Sorprendentemente el artista Nicolás de Maya llena la Sala de Columnas del Palacio del Almudí; lo hace con una grandeza que impresiona. Hay un trabajo muy importante en estas paredes y en los espacios que permiten la exhibición de esculturas de gran solemnidad clásica adaptada a nuestros días. Al pintor-escultor lo venimos siguiendo desde sus inicios y es magnífico destacar la evolución de la obra habiendo suprimido todo tipo de magistrales influencias juveniles. Ya es un maestro, él mismo, aún con su juventud. El envoltorio del recorrido entre piezas de grandes formatos, líricas, firmes, realistas sin llegar a proponer lo mágico, sí lo concreto de la cuestión de piel que le interesa; el tatuaje o el músculo, la diversidad de los cráneos de cuerpos en delirio, crean una atmósfera de espectáculo artístico. Me quedaría muy corto si destaco tan solo su capacidad para dibujar la figura humana de ambos géneros; la propuesta es otra mucho más elaborada y gestada. Son los movimientos y los desnudos flotantes, sus detalles, sus ojos, sus brazos, sus manos; todo ello se desprende del ser humano y nos llega porque le presuponemos, no porque nos reconozcamos en esa belleza que el artista nos descara. No somos tan hermosos, o sí, si la narración del pintor así nos lo enseña.

En la exposición hay óleos de técnica basada en la tradición y hay experimentos en las superficies de los formatos como los papeles dibujados y encolados, después adheridos a la madera. Demuestra aquí De Maya una preocupación por el procedimiento pictórico; no quiero llamarlo cocina, quiero mejor interpretar una intención de seducir también desde el inicio de la obra en la que se ahorma el soporte. El conjunto que trato de contarles, sin grandes alardes de teoría ni filosofía, resulta espectacular y limpio, en un espacio -el Salón de Columnas del Almudí- que ayuda a engrandecer la calidad de lo que se cuelga si esta es palpable y visible, como es el caso.

La Murcia artística, la periférica, también está de enhorabuena con la existencia de algunos artistas como Nicolás de Maya, barroco en el recuerdo lejano de algunos detalles, de algunas maestrías dibujadas a conciencia del límite real de lo posible. Nos convulsionan sus aceros en las cabezas escultóricas, nos inquietan, pero reconocemos al hombre de hoy que atraviesa diferentes locuras en su pobre existencia. Grises, sombras, escaso color pero sobrio, es una representación elegida de la figura humana en permanente estado de trascendencia. Vuelan los cuerpos o se deshacen en el mismo aire en el que nacieron.

No encajaría yo al pintor en el hiperrealismo, es un paso más lateral el que da en su obra. A propósito, no he leído lo que de él se escribe en el buen catálogo editado en la ocasión; puede que sean opiniones en mi línea o que sean divergentes de la mía, pero en cualquier caso supongo que se detalla y valora la importancia de esta obra y de este artista con potencia y ambición, con concreción y decisión, con abrasado temperamento ante el espectador que le juzgará, quizá, en sus limitaciones, de forma superficial, como esas huellas cutáneas de sus personajes. El conjunto de la obra es resultante de una colección creada con absoluta seriedad ante lo que es y llamamos arte; ese milagro que la palabra ayuda, pero no alcanza nunca a explicar todas y cada una de las motivaciones del pensador, del autor, del creador, del pintor.

Los formatos y tamaños ayudan a agigantar el aprecio del público que se sobrecoge en la mirada desde el primer momento, desde el primer silencio que no nos atrevemos a romper en ningún caso.

Magnífica exposición de Nicolás de Maya, un acontecimiento artístico, sin duda. Para mirar con los cinco sentidos y alguno más que cada uno llevemos dentro de nosotros. Él lo dispone y nosotros asumimos y agradecemos.