Miguel de Cervantes, el gran paladín de la literatura en castellano, ya lo hizo a finales del siglo XVI o comienzos del XVII. Fue con La gitanilla, el texto que abre su colección de relatos breves, publicados en 1613 bajo el título Novelas ejemplares.

En él, el autor del Quijote narra la historia de amor entre Preciosa, una bella gitana, y Juan de Cárcamo, un miembro de la alta nobleza madrileña que tendrá que viajar hasta Murcia y acompañar a la protagonista -originaria de la capital del Segura- a lo largo de una serie de eventos que acabarán desvelando la verdadera identidad de la joven.

Pero no se quedaría ahí Cervantes, demostrando lo fértil -literariamente hablando- de esta tierra: Con esto, poco a poco llegué al puerto / a quien los de Cartago dieron nombre, / cerrado a todos vientos y encubierto / y a cuyo claro y singular renombre / se postran cuantos puertos el mar baña, / descubre el sol y ha navegado el hombre.

Los versos que a estas líneas preceden y que, evidentemente, hacen alusión a Cartagena, forman parte de Viaje del Parnaso, una obra narrativa en verso que el de Alcalá de Henares publicaría tan solo un año después -en 1614- y que cuenta el viaje al monte Parnaso del propio Cervantes, junto a algunos de los mejores poetas españoles, para librar una batalla alegórica contra los malos poetas.

Y es que la Región ha servido de inspiración para infinidad de escritores, para cientos de novelas; algunas de ellas, de amplia tirada nacional. No en vano, dos de los grandes superventas del panorama literario español, como María Dueñas y Arturo Pérez-Reverte, están íntimamente ligados a, en su caso, la ciudad trimilenaria de Cartagena.

La escritora puertollanense -que durante casi veinte años ejerció como profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Murcia (se encuentra en excedencia)- tomó el que todavía sigue siendo su hogar durante buena parte del año como punto de partida para Misión Olvido (2012), su segunda experiencia en librerías tras el éxito de El tiempo entre costuras (2009).

En esta obra, Daniel Carter es un estudiante norteamericano que, fascinado por la literatura española, se asienta temporalmente en nuestro país para preparar su tesis doctoral, y su viaje comienza en la Cartagena insurrecta de la Primera República. «Es mi tributo a una ciudad cálida de acogida para quienes han llegado a ella», señaló en 2013 durante la recepción del premio 'Cartagenera del Año'.

Por su parte, Reverte tampoco pierde nunca la oportunidad de incluir a su localidad natal, de una u otra manera, en sus novelas. En su última y exitosa serie, Falcó, por ejemplo, su protagonista prepara desde la ciudad portuaria el asalto a la cárcel de Alicante para liberar a José Antonio Primo de Rivera (Falcó, 2016).

Aunque todavía es más significativa la presencia de Cartagena en La carta esférica (2000): la novela más marina del académico -gran aficionado a la navegación, por cierto- no podía desarrollarse en otro lugar. En ella, el también periodista narra la historia de la búsqueda del Dei Gloria, un bergantín naufragado que perteneció a los jesuitas y se perdió junto a la costa de la ciudad portuaria tras un ataque de un velero pirata. Cartografía histórica, antiguos archivos, museos navales..., solo podía ser allí.

Sin embargo, la trama de La carta esférica también alcanza a la capital del Segura. De hecho, sus protagonistas acaban comiendo en La Pequeña Taberna, un restaurante de cocina huertana en el Arco de San Juan. «Aperitivo, una botella de Marqués de Riscal gran reserva más que razonable, pisto murciano, sangre frita con cebolla, verduras a la plancha. Ellos apenas probaron bocado, pero yo hice honor al lugar y a la mesa», señala el narrador bajo el mando de Reverte.

Y es que la gastronomía murciana y sus lugares de siempre han atraído -casi tanto como sus gentes o sus paisajes- a más de uno. Mención especial merece aquí Manuel Vázquez Montalbán, uno de los autores españoles más leídos del siglo XX, que tuvo a bien 'viajar' a Murcia en Los mares del Sur, Premio Planeta en 1979.

Amante y conocedor de la buena cocina de su tiempo, su detective de cabecera, Pepe Carvalho, aprovecha su estancia en la Región para darse un homenaje en El Rincón de Pepe: «Bebió cuatro jarras del Jumilla de la casa y pidió la receta de las berenjenas para darse una vez más cuenta de que si la guerra de los Treinta Años no hubiera sentenciado la hegemonía de Francia en Europa, la cocina francesa a estas horas padecería la hegemonía de las cocinas de España. Su único patriotismo era gastronómico», señaló el escritor barcelonés en las páginas de uno de sus libros más vendidos.

No obstante, si nos centramos en escritores que eligieron la Región para ambientar sus historias sin tener ellos aparente relación con esta tierra, hay que citar a Ramón J. Sender. El escritor aragonés, miembro de la llamada Generación del 27, es autor de la que, para muchos, es la mejor novela escrita sobre Cartagena hasta la fecha: Míster Witt en el Cantón (1935), que, siendo escrita en tan solo 23 días -según el propio Sender-, ganó el Premio Nacional de Narrativa.

Con la ayuda del historiador local Antonio Puig Campillo, el de Chalamera dio forma a la celosa historia de amor entre el ingeniero inglés Jorge Witt y su esposa, la lorquina Milagritos Rueda, que tuvo lugar durante la sublevación cantonal de 1873; una obra que, pese a que todavía hay dudas sobre si el autor viajó previamente a la ciudad para documentarse -sí dejó constancia de que lo hizo a posteriori-, es un reflejo de la sociedad, el habla, las canciones, las fiestas y hasta la idiosincrasia de los cartageneros de la época.

