». ¿La recuerdan o son aún jóvenes?

Rosana Sitcha, con un estilo muy anglosajón, ha pintado su Cartagena natal; ha pintado Murcia; ha pintado Madrid, donde reside desde 2012; ha pintado también Londres. «El elemento que más me atrae de Hopper es la sensación de soledad. Mis obras exploran la relación entre la persona y la ciudad, pero las escenas son siempre silenciosas. Aparecen los habitantes, pero no hablan».

Me habla también de Jeremy Mann, quien reflejara las ciudades con contrastes cromáticos no exentos de agresividad. «Eso es, me atraen esos contrastes entre las zonas de luz y las de sombra».

Pero no solo de anglosajones vive la pintora. «Urréjola, sus paisajes y encuadres de Madrid, esas atmósferas y cielos blancos que caracterizan la ciudad. También aprecio la obra de Carlos Morago, a pesar de que su estilo es muy diferente al mío; su pintura es muy sutil, poética. Tiene la capacidad de plasmar esa sensación de silencio y soledad que también yo intento transmitir en mis obras. Sus cuadros parecen ir creciendo desde el punto más importante del cuadro, y esa es la forma de empezar todos mis cuadros, desde el punto de mayor interés; aunque yo llego a un mayor nivel de definición, me gusta 'llenar' más la escena, sin llegar tampoco a máximos de detalle».

¿Por qué los cuadros de Rosana, incluso aquellos de ciudades, evocan silencio y soledad? Hopper, de nuevo Hopper. «Siempre hago referencia al silencio en los paisajes urbanos y, de una forma no intencionada, creo que también en mi serie de retratos femeninos. En estas series las modelos siempre aparecen solas, una única persona por cuadro. Se trata de retratos de gran formato donde la modelo se encuentra inmersa en la soledad, en un momento de meditación no perturbado por ningún otro estímulo externo más allá de alguno de los cuatro elementos de la naturaleza. Busco reflejar a la protagonista en una especie de ejercicio de introspección. Ella a solas con la naturaleza».

'La ciudad reflejada'

Pero en la ciudad no hay silencio. Hay ruido y trasiego. «Las escenas de mis representaciones urbanas parecen sorprendentemente silenciosas; sin embargo, los habitantes, los verdaderos actores de las historias que cuentan mis cuadros, se encuentran inmersos en un halo de silencio y soledad. Intento representar un espacio real que, por alguna razón, posea apariencia de imaginario. Busco esto especialmente en mis nocturnos, donde se muestra siempre un momento un tanto misterioso y donde los personajes, anónimos para el espectador, parecen aquejados de una honda melancolía, que solemos considerar un sentimiento sumamente poético. Creo que esto se puede apreciar de modo más nítido en la serie en la que trabajo ahora, La ciudad reflejada. Se trata de escenas de día y de noche, cuyo elemento común es la ciudad vista a través del mero reflejo de un escaparate. Lo que me llevó a desarrollar este tema fue la idea de representar la ciudad de manera que se reconozca, pero desde un punto de vista diferente, con un toque mágico. La ciudad se reconoce perfectamente, pues aparece un edificio o un lugar emblemático, pero no se muestra de manera directa, sino mediante un artificio: a través del reflejo en un cristal. Es una nueva forma de ver la ciudad, una forma más enigmática y que refuerza ese sentimiento de silencio y soledad en el espectador que contempla la obra».

Junto a las ciudades, son los retratos la otra gran temática en la obra de Rosana Sitcha. «Lucian Freud es mi gran referencia en cuanto a retratos. Vi una exposición de él hace unos quince años en Barcelona, y ha sido de las exposiciones más impresionantes que he visto en mi vida. Esa exposición dejó una huella profunda en mí. Fuimos con la universidad. Creo recordar que estaba en tercero de carrera. Me sobrecogió esa forma de hacer retratos, de plasmar la carnalidad del modelo».

Menciona también a Jenny Saville, pintora inglesa cuyos retratos destacan por todo menos por la dulzura. «La carnalidad tan conseguida, la expresividad de la pincelada, el manejo del tamaño, la composición». Estos cuadros no se podrían clasificar, precisamente, de 'bellos', le digo con la conciencia clara de estar adentrándome en un debate estético de profundidad insondable. «Exacto. Saville representa el cuerpo humano sin buscar la belleza. Sin buscar que resulte tan siquiera agradable. La belleza de lo feo. Representaciones de gran formato y plasticidad donde se aprecia la carne del modelo representado. No deja indiferente a nadie».

Jenny Saville me resulta violenta. Incómoda. Perturbadora. «Yo colgaría un cuadro suyo en mi casa», me dice. Yo no, le replico.

Rosana Sitcha pasó gran parte de su infancia en el campo cartagenero. Camino de la playa del Portús, en Galifa. Tierra áspera, tierra brusca.

Sin embargo, es pintora furibundamente urbanita. No ha calado en ella el ambiente bucólico de los algarrobos y los olivos. «Por supuesto que Galifa ha dejado huella en mí. Las tierras áridas, el Mediterráneo. El Portús, acogedora cala donde paso la mayor parte de las mañanas y tardes de verano; lugar al que escapo y donde me refugio tras largas estancias en Madrid. Si bien no me atraen los paisajes netamente naturales, la naturaleza aflora en la serie de retratos femeninos aunados con los cuatro elementos de la antigüedad clásica: Elementales».

Buscar características nuevas

La pintora cartagenera ha acometido también autorretratos, aunque no de manera compulsiva (nada que ver con un Rembrandt o un Schiele). «Prefiero no pintarme. No me gusta nada. Prefiero otras modelos. Las hay que cuando las fotografío veo ya que es la modelo perfecta para esa serie, por su fisonomía, color de piel, cabello... De hecho, algunas de ellas ya se han convertido en modelo fetiche para mí. En ocasiones, no tengo más remedio que recurrir a lo que tengo más a mano, que soy yo». ¿No te gusta pintarte por pudor? «Necesito experimentar con rostros y fisionomías muy diferentes a los míos. Buscar características nuevas. Quizá es por ello que con la modelo que más disfruto es mi modelo pelirroja, tan diferente físicamente a mí. Me cuesta y eso me motiva. No me divierte pintarme. Me aburre».

En todo caso, Rosana, será por Hopper, será por lo que sea, es pintora de ciudad. «La pasión por el medio rural, que existe, no queda tan patente en mis paisajes, que, efectivamente, son urbanos. Se trata de series, sí, profundamente urbanitas. Representaciones a menudo de Madrid, del bullicio de esa ciudad que siempre intento representar desde un punto de vista nada bucólico, buscando imágenes en días menos transitados por coches y gente. Ardua tarea. Me apasiona esta ciudad, los blancos edificios de la Gran Vía, el maravilloso edificio Metrópolis, que he representado desde todos los puntos de vista y a todas horas del día. Aunque seguro que aún me queda alguno».

Qué pregunta tan complicada para un artista cuando se le inquiere sobre su obra predilecta. «El cuadro que nunca vendería es el retrato que le hice a mi madre cuando aún estaba en la carrera. Transmite perfectamente su carácter, su energía».

Madre no hay más que una. Y pintoras como Rosana Sitcha, tampoco.