Acaba de celebrar sus 77 años. Sesenta de ellos dedicado a la que es para él, "más que una profesión, un sacerdocio": la pintura. Manuel Coronado cumple años y abre las puertas de su alma y su pintura, en su residencia aguileña, a todos los enamorados del arte. Unas puertas que, amén de su lugar de trabajo y el sitio en el que crea diariamente desde hace décadas, es también un auténtico museo integrado por varios centenares de obras de arte, de ese arte del que siempre ha buscado estar rodeado.

"Me gusta exponerme a la contemplación de la gente, desnudarme artísticamente. Es la mejor forma que conozco de explicarme, de explicar mi pensamiento: a través de mi obra, que habla mucho mejor que yo sobre cómo soy en realidad".

Solitario y solidario a un tiempo, lírico y prosáico, romántico o descarnado según el momento, Coronado es la perfecta encarnación de esa eterna dualidad que ha planteado con frecuencia en sus obras a través de las enigmáticas máscaras a las que tan frecuentemente acude.

Sin oponerse a los que ven el arte como mero elemento decorativo, el pintor defiende que "el artista debe ser cronista de lo que nos rodea. Los artistas tenemos la obligación de hacer pensar a la gente". Y la pintura es su vida, lo ha sido durante 60 años, desde que, siendo apenas un muchacho, decidió marchar por el camino del arte, que siempre ha sido el objetivo y el motor que ha hecho girar su vida: "Si la pintura no se toma como sacerdocio, no es nada", asegura.

Pasión y devoción, aunadas durante seis décadas, en las que ha utilizado los pinceles como hechizante batuta, para conseguir efectos mágicos que trasladen al espectador de su obra más allá de una realidad a menudo ramplona con una sola condición: no dejar a nadie indiferente.

Vida y obra están -no podía ser de otra manera- indisolublemente unidas en este artista. Que lo suyo era la pintura lo supo desde que, de niño, se ganaba reprimendas de sus mayores por ensuciar con colores y formas salidas de su imaginación todo cuanto se ponía a su paso.

Una pasión por la pintura que no ha constituido impedimento alguno para vivir intensamente -"No podría pintar si careciera de experiencias ¿cómo podría pintar la oscuridad si no me meto en el túnel?"-, para que el artista haya pasado por la vida bebiéndola a grandes tragos, disfrutando de la existencia, adquiriendo experiencias, desarrollando, en fin, su personalidad, el gusto por una experiencia personalísima que ha plasmado en cuadros llenos de magia, de color y sentimiento.

"Nunca he buscado la fama, sino la verdad en la pintura, por eso pinto lo que pinto y ese es el objetivo que me mueve en esta vida". Por eso, su obra y las de sus contemporáneos más queridos pueblan su casa y el auditorio de su ciudad natal, Águilas, en la que vive con y para el arte. "No busco nombres, sino verdaderos artistas, que son los que me hacen vivir con más intensidad cuando los contemplo".

Algo que los apasionados del arte pueden también disfrutar acercándose a la ciudad costera, donde el artista los invita a disfrutar, artísticamente hablando.