Organizada por la fundación Cajamurcia, en la Sala de las Claras, de Murcia, se cuelga una exposición importante, sugerente y didáctica. Al principio de los tiempos del arte se recorrían sus caminos en las direcciones del bodegón, la figura y el paisaje; esto dejó de ser así hace ya décadas con la liberación a partir de lo que nos pusimos a llamar arte abstracto, culpa de aquella acuarela de Kandinsky. Bien es verdad que no tuvimos en cuenta que todo el arte moderno es abstracto, incluso Velázquez es un pintor abstracto. No se escandalicen. Todo lo corrobora si se entiende que el arte se abstrae de la realidad.

En esta exposición nos ratificamos en la teoría de que no es cuestión del qué se pinta, sino de cómo se pinta. Aquí se ensaya y se divierte sobre la naturaleza muerta o el bodegón, en la pintura española y en algunos autores que no pertenecen a ella, nacidos en Latinoamérica o Brasil. No importa; el concepto no es geográfico ni la selección realizada tampoco. Ni siquiera dentro de la pintura española se evidencia notoriedad por las diferentes escuelas representadas. El bodegón, denostado históricamente, vino a reivindicarlo el propio Velázquez, que aún admitiendo que se trataba de un escalón bajo en el arte, lo salvaba de tal deficiencia si el autor de ellos era Pacheco, su yerno.

Abre la exhibición una pequeña obra de Picasso que resulta siempre grande, aún en este tamaño de joyita, pomposamente enmarcada. Un papel significativo para demostrar lo que ya le concedieron los artistas españoles cuando, reunidos en la Taberna del Cirilo, en Madrid, le felicitaban por su ochenta cumpleaños dirigiéndose a la permanente juventud del maestro; a su capacidad de invención y de potencia a la hora de evolucionar ´la raza´ que caracterizaba a Goya. La colección expuesta es determinante de calidad; se agradece, además, que figuren nombres que durante mucho tiempo fueron ignorados; me gusta la inclusión de autoras que son exponente femenino del arte español.

Existe, y existió, la mujer en nuestra pintura contemporánea, nombres brillantísimos que aquí representan los de María Moreno, Esperanza Parada, Carmen Laffón, el de la recientemente fallecida Isabel Quintanilla, el de la escultora madrileña Almudena Armenta o la santanderina Concha García; y por encima de todas ellas y de dos autoras no españolas, la obra de Marie Blanchard, ese prodigio dramático y sensorial de artista que superó con creces todas las adversidades vitales y plásticas. Un día escribí y me ratifico: «Era jorobada, ¿y qué?». De vida breve y ternura larga, de ella, en su homenaje y después de su muerte, Federico García Lorca emocionó en público valorando su armonía y -¿por qué no?- su belleza humana; el poeta entretuvo su hermosa palabra en la cabellera de la pintora. Espléndida la obra que se expone: La gourmandise, un lienzo fechado en 1924.

La obra de Benjamín Palencia, de Óscar Domínguez, aquel pintor canario que llegó a París desde Tacoronte, en las islas, donde la lluvia es horizontal, a vender plátanos a los franceses; de Torres García, del maravilloso Juan Gris o de González de la Serna.

Se hace primor la selección que llega hasta nuestros días, con las últimas generaciones y las ya maduradas, Rafael Canogar, Antonio López tomando conciencia con Miguel Ángel Campano o Carlos Franco. Me dejo mucho por decir y valorar; resulta algo inabarcable, tanto como recomendable y de visita imprescindible. Detenerse ante lo pintado por Pancho Bores, Pepe Caballero o Moreno Villa; auténticos maestros del arte español del siglo XX. Una escultura de Pablo Serrano nos retrotrae al Grupo El Paso, cuya crónica existencial pasa por la ciudad de Murcia.

Y hay más, bastante más, y a un gran nivel de representación, como la belleza natural e inenarrable es mejor verla y que no nos la cuenten. Así lo afirmo aquí. Hay disponible un buen catálogo cuya recaudación de venta se destina a la obra social de Jesús Abandonado. Un detalle magnífico.