Mucho más reciente, y de vuelta a la capital, conviene citar el descenso a los infiernos de Michel Rincón en Murciatown (1995), del madrileño Javier Puebla. Un camionero que acaba de ser despedido de su trabajo no encuentra mejor manera de ganarse la vida que comenzar a trapichear con cocaína entre los locales de carretera que iluminan la noche en los alrededores de la ciudad.

Eso sí, la historia tiene trampa: Puebla, periodista, cineasta y hasta fotógrafo -además de escritor, claro-, es un trotamundos que un día dio con sus huesos en Murcia; años de los que no solo salió esta novela de sugerente título, sino también Sonríe Delgado, finalista del Premio Nadal en 2004: «La obra se germinó en Murcia. Estaba en la pizzería Don Camilo. Pedí algo de comer y tardaron dos horas en traérmelo, pero yo no me di cuenta. Me había puesto a escribir para desarrollar una idea que me vino de pronto. Así nacieron las veinte primeras páginas», recuerda el autor.

Y es que, como siempre (y tristemente) ocurre con esta Región, parece que a veces es difícil poner el foco en ella salvo que no quede más remedio; ahora, una vez dentro, son pocos los que no se dejan llevar por sus paisajes, sus rincones, sus historias...

Así, hay infinidad de escritores que, como Puebla, han acabado escribiendo sobre la Región tras conocerla y enamorarse de ella. Sirva de ejemplo el cordobés Manuel Moyano y sus obras El lobo de Periago (2005), una sucesión de leyendas de la Murcia rural, y Dietario mágico (2015), un libro que descubre al lector la 'Murcia mágica', desvelando que en una moderna región pueden convivir en perfecta armonía un equipo puntero de trasplantes de órganos con curanderos que sanan el mal de ojo; o modernas desalinizadoras y grandes obras hidráulicas con zahoríes que encuentran agua tanteando el suelo con una vara de avellano.

Precisamente Moyano, residente en Molina de Segura, es uno de los escritores ligados a la Orden del Meteorito, que congrega a varias generaciones de autores molinenses, muchos de ellos con la Región como una de sus principales inspiraciones. Es el caso de Paco López Mengual, uno de los escritores en activo más prolíficos de la Región: más de una decena de títulos a su nombre e infinidad de participaciones en colecciones de relatos, y raro es el texto en el que el mercero no deja asomar, no ya su condición de murciano, sino de molinense, como ocurre en La memoria del barro (2005) y Mapa de un crimen (2009), sus dos primeras obras.

Porque, por supuesto, todavía son más los autores nacidos en estas tierras que han decidido quedarse (una vez más, literariamente hablando); que no se han visto en la necesidad de transportarse mentalmente al frío nórdico o a los barrios bajos de Nueva York para escribir una novela de ficción.

Podríamos citar la primera novela del ganador del Premio Setenil Diego Sánchez Aguilar, Factbook: el libro de los hechos (2018); el exitoso debut editorial de Leonardo Cano, La edad media (2016); el Libro Murciano del Año 2014, El murmullo del tiempo (2016), de Manuel E. Mira, o 1969 (2009), del creador de Víctor Ros, Jerónimo Tristante.

Podríamos citar decenas, cientos incluso. Hasta podríamos debatir si la Feliz Gobernación de Escuela de Mandarines (1974), de Miguel Espinosa, es una visión quijotesca de Murcia -como así sugieren algunos personajes y literatos- o cruzarnos al verso y recordar Los poemas de Mar Menor (1962) de Carmen Conde. Pero en algún momento tendríamos que parar.

Como última referencia, y en lo que es tal vez también una mirada al futuro y a lo que espera, conviene citar a Miguel Ángel Hernández, uno de los autores murcianos más respetados fuera de nuestras fronteras regionales; más todavía tras el éxito de la turbia y experimental El dolor de los demás (2018), una novela en la que reconstruye un crimen cometido en la huerta de Murcia durante la Nochebuena de 1995: un joven mató a su propia hermana y después se tiró por un barranco; el asesino era su amigo, y el protagonista de la historia, su propio autor.

«En realidad, creo que cuando uno se pone a escribir no va buscando dónde ambientar su novela, sino que las historias, a veces, son inseparables de los lugares en los que ocurren», señala Hernández en declaraciones para LA OPINIÓN. «En mi caso -continúa-, El dolor de los demás ocurre en Murcia porque Murcia es tan protagonista como el resto de los personajes; el paisaje es tan importante como lo que sucedió. Pero mi primera novela, Intento de escapada (2013), también sucede aquí y, sin embargo, en ningún momento se dice que aquella ciudad es Murcia; los que son de aquí son capaces de reconocerla, pero en realidad podría ser cualquier otro sitio. Hay historias más universales, como ésta, y otras que son inseparables de los lugares en los que suceden -en alusión a su último éxito-, pero creo que esa idea de: 'Voy a ambientar mi historia en tal sitio' es demasiado naif», subraya.

No obstante, Hernández, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, reconoce que, efectivamente, cada vez son más los escritores que se animan, no digamos, pues, a ambientar, sino a contar historias de aquí. «Creo que, en este sentido, Murcia o Cartagena no tienen nada de especial; son tan especiales como cualquier otro sitio. Quiero decir: no tienen nada como no tiene nada Misuri, o Nueva York o Berlín, pero es verdad que ahora parece que, por fin, nos hemos quitado los complejos de que las historias tienen que suceder en sitios exóticos y extraños, y hemos empezado a mirar a lo que tenemos cerca. Porque todo es universal y local a su vez; no es mas local Murcia que Misuri, también aquí vive gente, también aquí hay historias».